Una mirada positiva sobre los menores que llegan solos - Alfa y Omega

Una mirada positiva sobre los menores que llegan solos

Los prejuicios contra los menores extranjeros solos y el ruido que se produce cuando alguno delinque, silencian e invisibilizan a la gran mayoría

Colaborador
Dos chicos preparan la comida en el Hogar de San José. Foto: Hogar de San José

Les invitamos a hacer un pequeño ejercicio: pongan la palabra mena en un buscador de internet y contabilicen las noticias positivas que aparecen. Verán que la mayoría hace referencia a motines en centros de menores o a actos presuntamente delictivos. Ahora, escriban la palabra adolescentes. Aparecen frases como «apoyo a madres y padres de adolescentes», «comportamiento», «cómo educar sin miedo a un adolescente» y otros términos que transmiten dificultades.

A los menores extranjeros que llegan solos a España por vías irregulares se les identifica por las siglas mena (Menores Extranjeros No Acompañados). Es un término que los deshumaniza, los encorseta y los diferencia de los demás niños, niñas y jóvenes desamparados que, al fin y al cabo, es lo que son.

Desde nuestra organización asistimos, entre sorprendidos e indignados, a la simplificación y generalización que está produciéndose en España de chico extranjero con delincuencia. La velocidad actual de la información, especialmente en las redes sociales, no permite contextualizar y profundizar sobre situaciones complejas; por el contrario, las simplifica, en ocasiones de una manera alarmante e injusta. Es el caso de los llamados mena, que suelen aparecer en los medios como población peligrosa y de difícil adaptación. La Fundación Hogar San José lleva décadas acompañando a estos jóvenes y, desde nuestra experiencia, afirmamos rotundamente que la gran mayoría de niños, niñas y jóvenes extranjeros no acompañados que residen en nuestro país, no delinquen.

Las llegadas de estos adolescentes vienen produciéndose desde hace años y España cuenta ya con experiencias valiosas de trabajo y atención a estos menores. Quienes trabajamos con ellos, por ejemplo, sabemos que son imprescindibles programas de integración reales y en centros no masificados. La acogida masificada de los menores conduce a enfatizar medidas de control y a dejar de lado la atención a los distintos perfiles, la educación y, en definitiva, la promoción de procesos de integración real.

Se necesitan recursos

Dependiendo de cada historia de vida, tantas como chicos hay, las necesidades, dificultades y oportunidades son diferentes. Cada itinerario no es lineal, como no lo es el de cualquier adolescente en situación de desamparo. Los tiempos y los espacios son muy importantes, sobre todo el de cada uno de ellos. Son necesarios recursos que permitan prestar atención a esa individualidad y evitar la masificación que los invisibiliza, así como facilitar que los menores puedan aprovechar todas las oportunidades que se les presentan.

La vida en el Hogar San José transcurre entre cursos de formación ocupacional, mejorar el español y ser adolescentes. Cada meta conseguida, cada curso superado, cada mejora en el idioma es un logro que puede parecer insuficiente a la vista de la sociedad, pero no lo es. Cada pequeño avance de estos jóvenes tan vulnerables los invita a seguir y a sentir que, a pesar de las dificultades que traen a sus espaldas y las que afrontan en España, son muy capaces.

Afirmar que tienen las mismas preocupaciones y miedos que los adolescentes españoles del hogar sería faltar a la verdad. En el caso de los menores extranjeros, la fecha de nacimiento cuenta mucho y, al alcanzar la mayoría de edad, los recursos se reducen drásticamente y deben afrontar la autonomía y la competitividad de la vida adulta. Valgan dos ejemplos para mostrar algunas de sus dificultades:

Z. A. E. tiene 17 años. Ha hecho varios cursos. Se levanta a las 6:30 horas y regresa antes de cenar. Está haciendo todo lo posible para tener una oportunidad. En el penúltimo curso que realizó tuvo esa oportunidad por ser muy trabajador: seis meses de contrato con posibilidades de continuar (ya sería mayor de edad). No pudo aceptarlo. Para mantener su permiso de residencia, la ley exige un mínimo de un año de contrato y esperar hasta dos meses a que la Administración resuelva positivamente. La empresa no puede esperar. «Así no podré trabajar nunca», se lamenta.

I. A. cumple en unos meses los 18. Su situación es similar: se ha formado en hostelería, pero no va a poder conseguir un contrato de un año, ya que la hostelería es un sector que necesita personal preferiblemente durante temporadas. Tuvo la oportunidad de trabajar este verano, pero tampoco pudo aceptarlo.

Si queremos que estos chicos se formen, trabajen y aporten a la sociedad, debemos buscar modelos integradores. Estos jóvenes no quieren que se les dé todo hecho. Esperan, simplemente, poder tener la oportunidad de continuar con su proceso, en el cual les acompañarán, durante mucho tiempo, los miedos y la incertidumbre.

Acabamos como empezamos: los prejuicios contra los menores extranjeros solos y el ruido que se produce cuando alguno delinque silencian e invisibilizan a la gran mayoría. Necesitamos dar voz, conocer y escuchar a esa mayoría para tener una información más objetiva y real.

Miguel Pérez Morey
Coordinador del Hogar de San José (Gijón)