Ester, misionera: «El Papa ha puesto a Corea en el foco de la evangelización de Asia» - Alfa y Omega

Ester, misionera: «El Papa ha puesto a Corea en el foco de la evangelización de Asia»

Ester Palma, de los Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios, ha pasado ocho años en Corea del Sur como misionera. Después de haber traducido parte del encuentro de la Jornada Asiática de la Juventud para el Papa, cuenta a Alfa y Omega lo que ha significado la visita del Papa para Corea

María Martínez López

El día 15 de agosto, Ester Palma habló al oído del Papa Francisco, durante su visita a Corea. Esta misionera española, perteneciente a los Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios, formó parte del equipo organizador de la Jornada Asiática de la Juventud. Su comunidad trabajan en la pastoral juvenil de la diócesis de Daejeon, la diócesis que acogió este encuentro de jóvenes católicos asiáticos, y se implicaron en su preparación. Ester, en concreto, estaba en el equipo de traducción, puesto que, antes de consagrarse, había hecho la carrera de Traducción e Interpretación.

Sin embargo, el hecho de traducir todas las intervenciones al español, para que el Papa las escuchara a través de auriculares, fue una sorpresa para ella. «Esta oportunidad —explica— fue un honor, una gracia de Dios. Me lo dijeron 20 minutos antes, porque no estaba previsto que fuera yo, pero se necesitó y yo dije que sí. Había entrado en la comunidad misionera después de terminar la carrera, para servir a Dios y para anunciarle en el mundo entero. Ahora sentía que Dios me guiñaba el ojo y me decía: Anda, a traducir al Papa, que sé que lo estás deseando. Quiero dedicar ese momento, en el que estaba hablando al oído al Papa, a mis padres, por todo lo que han sacrificado por mí y ofrecerles con ese momento toda la gratitud que tengo por su amor incondicional. Me gustaría decirles: ¡Gracias, papá! ¡Gracias, mamá! Os quiero mucho».

Después de este verano tan intenso, Ester se encuentra de vuelta en España para descansar y, después, iniciar un año sabático dedicado a formarse. Ahora, comparte con Alfa y Omega su experiencia sobre el valor que ha tenido la visita del Papa a Corea para este país, uno de los más desarrollados del continente, y donde la Iglesia se encuentra en una situación bastante buena, aunque —advierte ella— corre un cierto riesgo de acomodamiento que espera que la visita del Papa haya disipado.

¿En qué consiste exactamente la Jornada Asiática de la Juventud?
La Jornada Asiática de la Juventud se empezó a organizar porque, en las JMJ, los jóvenes asiáticos sentían que se perdían, porque eran muy pocos y vienen de una realidad bastante particular. A los jóvenes no se les llama participantes, sino delegados. Es un encuentro de elite en el sentido de que son personas escogidas para ello, aunque se trata de gente sencilla. Vienen muy pocos: mil de toda Asia —50 de la India, 20 de Camboya, 6 de Nepal o Bangladés…— y otros mil del país en el que se celebra; y vienen con la responsabilidad de luego transmitir lo que han experimentado y aprendido en su diócesis, en su parroquia. Para ellos, sólo el poder venir es una oportunidad única, que viven con mucha gratitud, sobre todo en los muchos casos en los que lo han hecho con beca. Además, han tenido el privilegio, por ser tan pocos, de ver muy de cerca al Papa, que no había venido antes a una JAJ. Se sentían elegidos, y lo vivían con una gratitud enorme y una alegría desbordante.

¿Qué mensajes del Papa durante su viaje cree que son más importantes para la Iglesia en Asia?
Lo primero que es significativo es que el Papa haya elegido venir a Corea para asistir a un encuentro de sólo 2.000 personas. El día 15 llegaron a ser 6.000 jóvenes porque, a la vez, organizamos una Jornada Coreana de la Juventud. ¡Cualquiera día que el Papa se asome a su balcón en Roma, hay más gente! Además, los encuentros se celebraron en pueblos pequeños. Creo que él tenía el deseo de encontrarse con los jóvenes de toda Asia reunidos, era una oportunidad para él.

