Hermana Blanca Pérez: «Empezamos de cero. Y ahí sentí que el grano de trigo debe morir para dar fruto» - Alfa y Omega

Hermana Blanca Pérez: «Empezamos de cero. Y ahí sentí que el grano de trigo debe morir para dar fruto»

La hermana Blanca Pérez, de Medellín (Colombia) ha recibido la fe gracias a la labor que los misioneros españoles han hecho durante siglos en su país. Hace más de 30 años, dejó su tierra para ser misionera en África. Este martes dio testimonio en la 68ª Semana de Misionología de Burgos sobre su congregación, las Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, o lauritas, una congregación misionera nativa

María Martínez López

¿Cómo nace su congregación?
Nace en Colombia, en 1914, como respuesta al abandono en que estaban los indígenas. La madre Laura Montoya era maestra, y un padre de familia le contó que en la selva había indígenas abandonados. Estaban considerados como animales salvajes, e incluso se decía que no tenían alma. Ella, que había experimentado con mucha fuerza la paternidad de Dios, empezó a tener el deseo de que también ellos supieran que son hijos de Dios. Empezó a tocar la puerta de congregaciones, para pedirles que vayan donde los indios. Fue un escándalo y la consideraron loca, porque se decía que eso estaba en contra de la vida religiosa.

Laura había pedido ser carmelita, y justo cuando le dijeron que ya tenía la celda lista, renunció por la selva. Se fue con su madre y otras cinco jóvenes, y se demoraron cinco días hasta llegar a la selva mas inhóspita, donde construyeron un rancho que fue su primera casa.

En 1917, monseñor Maximiliano Crespo, [entonces obispo de Santa Rosa de Osos], que realmente entendió a Laura Montoya, las erige en congregación diocesana. Como se decía que la vocación que ella veía no era compatible con la vida religiosa, ella había renunciado a ella. Por eso siempre decía que «con la vida misionera se nos dio también la vida religiosa».

¿Cómo era su vida en la selva?
Iban a comer lo que los indígenas tienen, a vivir en sus chozas. Y propuso una pastoral itinerante. La primera reacción de los indios fue el miedo, todos huían porque estaban acostumbrados a ser maltratados y a que quisieran esclavizarlos. Cuando madre Laura les dice que tienen alma, empiezan a saltar de gozo: «¡Indio tiene alma, mucho bonito, indio no es animal!». Poco a poco, se van acercando. Madre Laura nos habla desde el principio de la pedagogía del amor. La única manera de llegar a unos seres tan despreciados es con mucho amor. Nos dice: «deben amarlos tanto que se les pueda decir que así es Dios, y mucho más».

Ella empezó con la enseñanza. De hecho, se fue a la selva ya con un nombramiento de maestra que pidió al Gobierno. Hacían una enseñanza a domicilio, de choza en choza, porque los indios tenían mucho miedo de agruparse, ya que otros habían aprovechado eso para atraparlos a todos juntos. Poco a poco, se formaron escuelas. Luego se vio la necesidad de atender su salud, y por eso empezó a trabajar en esto una misionera que era enfermera.

Colombia fue un país de misión. ¿Esto tiene algo que ver con el nacimiento de su congregación?
Es bonito pensar que madre Laura no surge de forma gratuita. Es porque los hogares viven de con fuerza la fe en las propias casas. Nosotros mamamos la fe con la leche materna. Fue tal el celo con que los misioneros españoles anunciaron la Palabra de Dios y nos evangelizaron, que los hogares eran muy cristianos, y esta muchachita nace en un hogar cristiano.

Y ahora, mientras en Colombia sigue habiendo misioneros españoles, ya hay misioneros colombianos en otros lugares.
¡Y ya hay muchos! Antes de morir, madre Laura ya tenía visión universal. Vio que había indios en Ecuador, en Bolivia. Antes de morir, hizo ya la fundación de Ecuador, y tenía otros proyectos. La mayoría de las casas empezaron en América Latina, porque aquí todavía hay indígenas. Siempre tenemos como destinatarios preferenciales los indígenas, u otros grupos que se asemejen a ellos por su situación. En las ciudades tenemos casas sólo de paso, o para hacer una pastoral con grupos como los gitanos. Nuestro sitio está en las selvas, incluso en las selvas vírgenes donde nadie más ha penetrado. Madre Laura quiso que fuéramos como Juan Bautista, preparando el camino a los misioneros. Por eso hemos trabajado con muchos misioneros europeos.

La situación de los indígenas y las selvas vírgenes, y la labor de la Iglesia en este ámbito, ha cobrado actualidad gracias a la encíclica Laudato si, del Papa Francisco.
Fíjate: la madre Laura, a pesar de estar al principio del siglo XX, ya se metió a defender las tierras de los indios, sus posesiones, el agua. Fue una mujer ecológica, porque quiso defender el ecosistema en el que vivían los indígenas. Tiene un libro: Voces místicas de la naturaleza, y es una de sus joyas como escritora.

Volvamos a hoy. ¿Cómo ha sido su propia experiencia misionera?
Fue muy variada. He estado 33 años en Congo-Brazzaville. Al inicio, como maestra, pero con el fin principal de aprender bien el francés y el kikongo. Nosotras trabajamos con los bakongo, un grupo étnico bantú. Yo ya había fundado una misión en Perú, y fui a Congo a fundar nuestra primera misión con ellos. Al llegar sólo encontré un cuartito para mí. Lo primero que hacemos es conocer casa por casa, la visita a domicilio es muy propia de nosotras. Queremos conocer cada poblado, cada familia, para ir descubriendo sus necesidades. Aquí había que empezar de cero, sin conocer el idioma ni la cultura. Y ahí sentí que el grano de trigo debe morir para dar fruto. Yo iba creyéndome preparada para la misión, pero sentí que tenía que empezar como un bebé que aprende. Cuando entramos, una de las dificultades era que, como congregación latina, éramos muy pobres. La gente estaba acostumbrada a los misioneros europeos, y nos decían: «Ustedes no sirven para nada, no tienen dinero. ¿Para qué les sirve la piel blanca si no tienen dinero?». Fue bonito hacer la misma experiencia que madre Laura: mirarlos con amor, acercarse a ellos, empezar a balbucear su idioma, probar su comida, sentirnos pobres como ellos… Entonces se abrieron las puertas.

¿Y cómo dejó Congo cuando salió de allí hace poco?
He estado trabajando mucho en formación de líderes, en promoción de la mujer. Empezar de cero y que todo se vaya haciendo, y terminar viendo el panorama de una misión, y que todo eso haya sido fruto del trabajo comunitario en respuesta a sus necesidades es muy bonito. Y hemos tenido mucho apoyo. Fue duro dejarlo y venir a trabajar a España. Ni siquiera me pude despedir de ellos, pero al mismo tiempo eso es mejor. Yo pensaba que me iba a morir allá, y resulta que los planes de Dios para mí fueron otros.