Clausura abierta a todos - Alfa y Omega

Clausura abierta a todos

Redacción

«En algunos monasterios, la gente llama, pide oración por esto o por esto otro. También hay la posibilidad de recibir personas en el locutorio. Es necesario tiempo para hablar, para que vean vuestra alegría, para ver la promesa de vuestra intercesión. A la gente le hace mucho bien. Y, después de media hora de charla, volver al Señor. La clausura tiene siempre necesidad de esta relación humana. Esta relación con el mundo es muy importante»: son palabras del Papa Francisco en un encuentro reciente con religiosos. Porque quizá muchos no lo sepan, pero los conventos y monasterios de clausura, además de su oración y sacrificio por nuestras intenciones concretas, ofrecen también la posibilidad del acompañamiento espiritual: bien por carta, bien por teléfono, o incluso en el mismo locutorio.

La Madre María Aleluya, abadesa del monasterio de clarisas de Cantalapiedra (Salamanca), explica que a sus puertas llaman personas, «personas que buscan el apoyo de nuestra oración, que tienen muchos problemas, que están desesperados y que, después de probarlo todo, buscan ya la ayuda de Dios». Para ello, «buscan hombres y mujeres de Dios que sean como un puente hacia el Señor. Te cuentan sus problemas, rezamos por ellos y les damos consejo».

La abadesa percibe hoy «un vacío de sentido, y ante la vida que vivimos piden un testimonio claro de por qué vivimos así. En momentos de oscuridad, la gente busca luz y firmeza, y nos piden una palabra de esperanza, sobre todo en períodos de dudas de fe y de tentaciones».

A ellas acuden también «muchas personas que se dicen ateos, pero que tienen en su corazón la búsqueda de Dios; tienen en su corazón esa inquietud por Él». Y muchos jóvenes que, «al encontrarse con esta comunidad, con la alegría y belleza de esta vida, empiezan a notar algo y nos piden acompañar ese discernimiento».

Para la Madre María Aleluya, «una de las cosas que más se están descuidando es la necesidad de la dirección o el acompañamiento espiritual», algo a lo que ellas dan respuesta desde el locutorio. «En cada persona hay un plan de Dios, y para descubrirlo es necesario un intermediario. Nadie es buen juez en causa propia, por eso necesitamos ayuda para discernir con claridad la voz de Dios entre otras que queremos que sean de Dios. Necesitamos alguien que nos ayude a dar luz en momentos de oscuridad».

Para las clarisas de Cantalapiedra, es una auténtica misión, que hace del locutorio un lugar de acogida, un hospital de primeros auxilios para muchos que llaman a sus puertas. «Ya cualquiera de nosotras que coge el teléfono –explica la abadesa– es una Hermana encargada por el resto para ser la cara de la comunidad hacia fuera. Como sabemos que puede surgir esta necesidad, ponemos a una Hermana que representa a toda la comunidad. No es un Te ha tocado, sino una misión de dar una palabra de parte de la comunidad. Para nosotras, es una misión que recibimos del Señor. Luego, si se pide un acompañamiento más seguido, hablan con la abadesa o con alguna Hermana encargada para ello».