Una sola Iglesia, una sola misión - Alfa y Omega

Una sola Iglesia, una sola misión

El gran desafío de la Iglesia, en estos momentos, consiste en dar un impulso renovado al anuncio de la fe. Por eso, el Concilio Vaticano II, iniciado hace casi cincuenta años, sigue siendo más actual que nunca. Lo ha destacado el cardenal Rouco, en la apertura de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. Mientras, en Roma, el secretario personal de Juan XXIII ha narrado un curioso episodio de poco antes del Concilio: un joven profesor alemán presentó los retos a los que se enfrentaba la Iglesia, e hizo exclamar al Beato Juan XXIII: «Precisamente, éstas eran mis intenciones al convocar el Concilio». Ese profesor se llamaba Joseph Ratzinger

Jesús Colina. Roma
El Papa llega a Cuatro Vientos, el domingo 21 de agosto de 2011, para celebrar la Eucaristía de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid.

Los colaboradores de Benedicto XVI en la Curia romana que habían leído, el lunes, el discurso del cardenal Antonio María Rouco Varela, ante la Asamblea Plenaria del Episcopado español, han subrayado el mismo elemento: los pastores de la Iglesia han puesto a toda la Iglesia en el surco de la nueva evangelización.

El arzobispo de Madrid presentaba las principales líneas del nuevo Plan pastoral para el quinquenio 2011-2015, centrado en La nueva evangelización desde la Palabra de Dios: «Por tu palabra, echaré las redes» (Lc 5, 5). En este contexto, el cardenal Rouco abogaba por una fructífera recepción y aplicación del Concilio Vaticano II, superando interpretaciones contradictorias de décadas precedentes, que no tienen nada que ver ni con el espíritu ni con la letra de aquel acontecimiento eclesial.

«No debemos olvidar —alertaba el presidente de la Conferencia Episcopal, con palabras que recordaban expresiones de Benedicto XVI— que «el núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de la fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real, gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces».

En particular, el cardenal arzobispo de Madrid ha explicado la clave para superar las divisiones surgidas en la Iglesia, en las décadas anteriores, a causa de interpretaciones contradictorias del Concilio Vaticano II. Citando el discurso que pronunció Benedicto XVI a la Curia romana, en sus primeras Navidades tras su elección como Papa, explicaba que se han dado dos tipos de interpretación del Concilio. La primera, que ha causado gran confusión, es la visión según la cual el Concilio trajo una «ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar», y que descalifica los textos del Concilio considerando con no serían «la expresión verdadera del espíritu del Concilio».

Obispos en la Plaza de San Pedro durante el Concilio Vaticano II.

Por el contrario, el cardenal Rouco, junto a Benedicto XVI, propone vivir la aplicación del Concilio Vaticano II como una reforma, una «renovación en la continuidad del único sujeto que crece y se desarrolla en el tiempo, pero permaneciendo siempre el mismo, el único sujeto que es el pueblo de Dios en camino».

El Año de la fe, celebración del Concilio

Tan importante es para la Iglesia vivir plenamente el empuje evangelizador traído por el Concilio Vaticano II, que Benedicto XVI ha convocado con motivo del quincuagésimo aniversario de este acontecimiento el Año de la fe, que inaugurará en octubre. El Plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española no buscará otra cosa, en el próximo quinquenio, que dar un espaldarazo a esa bocanada de aire fresco que introdujo el Beato Juan XXIII, al abrir de par en par las puertas de la Iglesia para que el anuncio de la fe sea más creíble y audible.

Por este motivo, tanto Benedicto XVI como el presidente del Episcopado español quieren que el inminente Año de la fe sirva para «comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares no pierden su valor ni su esplendor». Y el cardenal Rouco añadía: «Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos normativos del Magisterio, dentro de la tradición de la Iglesia».

Como el mismo arzobispo de Madrid recordaba, precisamente a petición del Concilio se publicó posteriormente el Catecismo de la Iglesia católica, para ofrecer al pueblo de Dios un compendio de toda la doctrina católica y un texto de referencia segura para los catecismos locales. Este texto se convierte en la brújula de la Iglesia en este Año de la fe.

