Jóvenes ante el Papa - Alfa y Omega

Jóvenes ante el Papa

Colaborador
Juan Pablo II en su último viaje a España, se encuentra con los jóvenes en Cuatro Vientos, el 3 de mayo de 2003

Cuando el cardenal Karol Wojtyla fue elegido Papa, en octubre de 1978, yo contaba con 19 años recién cumplidos. Estaba estudiando la carrera de Filosofía en Salamanca. Nadie de la Facultad, ni siquiera los profesores, habían oído hablar de este arzobispo. Elegir Papa a un polaco que durante años había sido catedrático de Ética en la Universidad de Lublín no dejaba de ser algo ciertamente curioso y sorprendente para aprendices de filosofía. Hoy, unos veinticinco años después de aquella grata sorpresa juvenil, me encuentro explicando Ética en la célebre Universidad de Salamanca. He leído con detenimiento casi todos los escritos filosóficos del pensador Karol Wojtyla, y con especial interés tres de las encíclicas de mayor calado ético y filosófico que su pontificado ha ofrecido al mundo católico, también al académico y cultural: Veritatis splendor, Evangelium vitae y Fides et ratio. En el trasfondo de mis clases y publicaciones tengo presente las tres encíclicas ético-filosóficas de Juan Pablo II. Desde ellas -explícita o implícitamente-, he pensado muchos de mis escritos, enseñado a centenares de estudiantes y fortalecido mi fe católica.

En 1987, el Papa convocó a los jóvenes a celebrar el Domingo de Ramos en Roma, lo que será el preludio de las Jornadas Mudiales de la Juventud. Allí me fui en autobús (con la que entonces era mi novia y ahora mi mujer), junto a decenas de chicos y chicas de la diócesis salmantina. Muchos estudiantes estábamos recorriendo en diversas parroquias las etapas de maduración de la fe propuestas por el Camino Neocatecumenal, y hacia Roma marchamos llenos de ilusión al primer encuentro juvenil con el Papa. Me impresionó la masa de jóvenes que invadimos la capital de Italia. La alegría, los cantos, los bailes, las solemnes celebraciones litúrgicas en las diversas iglesias y basílicas de Roma repletas de jóvenes venidos de todo el mundo, el anuncio del kerigma por parte de Kiko Argüello, ante miles de estudiantes, en un polideportivo romano a rebosar, todo ello permanecerá siempre en mi memoria como uno de los acontecimientos más relevantes de mi juventud. La fuerza de las palabras del Papa, llenas de ánimo e impulso evangelizador, los interminables aplausos y el gozo de sentir el amor de Cristo a través de la presencia siempre alegre y sonriente del -para mí, en aquel entonces- Papa filósofo me llamaron definitivamente a seguir a Cristo en mi matrimonio y a servir a la Iglesia. De aquel primer encuentro con el Papa -y de los que vinieron después- han surgido miles de vocaciones al presbiterado y a la vida consagrada.

¿Por qué millones de jóvenes nos hemos sentido durante años congregados y fortalecidos en la fe por este Papa, cada vez más anciano y enfermo? ¿Qué ha acontecido durante su largo pontificado para que también nuestros hijos y los de tantos matrimonios que participaron en numerosas Jornadas Mundiales de la Juventud estén ilusionados igualmente en viajar al encuentro con el sucesor de Pedro? ¿Es un mero fenómeno sociológico, o constituye un reflejo de que algo realmente nuevo está aconteciendo en la Iglesia y en el mundo? La masa juvenil exultante de alegría que peregrina desde todos los continentes, año tras año, con el anhelo de escuchar al Papa en directo y de seguir a Cristo (aunque los medios de comunicación procuran silenciar tales encuentros mundiales), me conduce a la siguiente consideración: Juan Pablo II ha impulsado de modo potente y sin complejos lo que denominó, al poco tiempo de ser elegido, la nueva evangelización de Europa y de otros continentes (que nada tiene que ver con una vuelta a la cristiandad). Esta ingente tarea, que se ha de emprender sin miedo, está iniciándose ya de modo sorprendente gracias a las nuevas realidades eclesiales, comunidades y movimientos católicos -que forman miles y miles de jóvenes- suscitados por el Espíritu Santo para hacer real el Concilio Vaticano II: la Iglesia, luz de las gentes.

La nueva evangelización necesita no sólo nuevos métodos, sino nuevas energías que sólo los jóvenes con corazón generoso y espíritu martirial son capaces de realizar en nuestro contexto cultural postmoderno, conducidos por el sucesor de Pedro, fortalecidos por el Espíritu y llamados por Cristo resucitado. Siempre unió Juan Pablo II la convocatoria de las Jornadas Mundiales de la Juventud con el impulso de la nueva evangelización. En su última Carta enviada a los jóvenes el agosto pasado para animarles a ir al XX encuentro de Colonia, encontramos estas proféticas palabras: «¡Jóvenes: no creáis en falaces ilusiones, en modas efímeras que no pocas veces dejan un trágico vacío espiritual. Rechazad la seducción del dinero, del consumismo, de la violencia solapada que, a veces, ejercen todos los medios de comunicación. La adoración del Dios verdadero constituye un auténtico acto de resistencia contra toda forma de idolatría. Adorad a Cristo: Él es la roca sobre la que construís vuestro futuro en un mundo justo y solidario… Queridos jóvenes: la Iglesia necesita auténticos testigos para una nueva evangelización, hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar su experiencia a los demás».

Enrique Bonete Perales
Profesor de Filosofía en la Universidad de Salamanca