Diez años del Catecismo universal de la Iglesia - Alfa y Omega

Diez años del Catecismo universal de la Iglesia

Antonio Cañizares Llovera

Del 8 al 11 del pasado mes de octubre, se ha celebrado, en Roma, un congreso con ocasión de los 10 años de la promulgación por el Papa Juan Pablo II del Catecismo de la Iglesia católica, y de los cinco de la publicación por la Congregación para el Clero del Directorio general para la catequesis, inseparable del mismo Catecismo y clave para la interpretación de la catequesis que este Catecismo inspira y reclama. Como es sabido, el Papa Juan Pablo II, tras la aprobación correspondiente, el 25 de junio del año 1992, promulgó solemnemente, el día 7 de diciembre del mismo año, el Catecismo de la Iglesia católica. La fecha coincidía con el 27 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. Ahora se cumplen los 40 de su comienzo. No podemos, por tanto, separarlo de este Concilio, verdadera obra del Espíritu en la Iglesia, y mucho menos contraponerlo a él.

La publicación del Catecismo de la Iglesia católica fue, y continúa siendo, un acontecimiento histórico de gran importancia, tanto para el futuro de la Iglesia como de la misma sociedad. No se trata de un catecismo más, ni de un simple resumen de la teología católica comúnmente admitida, sino de un texto de referencia para todos los catecismos, consiguientemente para toda la acción catequética de la Iglesia en los años venideros. Un acontecimiento, pues, de incomparable riqueza e importancia. Tal vez sea el acontecimiento eclesial más relevante acaecido en los años posteriores al Concilio, y uno de los de más largo alcance del siglo XX. Fue y es un don de Dios a la Iglesia, y aun al mundo entero. No vino a cerrar puertas en la Iglesia, sino a que permanezcan abiertas y a que prosiga aquella primavera del Vaticano II.

Como señaló, en su día, el Papa Juan Pablo II, es el fruto más maduro y completo de la enseñanza conciliar. Es un instrumento que prosigue la gran renovación que el Espíritu Santo impulsó en su Iglesia a través del Concilio. Con él se ha buscado una revitalización de los fieles y del espíritu misionero de los católicos, comprometidos a dar razones de su fe y de su esperanza en el mundo contemporáneo, que está pidiendo razones para vivir y esperar.

El Catecismo de la Iglesia católica fue dado a toda la Iglesia para que «sirva de texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica, y muy particularmente para la composición de los catecismos locales». Este catecismo, «instrumento válido y autorizado al servicio de la comunión eclesial y norma segura para la enseñanza de la fe», ofrece «una exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas o iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio eclesiástico».

Después del Vaticano II era necesario un texto común con el que probar la autenticidad cristiana de toda predicación y catequesis. Durante los años posconciliares se había producido una abundante literatura catequética, en la que a veces se silenciaban cosas que pertenecen a la fe cristiana, incluso a la sustancia viva del Evangelio, o, también, se acentuaban unos elementos y se dejaban en la penumbra otros de la misma. A veces también se echaba mano de catecismos, en otro tiempo beneméritos, pero que no resultaban aptos en nuestro tiempo para iniciar básicamente en la fe y en la vida cristiana. Una y otra tendencia fueron superadas en el Catecismo de la Iglesia católica, que refleja fielmente la expresión de la fe que la Iglesia, bajo sus legítimos pastores presididos por el sucesor de Pedro, profesa.

El Catecismo no sólo ofrece un caudal de doctrina fundamental de la fe cristiana, sino que además, como instrumento de comunión y al servicio de la nueva evangelización, propugna una determinada catequesis, que no es otra que la que se encuentra al servicio de la iniciación cristiana y como parte de su proceso. Por ello era necesario que se publicase también un Directorio general para la catequesis, que propugnase e impulsase la catequesis que demanda el Catecismo, fiel a la llamada del Espíritu y a las exigencias conciliares. Catecismo y Directorio son, pues, inseparables y se refieren mutuamente entre sí.

Se necesita hoy que todos los fieles y comunidades cristianas asuman de manera decidida y cordial, cada vez con mayor hondura, el Catecismo de la Iglesia católica y el Directorio general para la catequesis, para una catequesis renovada y vigorosa, que es, en expresión del Papa, la mejor inversión de la Iglesia para el futuro. Se necesita por lo mismo asumir el Catecismo, diez años después, cada vez con mayor claridad y sentido de unidad y fidelidad a la fe de la Iglesia, tanto en sus contenidos como en sus criterios inspiradores, en todos los itinerarios y procesos de iniciación y formación cristiana, como se explicita en el Directorio.

El congreso celebrado en Roma ha mostrado cómo, tanto uno como otro texto -el Catecismo y el Directorio-, van penetrando en la conciencia y en el quehacer catequético de las distintas Iglesias locales y de los mismos catequistas. Se ha recorrido un largo camino -así se ha mostrado en la rica y plural presencia de los representantes de las distintas partes del mundo-, al tiempo que se aprecia que es todavía mucho lo que queda por recorrer para que estos textos tomen la carta de ciudadanía y sean asumidos con toda plenitud, fidelidad y cordialidad por parte de todos. De esta asumpción surgirá, sin duda, una gran esperanza y vitalidad para la Iglesia.

La publicación del Catecismo de la Iglesia católica no dejó indiferentes a los hombres de hace diez años. Tampoco puede dejarlos hoy. Las gentes, de ahora como las de entonces, ante lo que está aconteciendo a su alrededor, ante los grandes y graves problemas que afectan a la Humanidad, ante la desmoralización de las sociedades modernas, ante una cultura que no ofrece verdad sino fragmentos de la misma, ante la quiebra y caída de las ideologías…, esos hombres y mujeres de hoy se preguntan por el sentido de todo, buscan verdad y certeza donde asentar su vida, y razones para proseguir el camino con esperanza. Sin duda que estas gentes, en el Catecismo, en el que la Iglesia entrega lo que ha dado y da razón a su vida: su fe, pueden hallar las respuestas que andan buscando.

Interés especial tiene el Catecismo para esa multitud inmensa de católicos que andan buscando la fe de la Iglesia en la que creer y desde la que vivir, pero que quizá se encuentra zarandeada y no exenta de lagunas, y aun llena de oscuridades y perplejidades; buscan la certeza de la fe católica y apostólica de siempre, que ha dado a los que le han precedido en la misma fe sentido y esperanza, razones para luchar, para sufrir y para morir; buscan, en medio de un pluralismo que dispersa, la unidad en lo necesario, el contenido común de la fe, que se nos ha dado una vez por todas en Jesucristo, y el lenguaje fundamental compartido por todos.