Por este motivo, el cardenal Rouco anunciaba también, este lunes, que la Conferencia Episcopal Española espera poder ofrecer al pueblo de Dios, durante el Año de la fe, un nuevo catecismo para la iniciación de los niños y adolescentes. Llevará previsiblemente por título Testigos del Señor, y se concibe como continuación del catecismo Jesús es el Señor, que, como señaló, «tan buenos resultados está dando cuando es utilizado como referencia básica y segura de la formación doctrinal en la catequesis de los niños que se preparan para recibir la Primera Comunión».

La profecía del joven Ratzinger para el Concilio

Desde los ámbitos que abogan por leer el Concilio en clave de ruptura, se ha llegado a acusar a Benedicto XVI de traicionar el Concilio. Frente a ese tipo de acusaciones, cobra especial interés la revelación que ha hecho el arzobispo Loris Capovilla, secretario personal del Papa Juan XXIII, sobre el papel que ejerció Joseph Ratzinger en la preparación del Concilio, cuando era un joven sacerdote de apenas 34 años, en 1961.

En sus memorias, el cardenal Joseph Frings confirmaba aspectos de estas revelaciones con estas palabras: «En Génova, un padre jesuita, Angelo d’Arpa, había fundado el instituto Colombianum, para el estudio de cuestiones relativas al desarrollo. En 1961, en preparación del Concilio, había organizado un ciclo de conferencias e invitó como relatores a algunos cardenales. Me preguntó si estaba dispuesto a hablar del Concilio, poniéndolo en relación con la diferencia temporal que le separaba del Concilio Vaticano I. El tema me entusiasmó, y acepté. Sin embargo, me di cuenta de que no sería capaz de afrontarlo solo. En un concierto de la orquesta Gürzenich, me encontré con el profesor Ratzinger, que poco antes había llegado a Bonn para enseñar teología y que ya gozaba de buena y gran reputación. Le pregunté si quería ayudarme en la preparación de la intervención sobre ese tema, del que se mostró entusiasta. Inmediatamente, redactó un borrador que consideré tan bueno que sólo lo retoqué en un punto».

Juan XXIII, el 25 de diciembre de 1961, firmando la Bula papal con la que lo declaraba abierto.

Como narraba el mismo cardenal Frings, la lectura de la conferencia, de 45 minutos, que tuvo que confiar en su presencia a otra persona a causa de sus problemas de vista, fue un auténtico éxito, y el texto publicado se distribuyó por el mundo católico, llegando muy pronto a la Secretaría de Estado y a manos del Papa.

El texto presentaba el Concilio como respuesta que debía ofrecer la Iglesia a las cuatro transformaciones radicales de la última postguerra: la experiencia de la unidad del género humano y el valor de todas las culturas; el predominio de la técnica; la fe en la ciencia (que todavía no ha conseguido explicar el misterio del hombre y el lenguaje de sus soledades); y, finalmente, el desafío de las ideologías —liberalismo y marxismo— que sustituyen a las religiones.

Pocos meses después, el 23 de febrero de 1962, según confesaba el mismo cardenal Frings, el Papa le llamó a audiencia. El purpurado alemán estaba algo nervioso, pues no sabía cómo acogería Juan XXIII sus propuestas —a decir verdad, las propuestas de su asesor teológico, Ratzinger—.

Once años después, el purpurado alemán evocaba así ese momento con bastante humor: «Le dije resignadamente a mi secretario, Luthe: Ponme la capa roja; quién sabe, podría ser la última vez. Sin embargo, cuando entré en la sala de las audiencias, el Papa me salió al paso, me abrazó y me dijo: He leído su intervención de Génova y quería darle las gracias por estas estupendas argumentaciones».

Posteriormente, el secretario del cardenal, el obispo emérito de Essen, Hubert Luthe, que hoy tiene 84 años, reveló que el cardenal reconoció ante el Papa que el texto había sido redactado por el joven profesor Ratzinger. Según monseñor Luthe, parece que el Papa Juan XXIII, con su típica socarronería, respondió que ese teólogo debería también redactar sus textos…