Estudiantes universitarios regalan al cardenal Rouco su testimonio - Alfa y Omega

Estudiantes universitarios regalan al cardenal Rouco su testimonio

«Poco a poco el pasillo que había delante de la capilla se fue convirtiendo en nuestro lugar preferido». Una veintena de testimonios como éste forman El corazón de la Universidad, un cuadernillo con cartas de agradecimiento y homenaje al cardenal Rouco, en el que personas de diversas edades y estados de vida recuerdan el bien que les ha hecho Pastoral Universitaria

Redacción

La capilla de la Universidad «siempre ha sido un lugar muy sorprendente de mi Escuela: no es un aula, pero se enseñan las materias más importantes de la vida… No es el gimnasio, pero allí se ejercita y se fortalece el alma… No hay exámenes, pero allí se prepara la verdadera prueba final. En esta cátedra el Maestro tiene siempre la puerta abierta, te recibe siempre con los brazos abiertos». Javier Herrero es ingeniero industrial, y describe así lo que significa la presencia de una capilla de Pastoral Universitaria.

El de Javier es uno de los 21 testimonios de universitarios que componen El corazón de la Universidad, que la Delegación episcopal de Pastoral Universitaria de Madrid ha editado como homenaje y agradecimiento al cardenal Antonio María Rouco Varela.

Como explica en la introducción el Delegado, padre Feliciano Rodríguez, «estos testimonios quieren ser un canto de alabanza a Dios por sus misericordias, y a la vez, un agradecimiento sincero y sencillo a usted, don Antonio María, que en estos 20 años tanto ha impulsado, con preocupación de padre, visión de pastor y audacia de apóstol, la evangelización de y en la Universidad».

Entre los testimonios hay jóvenes y menos jóvenes, laicos, religiosas, sacerdotes, y matrimonios que se conocieron en la Universidad. Hay también profesores que conocieron la Pastoral como estudiantes y ahora siguen participando en sus actividades, e incluso algún responsable de una Facultad.

Es el caso de José Luis Parra Alfaro, Director de la Escuela de Minas de la Universidad Politécnica. Subraya la cooperación y comprensión de los responsables de Pastoral y de todos los capellanes. Su presencia «ha venido a enriquecer la apuesta por la formación en valores que nos planteamos en nuestra Escuela, con unas actividades que se pueden llamar con toda propiedad de extensión universitaria, que en este caso se centran, como no puede ser de otra forma, en proponer a estudiantes, profesores y personal el mensaje del Evangelio y, por consiguiente, los ideales cristianos».

Parra se muestra, además, convencido, «porque así me ha sido manifestado, que estas actividades son también muy bien recibidas por personas no creyentes. Constituyen por tanto un testimonio de la acogida y el servicio que, a mi juicio, deben presidir nuestra actuación como cristianos en la Universidad y, en general, en la sociedad».

Jóvenes de familias cristianas que refuerzan y maduran su fe en la Universidad, otros alejados que descubren al Señor; vocaciones que se descubren, matrimonios que se conocen… forman un florilegio que los católicos madrileños que han pasado por la Universidad quieren ofrecerle, en su despedida, al cardenal Rouco.

Amigos en Cristo

«[Seguramente mis ratos de oración en la capilla] habría sido todo mi contacto con la Pastoral Universitaria si no fuera porque, al curso siguiente, que ya tenía alguna clase por la mañana, empecé a ir con unos amigos a Misa a las 12.45 y después nos quedábamos alguna vez al grupo. Cuando conocimos el buen ambiente que allí se respiraba, empezamos a ir habitualmente. Poco a poco el pasillo que había delante de la capilla se fue convirtiendo en nuestro lugar preferido. Precisamente porque nos sentíamos tan queridos, se nos ocurrían muchas propuestas: «¿Podemos tocar la guitarra en Misa? ¿Y si rezamos juntos la Liturgia de las Horas? ¿Preparamos un cartel para…?» (Hermana María Talitha, Iesu Communio).

En la Escuela de Minas, «a pesar de que se celebraba la Eucaristía a diario, si no recuerdo mal, faltaba un grupo que animase y propagase la vida que se escondía dentro de ese desapercibido rincón. En los años 2002-2004 el capellán, un sacerdote apuesto y jovial, nos invitó a formar un grupillo cristiano que irradiase luz en el patio y aulas de la escuela. Y así sucedió: a los pocos meses, la escuela estaba empapelada con carteles. Se nos veía a los cristianos en el altillo de las aulas, invitando, muchas veces ante la atónita mirada de alumnos y profesores, a alguna actividad» (Samuel Ramos y Beatriz Abad, matrimonio, se conocieron en Pastoral).

«Cuando comenté con una amiga lo difícil que me parecía encontrar un momento fijo del día para tener oración, ella me respondió que el Señor me buscaría el lugar y la hora. Y así fue. Poco después descubrí que desde que terminaba las clases hasta que salían los autobuses desde la Facultad de Montepríncipe hacia Madrid tenía casi una hora. Y así empecé a hacer oración todos los días en la capilla de la Facultad de Farmacia. En plena preparación de los exámenes de fin de curso, recibimos la Cruz de los jóvenes. Se celebró la Santa Misa a la que fui con unos compañeros. Para mi sorpresa, dos salieron muy emocionados. Una chica de otra religión, que había visto que aquélla era la verdadera, y un chico que llevaba aparentemente una vida muy superficial. Por ellos rezo de manera especial» (Hermana Isabel de la Virgen de Gracia, carmelita descalza).

