El Papa en Mauricio: No debe preocuparnos ser menos, sino que haya hombres y mujeres sin la luz de Cristo - Alfa y Omega

El Papa en Mauricio: No debe preocuparnos ser menos, sino que haya hombres y mujeres sin la luz de Cristo

En una Eucaristía ante 100.000 personas denuncia que se está excluyendo a los jóvenes en la construcción del futuro del país y pide a la Iglesia que no deje que los «mercaderes de la muerte» se los robe

Fran Otero
Foto: REUTERS/Yara Nardi

El Papa Francisco inició la última etapa de su periplo africano en Mauricio con una Eucaristía en la que participaron 100.000 personas que representan a la comunidad católica de este territorio, pero también a la de islas cercanas como es el caso de Seychelles.

En un lugar que aquí en Europa suena más a destino vocacional, el Pontífice recalcó la importancia de la evangelización, fundamentalmente, a los más jóvenes. Para hacer llegar este mensaje, se valió del beato Jacques-Désiré Laval, apóstol de la unidad mauriciana, de quien dijo que llevó a cabo «una evangelización cercana, no lejana ni aséptica».

«Sabía que evangelizar suponía hacer de todo para todos. Aprendió el idioma de los esclavos y les anunció de manera simple la Buena Nueva. Supo reunir a los fieles y los envió a la misión. Así nacieron pequeñas comunidades, que son hoy las actuales parroquias. Fue solícito en brindar confianza a los más pobres y descartados», añadió.

Por eso, siguiendo el impulso del padre Laval, recalcó al importancia de renovar y cuidar el impulso misionero, pues es «rejuvenecedor».

En este sentido, Francisco pidió a la comunidad católica del país que sea semilla de esperanza cuando piensen que nada tiene solución y que sean conscientes de que, a veces, hay que vivir el Evangelio en condiciones desfavorables. «Al pie de este monte, que quisiera que hoy fuera el Monte de las Bienaventuranzas, quisiera recuperar esta invitación a ser felices. Cuando escuchamos el amenazante pronóstico de que cada vez somos menos, no debemos preocuparnos por la disminución de tal o cual familia religiosa o congregación, sino por las carencias de los hombres que quieren vivir la felicidad. Si algo debe preocuparnos son los hermanos que viven sin la fuerza, sin la luz, sin el consuelo y sin la amistad de Jesucristo», dijo.

Y volvió a poner como ejemplo al padre Laval, que vivió momentos de decepción, pero «el Señor venció en su corazón». «Dejemos que toque el corazón de muchos hombres y mujeres de esta tierra, que toque nuestro corazón para que renueve nuestra vida», agregó.

El Pontífice dedicó una parte amplia de su discurso a los jóvenes. Denunció que a pesar del crecimiento económico que ha vivido el país en las últimas década, motivado fundamentalmente por el turismo, la juventud sigue sufriendo la desocupación y sigue sin poder sentirse como «un actor privilegiado», de modo que es «empujado fuera del camino, obligado a escribir su vida al margen y sin puntos de referencia ante las nuevas forma de esclavitud de este siglo. Nuestros jóvenes son nuestra primera misión, conociendo su lenguaje, viviendo a su lado… No nos dejemos robar el rostro joven de la Iglesia, no dejemos que los mercaderes de la muerte se lleven a los jóvenes», concluyó.