El camión repleto de grano que llega de Cáritas Española a salvar una aldea - Alfa y Omega

El camión repleto de grano que llega de Cáritas Española a salvar una aldea

Monseñor Juan José Aguirre, obispo de la diócesis de Bangassou, en la República Centraofricana, cuenta en su última carta el enorme esfuerzo que está realizando su pueblo en especial las mujeres de todas las religiones, por llevar la paz al país. También explica cómo un camión de grano enviado por Cáritas Española está sirviendo para devolver la esperanza aun pueblo que fue quemado por los rebeldes. La Fundación Bangassou, capitaneada por el hermano del obispo, está recogiendo apoyos para la candidatura de monseñor Aguirre al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014. El plazo finaliza a finales de julio -más información en www.fundacionbangassou.org-. A continuación ofrecemos la carta íntegra remitida por el obispo:

Juan José Aguirre

Tardas menos en romper un puente que en construirlo. Bangassou es una diócesis inmensa, llena de riachuelos y corrientes. Por lo tanto, también está llena de puentes que los cruzan. Puentes y puentecitos. De sólo dos troncos, o elevados y enteros. Un puente une dos orillas. Es una verdad de perogrullo, pero las dos orillas tiene que unirlas alguien y el que posibilita la unión tiene siempre su lado amable, mientras que el que provoca la desunión huele a mal bicho. Hace un año, un grupo de vándalos armados hasta los dientes cruzaron el puente que une el resto de la diócesis al poblado de Selim. Un puente de 15 metros, muy alto, sobre el río. Entraron tirando ráfagas de metralleta, y sus 1.000 habitantes huyeron despavoridos. Los ocupantes de los 3 Toyotas descapotables vieron la multitud escapando río arriba o tirada entre la maleza, y dispararon contra los rezagados hiriendo a muchos y prendieron fuego a las casas de esa pobre gente. El resultado fue más de 100 casas quemadas como arma de guerra; eso cuando no llegan a violar a las mujeres en masa en presencia de sus maridos. El fuego no sólo consumió los techos de paja, sino que arrasó sacos con semillas, camas y mosquiteras, ropas y colchones… con todo. Cuando una choza se quema, lo que hay dentro queda incinerado. Sólo queda, al final, un esqueleto negruzco y humeante, testigo mudo de la fuerza del fuego y de la inclemencia de quien lo prendió.

Por el mismo puente por el que entraron, huyeron de Selim aquellos criminales y dejaron la aldea en la desolación y en el llanto. Suerte tuvimos de que no quemaran el puente también. Un puente es como el dintel de una puerta: todos pasan por él para entrar y también cuando salen. Ese mismo puente, vio llegar un año después, el 15 de abril, el camión de la misión financiado por Cáritas Española. Si destartalado estaba el puente, no menos lo estaba el camión después de hundirse en socavones de un metro y medio rebosantes de fango fétido, típico de nuestra estación de lluvias. Esas lluvias que tanto bien harán a las cosechas son las mismas que hacen de los caminos de la selva un calvario interminable. A una media de 10 kilómetros a la hora, cargado de láminas de bambú, prensadas y alisadas para impermeabilizar los techos de las chozas, llegó nuestro Mercedes. No sólo. Porque debajo venían los sacos de grano de cacahuetes, listos para distribuir a los grupos de agricultores, en su punto para hundir en la tierra empapada de los campos, para pudrirse y germinar, para hacer brotar una mata con 10 ó 12 granos de cacahuete si la cosecha es buena, o incluso 18 ó 20 si ésta es excelente. Dijimos a las familias de coger las cenizas de la paja quemada de sus casas y fertilizar los campos con ellas. Así, testigos del fuego asesino, las cenizas podrán convertirse en la vida del grano. Después de Selim, fuimos a Dembia, y luego a Kendo. La gente reconstruyó miles de chozas. Cientos de grupos de agricultores se dividieron las semillas y decenas de éstos recibieron también aparejos de labranza. Ahora ya estamos demasiado dentro de la estación de lluvias, hemos aprovechado varios meses pero ya es hora de pararse. Completaremos el proyecto más tarde, cuando llegue otra vez la hora.

Así que, cuando un nutrido grupo de mujeres de Selim atravesó el puente, el dintel del pueblo, para venir a Bangassou y apuntarse a una plataforma de mujeres por la paz, comprendimos que ya no quedaban ascuas encendidas, ni en Selim ni en sus corazones, y que el viaje más largo no era el de Selim hasta Bangassou, sino el de engendrar la paz desde sus cabezas hasta sus corazones. 800 mujeres de todas las religiones y sectas confundidas gritaban por la paz en Centroáfrica. Gritaban, en una marcha a través la ciudad, contra luchas y ataques clandestinos de selekas y anti-balakas que hoy siguen sembrando la desunión y el odio por todas las regiones, provocando miles de desplazados internos que se esconden desde hace meses en parroquias y templos protestantes, y el éxodo de miles de musulmanes hacia Chad o Camerún. Estas mujeres pidieron que se pasara página, que se ahuyentaran las represalias, que se olvidaran las cuentas pendientes; rezaron todas juntas y cantaron para que las razones del corazón no se entrechoquen con el espíritu de revancha. Al fondo de la catedral, un grupo de mujeres de religión islámica, chiitas y sunitas confundidas, se sentaron sobre sus esteras, el rostro cubierto y la mirada baja, para pedir la paz al único Dios de la misericordia. Cantaron con todas ellas, rezaron a alta voz cuando les llegó el turno y entonaron una canción católica muy conocida que puso a las 800 mujeres de toda la catedral en pie. Todas están de acuerdo para que selekas y anti-balakas sean desarmados por las fuerzas militares que han llegado -también desde España-, pero, sobre todo para que sus maridos, sus hijos, sus novios, sus nietos y todos los violentos se dejen desarmar no sólo los machetes por fuera sino también, lo más difícil, el odio del corazón.