«Dejemos que llore nuestro corazón... recemos en silencio» - Alfa y Omega

«Dejemos que llore nuestro corazón... recemos en silencio»

El Papa Francisco volvió a recordar, este domingo, a las cerca de 200 víctimas del naufragio de inmigrantes cerca de la isla de Lampedusa. Después del rezo del Ángelus, pidió a todos los fieles que se unieran a la oración silenciosa por ellos. Ya antes, aprovechando las lecturas del domingo, había subrayado el poder de la fe y la oración, poniendo como ejemplo a todas las «personas simples, humildes, pero con una fe muy fuerte, capaz de mover montañas» sin por ello vanagloriarse

Redacción

El Papa Francisco no dejó pasar el domingo sin volver a recordar el trágico naufragio de inmigrantes en la isla de Lampedusa, en la que perdieron la vida cerca de 200 personas. Después del rezo del Ángelus, invitó a los miles de personas presentes en la Plaza de San Pedro a unirse a él en oración por estas víctimas, con estas palabras: «Quiero recordar junto con ustedes a las personas que perdieron la vida en Lampedusa, el pasado jueves, recemos todos en silencio por estos hermanos y hermanas: mujeres, hombres niños… Dejemos que llore nuestro corazón… recemos en silencio».

En su alocución anterior al Ángelus, el Papa comenzó manifestando su agradecimiento por el don de la peregrinación a Asís en la fiesta del santo, el viernes anterior. Después de esto, el Obispo de Roma inició su reflexión sobre el Evangelio del día. Los apóstoles le dicen al Señor «Aumenta en nosotros la fe», dijo, para invitar a que en el Año de la fe, digamos todos nosotros como los apóstoles, auméntanos la fe. «Nuestra fe es pequeña, nuestra fe es débil, frágil, pero te la ofrecemos así como es para que Tú la hagas crecer».

El Vicario de Cristo afirmó que el Señor nos responde que basta una fe pequeñísima como un grano de mostaza, pero verdadera y sincera para hacer cosas humanamente imposibles, impensables. «Y ¡es verdad! -expresó con admiración-, todos conocemos personas simples, humildes, pero con una fe muy fuerte, capaz de mover montañas, como los papás y las mamás que afrontan situaciones muy pesadas; o ciertos enfermos, también gravísimos que transmiten serenidad». Es más -dijo el Papa Francisco-, «estas personas no se vanaglorian, sino que son humildes.

Recuerdo a las misiones

Papa Francisco recordó que «en este mes de octubre, que está dedicado de modo particular a las misiones, pensemos en los tantos misioneros, hombres y mujeres, que para llevar el Evangelio han superado obstáculos de todo tipo, han dado verdaderamente la vida». Afirmando a continuación que «esto atañe a cada uno de nosotros, en la propia vida de cada día, puede dar testimonio de Cristo, con la fuerza de Dios, la fuerza de la fe». Una fuerza -dijo- que tomamos de Dios en la oración, que es la respiración de la fe, «en una relación de confianza, de amor, no puede faltar el dialogo, y la oración es el diálogo del alma con Dios». Recordó también que octubre es el mes del rosario y la súplica a la Virgen de Pompeya y afirmó que «¡es una escuela de oración, una escuela de fe!».

Después de la oración mariana y de rezar por las víctimas de Lampedusa, el Santo Padre recordó la beatificación, ayer en Módena del joven mártir italiano Rolando Rivi, recordando que la fe en Jesús vence el espíritu del mundo e invitando a la acción de gracias por su testimonio. Y saludó de forma especial a la comunidad peruana de Roma que llegó a la Plaza de San Pedro llevando en procesión la imagen del Señor de los Milagros.

RV / Redacción

Texto completo de la alocución del Santo Padre a la hora del ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Ante todo deseo dar gracias a Dios por la jornada que viví en Asís, anteayer. Piensen, piensen que era la primera vez que iba a Asís y fue un gran don hacer esta peregrinación, precisamente en la fiesta de San Francisco.

Agradezco al pueblo de Asís por la cálida acogida. ¡Muchas gracias!

Hoy, hoy, el pasaje del Evangelio comienza así: «En aquel tiempo dijeron los Apóstoles al Señor: ¡Auméntanos la fe!» (Lc 17, 5-6). Me parece que todos nosotros podemos hacer nuestra esta invocación. También nosotros, como los Apóstoles, decimos al Señor Jesús: «¡Auméntanos la fe!» Sí, Señor, nuestra fe es pequeña, nuestra fe es débil, frágil, pero te la ofrecemos tal como es, para que Tú la hagas crecer. ¿Les parece que repitamos todos juntos esto: Señor, auméntanos la fe? ¿Lo hacemos? Todos: Señor auméntanos la fe. Señor, auméntanos la fe. Señor auméntanos la fe. Que nos la haga crecer, ¡eh!

Y el Señor, ¿qué cosa nos responde? Responde: «Si tuvieran fe como un grano de mostaza, habrían dicho a este sicómoro: Arráncate y plántate en el mar, y les habría obedecido» (v. 6). La semilla de la mostaza es pequeñísima, pero Jesús dice que basta tener una fe así, pequeña, pero verdadera, sincera, para hacer cosas humanamente imposibles, impensables. ¡Y es verdad!

Todos conocemos a personas sencillas, humildes, pero con una fe fortísima, ¡que verdaderamente mueven las montañas! Pensemos por ejemplo en tantas mamás y papás, que afrontan situaciones muy pesadas; o en ciertos enfermos, incluso gravísimos, que transmiten serenidad a quien los va a visitar. Estas personas, precisamente por su fe, no se vanaglorian de lo que hacen, es más, como pide Jesús en el Evangelio, dicen: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc 17, 10).

¡Cuánta gente entre nosotros tiene esta fe fuerte, humilde, y que hace tanto bien!

En este mes de octubre, que está dedicado de modo particular a las misiones, pensemos en los tantos misioneros, hombres y mujeres, que para llevar el Evangelio han superado obstáculos de todo tipo, han dado verdaderamente la vida; como dice San Pablo a Timoteo: «No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios» (2 Tm 1, 8). Pero esto atañe a todos: cada uno de nosotros, en la propia vida de cada día, puede dar testimonio de Cristo, con la fuerza de Dios, con la fuerza de la fe. Con la fe pequeñísima que nosotros tenemos, pero que es fuerte, con esa fuerza dar testimonio de Jesucristo, ser cristianos con la vida. ¡Con nuestro testimonio!

¿Y cómo tomamos esta fuerza? La tomamos de Dios en la oración. La oración es la respiración de la fe: en una relación de confianza, de amor, no puede faltar el diálogo, y la oración es el diálogo del alma con Dios.

Octubre es también el mes del Rosario, y en este primer domingo es tradición rezar la Súplica a la Virgen de Pompeya, la Bienaventurada Virgen María del Santo Rosario. Nos unimos espiritualmente a este acto de confianza en nuestra Madre, y recibimos de sus manos la corona del Rosario: ¡el Rosario es una escuela de oración! ¡El Rosario es una escuela de fe!