Para mí, uno de los mensajes más significativos para la Iglesia en Asia fue el de la comida con los obispos del continente. Todos ellos viven en realidades no cristianas. El Papa les dijo que tenemos que tener nuestra identidad cristiana, pero también estar abiertos a dialogar. Les dio las claves para una realidad multicultural. Los obispos le dijeron: «Ya hacemos eso, pero no se bautizan». El Papa los animó a seguir caminando con la gente, también en esa pobreza de no ver, en la mayoría de países, grandes cifras de conversiones.

El Papa quiere impulsar la evangelización de Asia. ¿Qué papel puede jugar Corea?
Corea es un país que tiene muchas posibilidades, tanto económicas como por el momento que vive la Iglesia. Pero ésta tiene un punto débil: ha estado un poco enriquecida y orgullosa, muy centrada en sí misma. En comparación con otros países como Vietnam o Indonesia, donde la Iglesia es muy pequeña, pobre o incluso perseguida, pero está mandando ya misioneros a otros países, te das cuenta de que estamos dormidos. El lema de la Jornada era Despierta, la gloria de los mártires brilla sobre ti. El Papa iba en esa línea con mucha intención, queriendo poner a Corea en el foco de la evangelización de Asia. La evangelización de Asia tienen que hacerla los asiáticos. El Papa venía a ponerlos en camino, pero no de cualquier manera, sino desde la humildad y el servicio, sin triunfalismos. Y sí tengo la esperanza de que su visita va a dar ese fruto. Creo que los jóvenes coreanos han despertado, al ver que en otros sitios no tienen catequistas ni sacerdotes, o al ver la realidad de la Iglesia china.

¿Qué sentido tiene, en ese contexto, la petición del Papa de una Iglesia pobre?
Hablar de pobreza ha sido un tema profético en Corea. La Iglesia necesita medios para evangelizar, pero nunca puede enriquecerse. Para estar con los pobres, la Iglesia tiene que ser pobre. En este aspecto, la Iglesia en Corea está dividida, el enriquecimiento de la Iglesia es una piedra de tropiezo que el Papa ha denunciado con claridad, y ha sido un aliento muy grande para algunos profetas, obispos y sacerdotes, que intentan vivir y hablar así y a los que a veces se mira mal.

¿Cómo ha recibido al Papa el resto de la población, los no cristianos?
Aunque no es un país cristiano, todo el pueblo estaba esperando al Papa. Por ejemplo, un día iba yo en el autobús y un señor, al verme la cruz, me dijo: «Yo veo que el Papa es nuestro líder mundial, porque es un líder moral. Obama y los grandes presidentes son líderes políticos, pero a ninguno nos mueven el corazón». Este hombre, que no era de ninguna religión, había estado estudiando quién era el Papa para escuchar lo que decía y seguir sus palabras. Me dijo que era el líder religioso que más le inspiraba, porque siempre elegía coches pequeños. En Corea, el tipo de coche que uno lleva es muy importante.

Por tanto, los gestos del Papa han sido muy importantes, ¿no?
Sí. Al pueblo coreano le ha tocado mucho también los gestos con las familias de las 300 víctimas del naufragio del ferry Sewol hace unos meses. Parar el coche y bajar a saludarlos, ponerse el pin conmemorativo de las víctimas, y la carta entrañable que escribió a los familiares que todavía están acampados en el puerto, esperando a que se recupere el cadáver de sus hijos. Estos gestos contrastan con la actitud fría y los intentos de periodistas y políticos de ignorar el naufragio. El Papa ha sabido dónde nos duele, y se ha acercado a nosotros. Eso ha conquistado el corazón de la gente.

¿Qué ha supuesto esa tragedia para la sociedad coreana en su conjunto?
Ha sido un exponente de lo que es la sociedad coreana: un país muy desarrollado pero con muchos agujeros en lo más básico. Puedes tener la mejor tecnología, el mejor ejército. Pero cuando el barco se estaba hundiendo, podían haber sacado a todos esos chicos, y nadie fue capaz de poner los medios. Me pareció significativa una entrevista que, en televisión, hicieron a un militar de los cuerpos especiales, entrenado entre otras cosas para luchar contra Corea del Norte. Él había estado en la parte de arriba del barco, pero no llegó a entrar. Le preguntaron por qué, y contestó que su vida corría peligro. Durante esos días, que coincidieron con Semana Santa, Corea vivió su propia Pasión: el vacío que experimentó, el preguntarse de qué nos sirve todo lo que tenemos, si no vale para salvar a nuestros hijos.

