El amor vence al terrorismo - Alfa y Omega

El amor vence al terrorismo

«¿Cómo nos hemos comportado con las víctimas, en estos durísimos años? ¿Qué consecuencias hemos sacado, en el orden de los valores éticos, morales y espirituales?»: el cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid, invitó, en el funeral por las víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004, a realizar un profundo «examen de conciencia», pues «el sacrificio de nuestros hermanos pudiera quedar infecundo por nuestra culpa, por no haber sabido convertirnos». Subrayó también que, aunque «nunca faltan Caínes dispuestos a matar a Abel», en definitiva, «los que murieron y fueron heridos, y nosotros, muy especialmente sus familiares, estamos en manos de Dios»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Un momento de la homilía del cardenal Rouco, en la catedral de la Almudena, el pasado 11 de marzo

Han pasado 3.652 días desde aquel jueves 11 de marzo de 2004. Y también han pasado 3.652 noches, muchas de ellas oscuras, en las que, como afirmó el cardenal Rouco, en el funeral por las víctimas de los atentados del 11M, «los familiares de los asesinados y los heridos en los atentados de Atocha, Pozo y Santa Eugenia podéis preguntarle a Dios, el Señor de la vida y de la muerte, por ellos y por vosotros mismos como lo hizo Jesús clavado en la Cruz, a punto de expirar: Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?».

Diez años después, cerca de 1.000 familiares y víctimas del 11M, convocadas por las principales asociaciones de víctimas del terrorismo, asistieron al funeral en la catedral de la Almudena, presidido por el cardenal Rouco y concelebrado por 40 obispos españoles venidos de toda España para participar en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, que tiene lugar estos días en Madrid. Asistieron también al funeral Sus Majestades los Reyes de España, la Princesa de Asturias, la Infanta Elena, el presidente del Gobierno, varios ministros y autoridades civiles, así como numerosos miembros de las distintas confesiones cristianas y un representante de la comunidad islámica de Madrid.

El cardenal Rouco, en su último acto público como presidente de la Conferencia Episcopal Española, señaló que, «diez años después de aquel amanecer madrileño sumido en el horror y el dolor por los efectos devastadores —casi doscientos muertos, más de mil heridos, daños materiales cuantiosos…— de un atentado terrorista sin precedentes en la historia de la capital de España, la catedral de la Almudena vuelve a acoger a los familiares de las víctimas, que los estiman, aprecian y quieren, para la oración y la celebración de la Eucaristía».

Examen de conciencia: ¿Qué consecuencias hemos sacado?

El cardenal Rouco comenzó interpelando con fuerza la conciencia de toda la sociedad española, pues «el recuerdo de los que murieron y el dolor de los heridos, que llevan todavía en su cuerpo y/o en su alma las huellas de sufrimientos indecibles, continúa invitándonos a todos, singularmente a los cristianos de Madrid, a renovar nuestra plegaria por ellos, al examen de conciencia: ¿Cómo nos hemos comportado con ellos en estos durísimos años? ¿Qué consecuencias hemos sacado de la estremecedora experiencia de aquella terrible jornada en el orden de los valores éticos, morales y espirituales que debieran impregnar nuestra vida personal y colectiva? ¿Hay motivos serios y fundados para la esperanza? Porque, en definitiva, ellos, los que murieron y fueron heridos, y nosotros, muy especialmente sus familiares, estamos en manos de Dios».

Por eso, «como en aquel día fatídico, el 11 de marzo de 2004, queridos familiares de los asesinados y los heridos en los atentados de Atocha, podéis preguntarle a Dios como lo hizo Jesús clavado en la Cruz a punto de expirar: Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?». Se trata de una pregunta «que nos puede salir del alma en las más variadas ocasiones de desgracia y de dolor y, sobre todo, cuando llegue la hora de la muerte; pero que, ante estas muertes, causadas por un odio y un desprecio al hombre de refinada y fría crueldad, nos brota incontenible de lo más hondo del alma». Es también una pregunta «muy personal, en la que nadie puede sustituir a las víctimas mismas y a sus allegados, aunque sus ecos angustiosos nos alcanzan a todos. ¿Por qué murieron? ¿Por qué ese suplicio doloroso de los heridos, de los familiares y amigos y el estremecimiento de tantos y tantos ciudadanos de buena voluntad?».

Nunca faltan «Caínes»

El cardenal Rouco respondió constatando que, en aquellos días, «la conmoción fue general. De un sencillo análisis de lo ocurrido se desprende una primera respuesta: murieron, sufrieron y sufrimos porque hubo personas que, con una premeditación escalofriante, estaban dispuestas a matar a inocentes, a fin de conseguir oscuros objetivos de poder; porque hay individuos y grupos, sin escrúpulo alguno, que desprecian el valor de la vida humana y su carácter inviolable, subordinándolo a la obtención de sus intereses económicos, sociales y políticos. ¡Siempre tan mezquinos! En una palabra, porque nunca faltan Caínes dispuestos a matar a Abel; aquellos a quienes no les importa hacer del crimen más horrendo —¡el atentado terrorista!— un medio para fines de la naturaleza que sean».

