La médica musulmana que recibió al Papa en Mozambique: «Antiguas pacientes ahora son compañeras» - Alfa y Omega

La médica musulmana que recibió al Papa en Mozambique: «Antiguas pacientes ahora son compañeras»

La doctora Nurja Majid compartió su testimonio con los jóvenes asistentes al Encuentro Internacional Paz sin Fronteras, en Madrid. Después de luchar para poder estudiar Medicina siendo mujer y musulmana, ahora presume de ofrecer a sus pacientes los mismos tratamientos que en Europa, gracias a la Comunidad de Sant’Egidio

María Martínez López
Foto: Sant’Egidio

Fue uno de los detalles que el Papa Francisco recordó de su visita a Mozambique en la audiencia general del día 11 de septiembre. En el hospital para enfermos de sida de Zimpeto, de la Comunidad de Sant’Egidio, «no todos pertenecen a la misma religión. La directora de ese hospital es una investigadora, muy buena, sobre el sida. Es musulmana, pero dirige ese hospital. Todos juntos por el pueblo, unidos, como hermanos». Se trata de la doctora Nurja Majid. Una foto de la visita del Papa, con ella guiándole por las instalaciones, cuelga ahora, además, en la pared de una mezquita local.

Para Majid este septiembre está siendo un mes intenso. Exactamente diez días después de acoger al Papa en su hospital, estaba en el aula magna de la Universidad de Comillas en Madrid, compartiendo su testimonio con más de 300 jóvenes, en un fórum organizado para ellos dentro del marco del Encuentro Internacional Paz sin Fronteras, organizado por esta comunidad católica del 15 al 17 de septiembre en la capital.

Su historia es, en muchos sentidos, una encarnación de la labor de Sant’Egidio: su infancia transcurrió en el marco de la guerra civil que asoló Mozambique entre 1977 y 1992, y a la que puso fin un acuerdo de paz promovido por ellos. Ahora trabaja en uno de sus proyectos de ayuda al desarrollo… y lo hace perteneciendo a otra religión, en un ejemplo práctico de convivencia interreligiosa.

«Quiero que una nieta mía sea doctora»

La historia de la vocación a la medicina de Majid empezó cuando tenía 10 años. Su abuelo, que tenía parálisis cerebral, tuvo que ingresar en un hospital. La experiencia de ser tratado por una medica le impresionó, y se dio cuenta de que «las mujeres pueden estudiar y hacer algo por los demás. Recuerdo escucharle decir a mi madre y mis hermanas que una de sus nietas tenía que estudiar y hacerse doctora», compartió la médica con los jóvenes participantes.

Nurja fue la que aceptó el reto. Porque fue un reto. A pesar de contar con el visto bueno de su familia, pronto tuvo que empezar a romper barreras psicológicas, como cuando estos se dieron cuenta que si estudiaba Medicina no iba a casarse nada más alcanzar la mayoría de edad. «Para ellos, tenías que casarte, no había otra opción». Sin embargo, ella insistía en seguir estudiando. «Las mujeres de mi familia son muy persistentes en sus ideas y yo aprendí de ellas».

También fue un reto estudiar en plena posguerra, y en un país que durante el conflicto había llegado a encabezar el ránking mundial de la pobreza. Con todo, lo que más recuerda Majid de esos años es el sentimiento de unidad. «Nos enfrentábamos a muchísimos desafíos: pobreza, falta de comida y de libros… Para ver alguna imagen de algo teníamos que consultar un libro de los años 60. Pero todos estábamos unidos, compartíamos lo que teníamos y trabajábamos juntos».

«¿Estaré haciendo lo suficiente?»

Al licenciarse, su primer destino fue una aldea donde, como no había luz, tenía que atender los partos con una vela. Pero no mucho después la trasladaron a un hospital especializado en tuberculosis. Como médica inexperta, «al principio me resultó muy difícil, porque había hecho la promesa de salvar vidas. Y veía que nuestros pacientes morían a pesar de tener medicación, vitaminas y todo lo que necesitaban. Empecé a preguntarme si estaba haciendo lo suficiente».

Era su primer contacto con el sida, que muchos de sus pacientes padecían y que explicaba sus muertes. Al tomar conciencia de ello, intentó proponer a sus colegas hacer más preguntas a los pacientes para detectar más casos en los que esta enfermedad fuera subyacente. Pero –reconoció en su testimonio– todo estaba teñido de un cierto fatalismo, pues aunque supieran lo que pasaba «no teníamos las medicinas adecuadas, así que se iban a seguir muriendo».