¿Cuál es la raíz de esta crisis de valores que vive la sociedad?
La sociedad coreana es muy competitiva. No por sus tradiciones, sino porque con el desarrollo de los últimos años, el país se ha vaciado de los valores tradicionales y ha puesto el valor en el dinero y el poder. Antes, sí se reconocía el valor de la vida, y de ayudarse unos a otros. Después de la guerra, por intentar desarrollar el país, se pasaron. Así se lo dijimos al Papa en una carta que le enviamos para orientarle sobre la situación del país.

El Papa habló de los núcleos de pobreza que persisten en una sociedad así.
Los ancianos, por ejemplo, son una realidad muy marginal. Tienen muy poca pensión, los seguros médicos son carísimos. En nuestro barrio, los ancianos viven en casitas pobrísimas, ya abandonados por los hijos… Los hijos de mediana edad están muy ocupados en trabajar, los jóvenes no tienen tiempo por los estudios… Son personas que han trabajado toda su vida, y viven en la marginación. Hay muchos suicidios entre ellos, creo que más que entre los adolescentes. Se plantean de qué les sirve seguir viviendo si han llegado al final de sus días sin nada y sin gente a su lado.

Su comunidad trabaja con la pastoral juvenil. ¿Cómo afecta esto a los jóvenes?
Desde pequeños, los preparan para el examen de acceso a la universidad: 15 o 17 horas de estudio al día, sin jugar ni nada… llegan a la universidad destruidos. La sociedad les inculca que si no son el número 1, no valen. Las altas cifras de suicidios se deben a que se sienten incapaces. Los valores del Evangelio —perdón, caridad, servicio a los demás— están totalmente perseguidos, porque parecen una renuncia y nadie quiere quedarse atrás. ¿Cómo les inculcas el valor al otro, al débil? Algo como prestar los apuntes les supone una lucha.

Parece que sólo la Iglesia defendiera unos valores distintos. ¿Cómo lo hacen?
Queríamos que la referencia a los mártires en el lema de la Jornada fuera un estímulo para los jóvenes, para que tomaran conciencia de que ellos también están en medio de persecuciones y tienen que ser valientes. También en nuestros retiros con jóvenes les hablamos siempre de ello: tienes que ser tú mismo, no tienes que llegar a Samsung o Kia, si quieres ser peluquero o pintor debes desarrollar ese talento. Pero tenemos pendiente una catequesis con los padres, para que pongan sus valores en otro sitio. El discurso competitivo está tan generalizado que incluso muchos padres católicos les dicen que no se preocupen por ir a Misa, o a hacer un voluntariado, porque van a perder esas horas de estudio. Muchos jóvenes participan en estas cosas en contra de los padres.

La evangelización de Corea por parte de laicos coreanos, muchos de los cuales fueron mártires, es una peculiaridad. ¿Qué más pueden aprender la Iglesia y el país, hoy, de ellos?
En Corea, el hecho de que fuera su misma gente, laicos jóvenes, los que empezaron a conocer el Evangelio y a dar la vida por la fe les ha hecho sentir el cristianismo como algo muy suyo. Con el paso de los años, la Iglesia se ha hecho un poco más clerical. Pero el Papa les animó a volver a los orígenes, al encuentro con los laicos, a la fuerza de las comunidades… La Iglesia en toda Asia es de la gente sencilla, de los catequistas que van casa por casa. Ante la tragedia del ferry, el mensaje de los mártires también era significativo, porque dicen que merece la pena dar tu vida para salvar otras vidas.

Dice que en Corea se ve el cristianismo como algo en cierto sentido propio. Sin embargo, el cristianismo, aunque tiene una presencia significativa, es minoritario, y la sociedad está impregnada de valores que no son cristianos. ¿Cómo miran los coreanos a la Iglesia?
Aquí, la Iglesia tiene muy buena imagen, porque aunque la gente viva en esta sociedad materialista, la gente, en su corazón, anhela otra cosa. En los años 70, cuando empezaron los movimientos por la democracia, recibieron mucho apoyo del cardenal Kim, que les dejaba refugiarse en la catedral de Seúl. Las monjitas se ponían delante de los tanques para ayudar a la gente, y eso se ha grabado en el fondo del alma de los coreanos. Hace tiempo, se hizo muy famosa una encuesta que decía que el 75 % o el 80 % de las personas que no tenían religión, si tuvieran que escoger una, se harían católicas.