Ante esta actitud, «sin un previo arrepentimiento, profundo y radical, no podrán ser nunca instrumentos o autores de caminos de verdadera justicia y de paz. Y, por mucho que lo pretendan o imaginen, tampoco podrán adueñarse del futuro de una ciudad, de un pueblo, de una comunidad política, y, mucho menos, podrán definir y determinar el destino último de las propias víctimas y de sus familias».

El cardenal Rouco señaló que, aunque «no sabemos exactamente cuáles fueron los propósitos e intenciones últimos de los que pensaron, programaron y ejecutaron los atentados de Atocha, Pozo y Santa Eugenia, lo que sí resulta claro es que no podrán neutralizar, y menos anular, los frutos de nueva y redimida humanidad que podemos esperar de la ofrenda de las vidas de sus víctimas».

La muerte es un enigma indescifrable para la razón humana, pero no para los que la comprenden a la luz de Dios

El amor triunfa sobre el odio

Entre estos frutos, el cardenal Rouco destacó que, «en el mismo día del atentado y en los siguientes, el corazón de los madrileños y de España entera se conmovió y se expresó en múltiples y heroicas formas de ayuda, de socorro y de amor fraterno. Triunfaba el amor sobre el odio, la vida sobre la muerte, la confianza en el poder de la gracia de Cristo crucificado y resucitado sobre el sentimiento de impotencia y derrotismo humanos. El terrorismo podía ser vencido. La puerta para el triunfo quedaba abierta por todos los que habían puesto alma, vida y corazón, sacrificándose hasta el agotamiento, en el servicio a las víctimas y a sus familiares. Servicio público y privado, material y espiritual prestado con una generosidad admirable».

La muerte ya no es un enigma

La muerte siempre resulta «un enigma indescifrable para la desnuda y pura razón humana —continuó el cardenal arzobispo de Madrid—, pero no para los que comprenden esa hora última del hombre sobre la tierra a la luz de la verdad de Dios, es decir, para los que creen en el Señor Jesús. El hombre exterior en nuestros hermanos asesinados horriblemente el 11 de marzo en los trenes y en la Estación de Atocha se ha deshecho, pero esperamos firmemente que su tribulación pasajera, aunque desgarradora, les haya producido un inmenso e incalculable tesoro de gloria».

Con esta esperanza concreta en la vida eterna, para el cardenal Rouco, «lo que sabemos con certeza de nuestros hermanos, que nos dejaron en tan terribles circunstancias, deberíamos ir transformándolo en certeza existencial para nosotros mismos, los que hemos quedado llorando y orando por ellos. En primer lugar, en la vida personal: ¿le hemos dado mayor cabida en nuestro comportamiento diario al amor fraterno que nos anime y sostenga en la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la misericordia, diez años después de los atentados?».

Hay que estar abierto al perdón siempre

Asimismo, afirmó con rotundidad la invitación cristiana a alcanzar la libertad interior a través del perdón, pues «hay que estar abierto al perdón siempre, aunque sólo se pueda hacer efectivo cuando se muestra arrepentimiento sincero por los crímenes cometidos y se reparan los daños causados. El perdón de Dios llega al hombre solamente cuando éste se hace verdaderamente penitente. Y, en segundo lugar, en la vida social: ¿hemos alimentado y fomentado en nuestras conductas privadas y públicas la conciencia viva y activa de nuestra responsabilidad frente al bien común? Toda la sociedad y, muy específicamente, sus responsables están llamados a edificar la comunidad política y la convivencia social sobre los fundamentos éticos de los derechos fundamentales de la persona humana, del respeto y promoción de su dignidad y de la unidad solidaria entre todos y de todos los ciudadanos».

¿Un sacrificio infecundo por nuestra culpa?

«El sacrificio de nuestros hermanos arrancados del seno de sus familias y de nuestro pueblo por la violencia criminal de los terroristas —concluyó el cardenal arzobispo de Madrid— pudiera quedar infecundo por nuestra culpa; por no haber sabido convertirnos y reformarnos de verdad y en la verdad. Incluso, la fecundidad espiritual, que suscita el Espíritu Santo, don del Corazón de Cristo crucificado, necesita de la conversión de las conciencias —conversión personal y colectiva— para que dé sus frutos».

Citó, por último, al Papa Francisco, que «nos habla con frecuencia de la urgencia de una conversión pastoral y misionera en la Iglesia. La oración perseverante es factor imprescindible para un futuro nuevo de renovación profunda de nuestras almas y del alma de nuestro pueblo, plegaria que hoy y ahora unimos a la de Nuestro Señor clavado en la Cruz por nuestra salvación y a causa de nuestros crímenes y pecados. Su sacrificio fue un sacrificio de amor infinito que significó, significa y significará en todas las épocas y momentos de la Historia, incluso los más tenebrosos, que el torrente de la infinita misericordia de Dios se ha derramado sobre los hombres, transformando su corazón haciéndolo capaz para el amor: ¡capaz de amar verdaderamente!».