Apostolado en las aulas

«Cuando uno aterriza en la Universidad, recién salido del ambiente familiar y protegido de un colegio religioso, la primera impresión es de estar a la intemperie. Surgen mil dudas y planteamientos martiriales que tienen un poco de sentido común y un mucho de imaginación. Así, el encuentro diario con Cristo Eucaristía se concibe primero como un puerto seguro, como ese alimento al que uno no puede renunciar si quiere serle fiel. La Pastoral se ve como una bendición: ¿Qué haría yo sin esto? Luego la cosa cambia, y con el tiempo empiezas a ver que la pastoral no es el ámbito donde yo recibo lo que necesito, sino algo en lo que se puede implicar la vida, comprometerla para que otros gusten lo que yo he recibido. La Pastoral Universitaria nos ayudó a crecer; fue a la vez hogar y reto» (Lucía Otaola y Pilar Abaira, religiosas de la Compañía del Salvador).

«Sé que compañeros de clase me veían entrar en la capilla y se quedaban removidos interiormente; y es que es por el apostolado del ejemplo como empieza a transmitirse la fe» (Hermana Macarena de María, Hija de Santa María del Corazón de Jesús).

«En una escuela técnica como la de Caminos, la capilla y sus actividades eran el soplo de Vida que faltaba entre tantas clases llenas de números, tensores y estructuras. Además, la capilla impulsaba siempre al apostolado. ¡Era tan fácil y urgente! La tarea apostólica era, probablemente, la que más nos unía y recuerdo con mucho cariño los nervios que teníamos antes de entrar en un aula abarrotada para dar testimonio de vida cristiana e invitar a la capilla. En más de una ocasión, el aula nos despidió con aplausos» (Bernardo Castiñeira, ingeniero de Caminos y matemático).

La llamada

«En ese ambiente comenzó a madurar la semilla de la llamada al sacerdocio, con la ayuda de mi capellán, el testimonio de seminaristas que iba conociendo; algunos amigos de la capilla iban entrando en el seminario o en la vida religiosa. Un día el capellán me dijo que no olvidara que el sí a Dios era el ciento por uno y la vida eterna. Esto fue como un torpedo en la línea de flotación que acabó por tumbar mi resistencias, que las tuve y grandes. Acabé la carrera y empecé a trabajar, pero ya nada era igual. No me llenaba nada salvo confirmar mi sí al Señor. Tres años después de acabar la Universidad, entré al seminario. Soy un pequeño de la Misión Universitaria de aquel año 1998/99» (Padre Ismael Rojo).

«El grupo de los de Pastoral estábamos, siendo de distintos movimientos apostólicos o de parroquias, empastó muy bien y hasta lanzamos cabos a nuestros vecinos, los arquitectos técnicos y los de Bellas Artes, para tener con ellos las reuniones. Pasábamos por las clases para darnos a conocer, organizábamos la construcción de un belén, para dar tesitmonio; participábamos del rosario universitario y organizábamos actividades de voluntariado. En una ocasión una profesora realizó un campo de trabajo que aunaba la fe y la arquitectura, fue allí donde conocí a la que sería mi mujer» (Vicente Enguix, arquitecto).

Los capellanes

«Tras la ordenación sacerdotal, la providencia me situó en la misma capilla en la que se había ido fraguando mi vocación sacerdotal, esta vez como capellán, para asombro de alumnos (¿Es verdad que usted estudió aquí? ¿Y es verdad que terminó la carrera?); de algunos profesores (¿Yo te di clase? ¿Te suspendí? -debe de ser casi pecado haber suspendido al que años más tarde es tu capellán-); y de mí mismo, qu eme encontraba por las mañanas recorriendo el pasillo que tantas veces había andado camino de clase. He podido ser testigo de la obra del Espíritu en las almas impulsando deseos de santidad y apostolado y suscitando vocaciones. He sido también testigo de la persecución a la Iglesia, de la irracional lucha ideológica en contra de las capillas y de la capacidad de los cristianos en la Universidad para defender sus derechos sin adoptar las armas del mundo» (Padre Enrique Rueda, capellán universitario).

«Puedo reconocer ahora algunos criterios no evangélicos que llevaba incorporados cuando empecé, aun supuestamente sabiendo la sana teoría. Estos años han supuesto dar pasos en el camino de la conversión en aspectos de vida cristiana como el voluntarismo y su actitud pelagiana, en distintos modos de integrismo (entendido como buscar distintos modos de poder para desde allí evangelizar), que oprimen secreta o manifiestamente la libertad y fecundidad de vivir los consejos evangélicos, etc. Queda mucho a este capellán para estar a la altura de la misión recibida, pero estos hitos han supuesto para mí un aire fresco que se manifiesta en mi vida personal y muy particularmente a mi servicio pastoral» (Padre Rafael Hernando, capellán).