No podemos quedar al margen - Alfa y Omega

Estos días nos hemos encontrado en la capital de España hombres y mujeres de todos los continentes, convocados por la Comunidad de Sant’Egidio y la Iglesia que camina en Madrid, como buscadores de la paz en esta tierra. Desde la amistad y el respeto, con confianza, hemos trabajado por la paz sin fronteras. Han sido días de alegría anunciando la dignidad del ser humano y su vocación a la comunión, con las exigencias de justicia y de paz que aprendemos de la sabiduría divina. Orar, reflexionar, compartir y buscar han sido tareas de cuantos nos hemos reunido en este Encuentro de Oración por la Paz en el Espíritu de Asís.

Ya en la inauguración del encuentro, en un abarrotado Palacio Municipal de Congresos, se manifestó que los hombres renovados por el amor de Dios son capaces de cambiar las reglas, la calidad de las relaciones y las estructuras sociales. Pueden llevar la paz donde hay conflictos, construir y cultivar relaciones fraternas donde hay odio, y buscar justicia donde domina la explotación de otros.

En las posteriores jornadas, en las distintas mesas redondas, latía de fondo la misma pregunta: ¿podemos quedar al margen, sin tomar decisiones profundas, cuando se ve amenazada la paz y se pisan derechos humanos fundamentales? Descubrimos la urgencia de llamar a todos a que vivamos unidos, a preocuparnos los unos por los otros, reconociendo siempre al otro como mi hermano. Hay que vivir una relación siempre positiva con los demás, que esté llena de iniciativas para provocar en este mundo la paz. Se trata de promover el desarrollo y el reconocimiento, cada día con más claridad, de la dignidad del otro, y posibilitar pasillos humanitarios para todas aquellas personas que se vean amenazadas. ¿Te has dado cuenta de que estamos llamados a ser protagonistas para ir junto a los otros, nunca para ir unos contra otros? No dejemos a nadie aparcado, en la orilla; tengamos la valentía de escuchar el grito de nuestro hermano, y la decisión clara y contundente de decirle: «¿Qué quieres que haga por ti?».

Estos días hemos visto, hablado y confrontado que aquellas palabras del Papa san Pablo VI siguen vigentes: «El desarrollo integral de los pueblos es el nuevo nombre de la paz». Ello nos lleva a ver que tenemos deberes que no podemos dejar para otros momentos: el deber de la solidaridad, el deber de la justicia social, el deber de la caridad universal. Debemos promover un mundo más humano para todos; en donde todos tengan algo que dar y recibir, sin que el progreso de unos sea obstáculo para el desarrollo de los otros. Qué palabras más bellas las del Papa san Juan Pablo II, cuando nos dice que «la paz es opus solidaritatis»; es un bien indivisible que o es de todos o no es de nadie.

Por eso, en el Encuentro Internacional Paz sin Fronteras también hemos recordado a tantas víctimas que siguen gritándonos: ¡paz!, ¡encuentro!, ¡reconciliación!, ¡entrega! Y lo hacen desde esas guerras olvidadas, con tantos heridos, desplazados y refugiados; lo hacen con hambre. Hay tantas y tantas personas viviendo con miedo.

Es esencial que busquemos un sistema educativo que genere en lo más profundo de nuestro corazón la conciencia de paz y que así quede eliminada la conciencia de guerra, de estar los unos contra los otros. Eso no es nuestro, lo nuestro es el encuentro, la fraternidad, la vida, la paz. No estamos aquí para eliminarnos los unos a los otros.

Tomemos conciencia de lo que realmente somos: un familia, que habitamos en esta casa común que es la tierra. Tenemos un mandato: «Amaos los unos a los otros»; por tanto, somos servidores de los demás, no nos servimos de ellos. Recordemos las palabras que Jesús dijo en el lavatorio de los pies a sus discípulos: «Lo que yo hice, hacedlo vosotros los unos a los otros». Tenemos un modo de ser y de actuar: ser samaritanos, nunca pasar de largo de quien me encuentro; la de preguntar a quien me encuentre en el camino: «¿Qué quieres que haga por ti?»; la de ser como el padre del hijo pródigo, hombres y mujeres de puertas abiertas, que dejan entrar y permiten que, quien entra, encuentre el abrazo y la misericordia de Dios.

Al acabar este encuentro, todos hemos sentido una llamada en nuestro corazón: la llamada a vivir ejerciendo y habitando en este mundo con los dos títulos más bellos, más dinámicos y comprometidos que tenemos: hijo y hermano. Hijo porque todos tenemos un origen común y, precisamente por ello, todos somos hermanos, miembros de una gran familia a la que miramos con amor y entrega.