Los tuiterazos de Podemos y la sociedad hipócrita - Alfa y Omega

Pensando en Guillermo Zapata me viene a la cabeza Terri. Al uno no tengo el gusto de conocerle, al otro de toda la vida. Siempre ha tenido valores muy firmes, imagino que inspirados en la religión que practica: nunca ha soportado que se bromee con la muerte —casi me obliga a jurar que nunca lo haría yo— y nunca ha aprobado las burlas, descalificaciones o ridiculizaciones (¿será por aquello de la otra mejilla?) contra grupos étnicos o sentimientos sagrados, ni a que se frivolice con las relaciones de pareja. Sin embargo le tuve que pedir encarecidamente como amigo que no diera su opinión en público según qué temas porque escandalizarían.

Vivimos una sociedad moderna, liberal y progresista. No se lleva bien opiniones como las de Terri. Cuando durante alguna quedada, alguien hacía alguna broma soez sobre una mujer, o deseaba la muerte de alguien él se apresuraba hacer un llamamiento al respeto. Yo, miraba para abajo cual avestruz —era el que lo había traído— mientras el resto bramaba contra él por sus principios censores: «¡Que la inquisición, que tanto te gustaba, hace tiempo que se acabó, Terri!», le espetaban. Me costaba entenderle, ¿Por qué sufría con esas cosas? ¿Por qué le vi dolido con la broma de Krahe sobre cocinar a un Cristo o con las viñetas de Mahoma? ¿Por qué no era capaz de comprender que éstas eran opiniones y bromas amparadas por una sociedad libre?

En esto llegó el 2010 y se difundieron las conversaciones guarras de Salvador Sostres hablando de las mujeres a un nivel muy similar al de mis colegas de la panda. Pero de repente escuché a todos los líderes de la opinión pública clamando al cielo «¡Nunca antes había oído a nadie decir barbaridades semejantes!», clamaban los tertulianos. «¡Que infamia, que asco, qué vergüenza!», repetían mis amigos que habían hecho idénticos comentarios hasta 24 horas antes. Y ahora veo un remake con el tema Zapata.

Si hiciera caso a lo que dicen determinados tertulianos del dimitido concejal de Ahora Madrid, tendría que colegir que el tal Zapata es un híbrido entre las reencarnaciones de Adolf Hitler e Iván el Terrible y que todos los días ojea las páginas de sucesos para relamerse contando los niños que hayan podido morir ese día. Lástima que no tenga costumbre de tomarme en serio a los señores de la tele.

Zapata no ha dimitido por sus tuits frivolizando sobre los asesinatos de ETA, como tampoco dimitirán sus compis que pedían la guillotina o el empalamiento de políticos con los que discrepaban. Esta sociedad, salvo para gente como Terri, ha asumido como algo políticamente correcto desear la muerte de políticos. El pasado octubre en una tertulia del mediodía (Las Mañanas de Cuatro) conectaban con un indignado, no sé si desahuciado o preferentista, y éste aseguraba en antena que entendía que hubiera quien quisiera coger una escopeta para matar a los políticos del Gobierno. Pocos días después, en el mismo programa, otro señor deseó en antena que metieran al presidente del Gobierno y a una ministra en la habitación donde estaban los enfermos de ébola para que se infectaran y murieran. Nadie se escandalizó por aquello y creí ver en mis amigos y demás representantes de esta moderna sociedad gestos de aprobación.

Lo que ha llevado a Zapata a dimitir no es desear guillotina a nadie, no, han sido los tres tuits con chistes de humor negro sobre Irene Villa, Marta del Castillo y el genocidio judío. No he podido dejar de recordar —casi ningún periodista ha querido hacerlo salvo algún caso como José Antonio Abellán— lo frecuentes que son ese tipo de bromas en esta sociedad libre, bromas con el asesinato de Prim, etarras o la muerte de Manolete. El mismo Pablo Iglesias era muy aficionado a hacer bromas sobre el asesinato de Carrero Blanco en La Tuerka. Nunca dejó de fascinarme con qué velocidad a las pocas horas de una catástrofe (como las del 11S o el 11M) ya comenzaban a circular chistes macabros. En noviembre, en la última quedada con amigos a uno de ellos le llegó un mensaje de móvil con una broma sobre el ultra del Deportivo que había muerto. Nos la leyó y de inmediato hubo carcajadas de la mayoría. Yo esbocé un tímido «venga, va, no os paséis» con sonrisa bobalicona, pero Terri se puso serio y reprobó que hiciéramos chanza de aquello. De inmediato todos cargaron contra él por censor, puritano y demás.

Bien. En las últimas 72 horas he visto una catarata de representantes de esta nueva sociedad escandalizados y aterrados por el hecho de que un concejal —cuatro años antes de serlo— reprodujera en twitter chistes macabros de pésimo gusto. Ha tenido que dimitir como concejal de área, y no son pocos los que piden su dimisión completa. Escucho ahora a mis amigos indignados con Guillermo Zapata; todos niegan haber oído nunca bromas sobre muertes y demás. ¿Y qué catadura moral tengo yo para recordarles que sí lo hicieron? Si callé entonces cuando los hacían, más me vale callar ahora.

Sigamos con la función de que vivimos en una sociedad pura, donde nadie hace comentarios guarros, nadie hace bromas crueles con la muerte de nadie y nadie se burla de grupos religiosos. ¿Sociedad pura? ¡Sociedad hipócrita! Bueno, casi-hipócrita. Afortunadamente, hay personas como Terri, que —eso sí— tendrá que seguir soportando que el resto le llamemos censor e inquisidor por pedir respeto.

J. F. Lamata