«Ningún siervo puede servir a dos señores» - Alfa y Omega

«Ningún siervo puede servir a dos señores»

XXV Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
El cambista y su mujer, de Quentin Massys. Museo del Louvre, París (Francia)

Alo largo de su Evangelio, san Lucas subraya los peligros de un excesivo apego al dinero. Las riquezas en sí no son injustas, dado que constituyen un medio a nuestra disposición para vivir y poder ayudar a otras personas. Sin embargo, el evangelista advierte que la abundancia puede convertirse, en la práctica, en uno de los principales obstáculos para seguir a Jesucristo. Hace dos domingos se nos invitaba a renunciar a lo secundario, no anteponiendo nada al seguimiento del Señor. Este domingo, como una concreción más de la enseñanza de Jesús, se nos dice con claridad que quien no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo de Cristo; quien vive apegado a las riquezas materiales se incapacita para vivir en plenitud la vocación primera a la que ha sido llamado por Dios: el amor a Dios y a los hombres.

«Ganaos amigos con el dinero de iniquidad»

Lucas incorpora en el Evangelio algunos pasajes desconcertantes a primera vista. Al igual que sucedía hace unos días con la expresión «he venido a prender fuego a la tierra» (Lc 12, 49), resulta llamativo que el Señor nos proponga aumentar el número de nuestros amigos a través de una injusticia, ya que es un principio moral fundamental que el fin no justifica los medios. ¿Qué es, entonces, lo que pretende enseñarnos Jesús? En la cultura en la que vivía el Señor era habitual que el administrador de los bienes no fuera un simple intermediario entre un señor y sus deudores, siendo el administrador también acreedor de los deudores y pudiendo, en parte, decidir la cantidad que finalmente debían pagar los deudores. Es ahí donde Jesús alaba la astucia con la que actúa su administrador. Al igual que en el resto de parábolas, el Señor se está refiriendo a realidades que van más allá del caso concreto, ofreciéndonos al final del pasaje la enseñanza que podemos obtener de sus palabras.

Como sabemos, uno de los puntos en los que más insiste la Escritura es la denuncia frente a la explotación del pobre. De ello nos da cuenta la primera lectura de este domingo, del profeta Amós. En ese texto se describen, por una parte, las trampas corrientes para estafar al pobre y se concluye con la promesa del Señor de no olvidarse de estas malvadas acciones. En esta misma línea, el salmo responsorial constata, en continuidad con esta tradición de defensa del pobre, que el Señor «levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre». Por esto, al final del Evangelio se afirma que quien actúa con astucia perdonando las deudas, será recibido en las moradas eternas cuando tenga que rendir cuentas a Dios al final de su vida. Quien practica la misericordia, recibirá misericordia.

Ser administradores astutos

De un modo magistral, el Señor consigue que nos identifiquemos con la figura del administrador, teniendo en cuenta el uso que hacemos de aquello que se nos ha concedido cuidar. Ciertamente, en esta gestión disponemos de una amplia libertad, pero también nos exige una constante decisión entre ser honrados o injustos, fieles o infieles, egoístas o altruistas. La astucia con la que actúa el administrador de la parábola se basa en haber decidido compartir con otros aquello que le ha sido dado. El dinero no deja de ser un medio de subsistencia, pero este pasaje del Evangelio nos recuerda que para que fructifiquen nuestras cualidades y riquezas hemos de compartirlas con quien puede necesitarlas. No poder servir a Dios y al dinero significa que si nos obcecamos por lo segundo, nos cerramos a amar a los demás, puesto que nuestro propio bienestar y la seguridad material se convierten en el único objetivo de nuestra vida.

Evangelio / Lucas 16, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”. Éste respondió: “100 barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe 50”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él contestó: “100 fanegas de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe 80”. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».