«Estábamos como a la espera de que cambiara algo», recordó. Y entonces llegó el proyecto DREAM, de la mano de la comunidad del Trastévere. Fue entonces cuando sus superiores, al ser la profesional que llevaba menos tiempo en el hospital, la enviaron a conocer el trabajo que estaba empezando a hacer la Comunidad de Sant’Egidio con el programa DREAM (siglas en inglés de su nombre, Alivio a la Enfermedad a través de Medios Excelentes y Avanzados).

Foto: María Martínez

La medicina, cuando pasa el avión

«Sant’Egidio nos había dado la esperanza con la paz, y también la seguridad para confiar en ellos. Así que cuando volvieron diez años después, en 2001 y 2002 y se ofrecieron a ayudarnos con nuestros pacientes de sida, que se estaban muriendo, nos fiamos de ellos como te fías del médico que te manda una medicina para la gripe». La apuesta era ambiciosa: llevar a África los mismos tratamientos que se dispensan en el primer mundo. «Podrámos enviar a cualquiera de nuestros pacientes a Italia y le seguirían haciendo lo mismo», contó orgullosa a los jóvenes que la escuchaban.

Los primeros años, los pacientes estaban en fases muy avanzadas, y había que hacerles mucho seguimiento. «También había muchos niños huérfanos a los que traían sus abuelas, porque sus madres habían muerto», narró la doctora.

No fue fácil acostumbrar a la gente a la rutina de la medicación. «Había abuelas que nos decían que se la daban a sus nietos a la hora a la que solía llover, pero si un día hacía sol no lo hacían –compartió a modo de anécdota–. Otras dependían de cosas como ver cuándo pasaba un avión por el cielo. Tuvimos que enseñarles mucho… y aprender de ellas cómo enseñarles mejor».

Pero a medida que su labor se iba extendiendo, «vimos que podíamos empezar a trabajar también con las personas sanas», como las embarazadas seropositivas en las que aún no se había manifestado la enfermedad pero que podían transmitírsela a unos hijos que, además, en pocos años quedarían huérfanos. «Fue un reto, porque ellas decían que se encontraban bien» y no entendían la necesidad de tomar medicación.

Gracias a su perseverante labor de concienciación estas últimas décadas, «ahora tenemos madres seropositivas que están sanas y pueden quedarse embarazadas y dar de mamar a sus hijos. Incluso tengo compañeras a las que traté de adolescentes y ahora ellas son médicas».

«Diferentes en la fe, pero hermanos»

No es el único cambio del que ha sido testigo. Ahora, en Mozambique, ya no es extraño que las mujeres musulmanas estudien en la universidad. Majid está bastante acostumbrada a conocer médicas e ingenieras. «Incluso en Mozambique –defendió– las mujeres podemos liderar el cambio. Podemos emerger, tener nuestro espacio».

También ha dejado de recibir críticas y preguntas inquisitivas por trabajar para una entidad católica, siendo ella musulmana. Cuando se lo preguntaban, «respondía que somos diferentes respecto a nuestra fe pero somos hermanos porque tenemos un objetivo común. Todas las religiones dicen que hay que ayudar a los demás».

La amenaza climática

Sin embargo, ahora se enfrentan a nuevos retos. Como explicó Jesús Romero, portavoz de Sant’Egidio Madrid, la comunidad se está enfrentando a la necesidad de reconstruir o reparar con cierta frecuencia sus centros sanitarios en África debido a los daños que sufren por fenómenos atmosféricos adversos relacionados con la crisis climática.

Es el caso de lo ocurrido en Baira hace cinco meses, cuando fue golpeada por el ciclón Idai. «No había nadie que no perdiera algo, o incluso todo. Fue muy doloroso –compartió Majid–. Y lo material en algún momento lo puedes llegar a sustituir, pero si has perdido a tus seres queridos ya no puedes recuperarlos».

En ese momento, la gente volvió a recurrir a Sant’Egidio. «Nos conoce y abe cómo los hemos tratado. Venía a nosotros para sentirse más seguros. Abrimos las puertas y empezamos a dar comida y medicamentos. Cocinábamos para un montón de gente».

Ahora ya ha empezad la reconstrucción, pero queda mucho por hacer, y «también muchas personas traumatizadas. Estamos trabajando día y noche, y yendo a los lugares más remotos, donde todavía no hay alimentos, agua o medicinas. No estamos solos, porque Sant’Egidio está con nosotros».