Cómo Benedicto XV casi termina con la Primera Guerra Mundial - Alfa y Omega

Cómo Benedicto XV casi termina con la Primera Guerra Mundial

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Hace cien años, millones de cristianos europeos vieron la llegada de la guerra con un grado de aceptación, incluso de júbilo, que a posteriori parecía difícil de creer.

Para los alemanes, especialmente, este fue un momento de Transfiguración, un Nuevo Pentecostés. Otros países vieron cumplirse la profecía, un signo apocalíptico. Entre todas las Iglesias del mundo, es difícil encontrar líderes que hubieran hablado como hubiéramos deseado que lo hiciera un hombre cristiano de experiencia en aquellas terribles circunstancias. Con algún alivio, sin embargo, podemos mirar hacia aquel hombre que de hecho habló como un profeta, y quien además ofreció una visión genuinamente realística de la paz.

Cristianos asesinados por cristianos

Bajo el Papa Benedicto XV (1854-1922), el Vaticano se volvió un centro para el activismo efectivo de paz cristiana. Benedicto asumió el cargo el 3 de septiembre de 1914, una pesadilla en la historia europea. (La muerte de su predecesor, Pío X, se había acelerado por la presión y los miedos debidos al comienzo de la guerra). El ejército alemán avanzaba en París, y la titánica Batalla de Marne estaba sólo a días de distancia. Había terminado el año y dos millones de soldados yacían muertos, cristianos asesinados abrumadoramente por otros cristianos.

¿Qué podríamos esperar que hiciera el Papa en estas circunstancias? Lo primero, claramente, era lamentarse de la matanza, y suplicar el fin de la violencia, y esto hizo Benedicto XV repetidamente. En el curso de una semana desde su ascenso, condenó «el terrible espectáculo de esta guerra que ha llenado el corazón de horror y amargura, observando toda Europa devastada por el fuego y el acero, enrojecida con la sangre de cristianos». La guerra era «la pesadilla de la ira de Dios».

«No hay límite de ruina y matanza»

En noviembre de 1914, protestó: «No hay límite a la medida de ruina y matanza; día a día la tierra es empapada con la sangre recién derramada, y cubierta con los cuerpos de los heridos y asesinados. ¿Quién puede imaginar, mientras los vemos llenos de odio unos contra otros de esta manera, que son todos de un mismo linaje, de una misma naturaleza, todos miembros de una misma sociedad humana? ¿Quién reconocería a los hermanos, cuyo Padre está en el Cielo?».

En 1916, se llevó a cabo su famoso lamento «el suicido de la Europa civilizada».

Benedicto XV también ofreció planes estrictamente prácticos para limitar el conflicto. En 1914, instó, al menos temporalmente, al cese del fuego en Navidad para que el cañón no bombardeara la noche en que los ángeles cantaron. Pero su enorme contribución llegó en agosto de 1917, en un tiempo en que todo el poder de los combatientes se enfrentaban al agotamiento y la desmoralización, un tiempo de hambre, y profunda intranquilidad en todo el continente. En ese momento catastrófico, ofreció una propuesta de paz que, cuando consideramos cómo se llevaron a cabo los eventos, suena como una alternativa casi utópica.

La gran propuesta para frenar al guerra

Clamando desde una posición de total imparcialidad, Benedicto XV invitó a la paz sin victoriosos o perdedores. Los Estados rivales cesarían la batalla y restaurarían los territorios que habían conquistado, dejando las disputas al arbitraje. Básicamente, sin embargo, el punto fundamental debía de ser la sustitución de la fuerza material de las armas por la fuerza moral de la ley; por lo tanto, habría un solo acuerdo de todos para la reducción simultánea y recíproca de los armamentos, según reglas y garantías que establecieran, en la medida necesaria y suficiente, el mantenimiento del orden público en cada Estado. Entonces, en lugar de ejércitos, habría una institución del arbitraje, con su noble función de pacificación, de acuerdo a los estándares que se acordaran y con las sanciones a decidir contra el Estado que hubiera rehusado presentar asuntos internacionales ante el arbitraje o aceptar sus decisiones.

Un Papa contra el reclutamiento militar

Una vez desarmadas, las naciones europeas usarían el dinero ahorrado para la reconstrucción social.

El nuevo orden global de Benedicto XV reconocería, además, la libertad de los mares y los derechos de los países más pequeños.

Y el mismo espíritu de igualdad y justicia debería dirigir el examen de otras cuestiones territoriales y políticas, especialmente aquellas relacionadas con Armenia, los Países Balcánicos y los territorios compuestos por el antiguo Reino de Polonia, que especialmente por sus nobles tradiciones históricas y los sufrimientos que había padecido, particularmente durante la presente guerra, habría de contar (con razón), con las simpatías de las naciones.

Benedicto XV incluso favoreció el fin del reclutamiento militar, que en el contexto europeo de la época habría constituido una revolución social.

«La credulidad idiota del Papa»

Aunque la propuesta de Benedicto fracasó en su propósito, los poderes enfrentados la trataron como una seria base para la negociación. Bajo su nuevo Emperador Karl, Austria y Hungría brevemente se inclinaron hacia la aceptación. El problema era que, incluso después de pérdidas desastrosas, cada poder creía que se entreveía una visión de la victoria final, que duraría lo suficiente para ver a sus rivales derrumbarse y sobrevivir como el último soldado.

Además, los años de propaganda habían sometido a cada nación a la creencia de que sus enemigos eran países diabólicos con quienes no era posible ningún acuerdo. En su implacable poema La Guerra Santa, Rudyard Kipling denunció «la credulidad idiota del Papa, las incertidumbres neutrales» que fallaron en reconocer el carácter apocalíptico de la lucha.

Finalmente, los poderes rechazaron la paz y el mundo tuvo que padecer otro año de masacre.

Precursor de la ONU

En retrospectiva, sin embargo, las ideas de Benedicto XV impresionan por su practicidad. Si sus principios suenan familiares es porque fueron sustancialmente incorporados a los Catorce Puntos que el Presidente de los Estado Unidos, Woodrow Wilson, presentó al año siguiente, y que suministraron los términos en que los alemanes derrotados finalmente aceptaron el armisticio, y dieron pie a la Sociedad de Naciones, germen de las Naciones Unidas. Llevados a cabo en la línea que Benedicto XV había previsto, su esquema de 1917 podría haber evitado los desastres de la guerra durante 1918, e incluso la Segunda Guerra Mundial.

En 2005, cuando Joseph Ratzinger fue elegido Papa, tomó el nombre de aquel gran predecesor que había intentado llevar la paz a una Europa profundamente dividida. Estaba rindiendo tributo a uno de los mejores Papas de los tiempos modernos. El suyo es un nombre excelente para recordar en este centenario del inicio de su Pontificado.

Philip Jenkins / Aleteia