En el principio, eras Tú - Alfa y Omega

En el principio, eras Tú

Ni los hombres son de Marte ni las mujeres son de Venus. Hombre y mujer no somos de planetas distintos; estamos hechos el uno para el otro. Hoy, la ideología de género, el feminismo radical y la servidumbre al dinero y al Estado nos quieren hacer abandonar nuestra vocación…, pero Dios ha venido en nuestra ayuda para vencer nuestro miedo a amar, para hacernos felices hoy y siempre

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Tenemos necesidad de darnos, de darnos para siempre, de darnos del todo

Uno con una, para siempre, abiertos a los hijos: si hubiera recetas para la felicidad, éstos serían los principales ingredientes. Pero, hoy, el matrimonio y la familia se ponen en tela de juicio, porque muchos ven la relación entre hombres y mujeres como una lucha de sexos. Sin embargo, la diferencia sexual no es oposición ni lucha. No estamos condenados a pelear interminablemente el uno contra el otro; estamos llamados a querernos.

«Es verdad que la cuestión de la diferencia sexual -afirma Carmen Álvarez, profesora de Teología del cuerpo en la Universidad San Dámaso, de Madrid, y Presidenta de la asociación Mater Dei- necesita aún mucha fundamentación, no sólo antropológica, sino también teológica. Está aún por elaborar la teología de la masculinidad y la teología de la feminidad, ambas indispensables para arrojar luz a la cuestión -importantísima para nuestros días- de la diferencia sexual». Pero esa luz ha de venir de «considerar ambos sexos no como excluyentes o antagónicos, sino como complementarios». Por eso, «mientras no entremos en una correcta hermenéutica de la diferencia sexual, seguiremos incapacitándonos para penetrar sin miedos y sin prejuicios en la enorme belleza del plan de Dios sobre el hombre y sobre su cuerpo sexuado. La masculinidad y la feminidad son claves importantísimas para penetrar e interpretar, en toda su grandeza, el plan salvífico de Dios sobre el hombre».

Dios tiene un plan

Este plan no es otro que el amor. pero el amor hoy está amenazado no sólo por la ideología de género, el feminismo radical o el machismo. Además, el matrimonio sufre también la enorme presión de los intereses económicos. Ya en 1961, Romano Guardini, en El comienzo de todas las cosas, alertaba del peligro de «una tendencia a nivelar al varón y a la mujer de modo que ya no están ordenados uno al otro como ayuda mutua, sino que ambos sirven a los poderes anónimos del Estado, de la economía y de la técnica. ¿Llegará el varón a la libertad si el Estado lo convierte en una rueda de su mecanismo? ¿Llegará la mujer a ser libre si, bajo la fórmula de la igualdad, tiene que trabajar en las minas y combatir como soldado?».

Recuerda también que «la relación entre los sexos está confundida por el pecado. Por sí sola no puede mantenerse en la verdad. ¿A dónde se llega solo, sin Dios, confiando sólo en el propio entendimiento y en los impulsos del propio corazón?». Porque cuando se abandona a Dios, desaparece la alegría y el sentido del humor. Cada pequeño paso afectivo se hace áspero y difícil, y queda atrapado en las redes de lo provisional, del miedo al abandono, de la amenaza de la separación, defendiendo como en una trinchera mi espacio, mi tiempo libre, mis aficiones, siempre con permiso del trabajo en el que dejamos la mayor parte de nuestra jornada…

Dios tiene un plan para cada uno, y ese plan pasa por realizar nuestra vocación de hijo, esposo y padre; de hija, esposa y madre. En definitiva, pasa por amar. Tenemos necesidad de darnos, de darnos para siempre, de darnos del todo. No de otro modo se concreta la llamada que Dios puso en nuestro corazón desde el principio, el día en que fuimos concebidos por nuestro padre y nuestra madre.