Evangelizar es nuestra gran revolución - Alfa y Omega

Después de la visita apostólica del Papa a varios países de América Latina, ¡qué belleza tienen esas palabras que tantas veces hemos escuchado y que salieron de los labios de Jesús: Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo! Es un espacio que Dios nos da, el mundo. Un espacio para dar a conocer quién es Dios y quién es el hombre, anunciando y mostrando el rostro de Jesucristo. La evangelización puede ser vehículo de unidad de aspiraciones, de sensibilidad, de ilusiones y, por qué no, hasta de utopías. Lo estamos viendo con nuestros propios ojos y experimentando en lo más profundo de nuestro corazón: mientras en algunos países reaparecen y se inician diversas formas de guerras y enfrentamiento, los cristianos insistimos y hacemos prevalecer que nuestra propuesta es la de reconocer al otro, verlo, sentirlo y tratarlo como hermano, sanar todas las heridas que tenga, construir puentes de encuentro y estrechar lazos, y ayudarnos a llevar las cargas.

La evangelización nos lleva a realizar una presentación adecuada de la antropología cristiana para así no respaldar concepciones equivocadas sobre la relación del ser humano con el mundo. El Papa Francisco nos lo dice en la encíclica que acabamos de recibir de sus manos: «La forma correcta de interpretar el concepto del ser humano como señor del universo consiste en entenderlo como administrador responsable» (LS 116). Por eso, la urgencia de evangelizar, de dar a conocer la persona de Jesucristo, porque Él es la alegría del Evangelio. Es a esa evangelización a la que todos los que formamos parte del pueblo de Dios estamos llamados. El Papa Francisco nos llama a una «nueva salida misionera», que tiene y perfila «un determinado estilo evangélico», que tan maravillosamente el beato Pablo VI, cuando nos hablaba de la espiritualidad del Concilio Vaticano II, formulaba diciéndonos que tiene que ser la «parábola de buen samaritano». El proyecto que nos quiere entregar se resume en dos frases: 1) sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo (EG 27) y 2) la salida misionera es el paradigma de toda la Iglesia (EG 15).

En la encíclica Laudato si, el Papa Francisco nos dice que, «cuando no se reconoce en la realidad el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado». Por eso, cuando no se va por el mundo, que es nuestra casa común, como el buen samaritano, que se detiene y se acerca a todos los que encuentra por el camino y ante aquellos que ve en alguna necesidad, sea la que fuere, se crea conflicto en la casa común. «Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye el dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona» (LS 117). Por eso hay que hablar de la novedad que trae Jesucristo para todos los hombres, para esta humanidad. El ser humano no es un ser más entre otros. El ser humano, todo ser humano, es imagen y semejanza de Dios. Y la revelación de esa imagen nos la ha dado Dios mismo haciéndose Hombre.

Jesucristo nos dice quiénes somos realmente y la relación que tenemos que tener con los demás y con toda la naturaleza. Y no habrá nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. Por eso el Papa Francisco insiste que «no hay ecología sin una adecuada antropología».

La mística de esta nueva etapa pastoral

Urge evangelizar. El corazón de la verdadera mística de esta nueva etapa pastoral está centrado en la alegría de evangelizar. La palabra alegría expresa lo que provoca la Buena Noticia. Hay que conservar la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas: ni tristeza, ni desaliento, ni impaciencia, ni ansiedad, sino cristianos que irradian con fervor a quien han recibido en su vida, que no es otro que Cristo, que se ha convertido para nosotros en Camino, Verdad y Vida. Hombres y mujeres que, al estilo de san Pablo, digamos con la fuerza de los testigos: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí».

¿Cómo hacer este anuncio de la alegría del Evangelio? Sabiendo que surge de la iniciativa primera de Dios y que depende del primado de su gracia. Por eso tiene sentido la expresión del Papa Francisco: «La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción» (EG 14). De manera que entendamos que la misión es sobre todo una obra de la atracción del Padre en Cristo por el Espíritu, María y la Iglesia, con la compañía de los santos y el testimonio de los peregrinos. La evangelización surge de la bondad de Dios y del éxodo misionero de la Iglesia. El camino de la evangelización es el de la belleza del amor de Dios, de ahí también que el evangelizador ha de ser un contemplativo de la Palabra y del pueblo al que quiere comunicar la Buena Noticia.

Os ofrezco algunas propuestas esenciales para saber vivir y hacer esta revolución de la evangelización que os animo a asumir: 1) la centralidad del amor manifestado en Cristo; 2) la comunión como armonía de las diferencias; 3) la paciencia con los límites y con todos los procesos; 4) la renovación a partir del kerigma evangélico. De otra manera, nos lo decía ya en el año 1950 Yves Congar, cuando nos recordaba que para llevar a cabo y llevar adelante una verdadera reforma católica o un reformismo sin cisma había cuatro condiciones: la primacía de la caridad y de la finalidad pastoral; la permanencia en la comunión de la totalidad católica; la paciencia para evitar los apuros y las demoras; y el retorno a la tradición originaria sin caer en innovaciones basadas en adaptaciones superficiales (Y. Congar, Vrai et fausse réforme Dans l’Église, París, du Cerf, 1950, 231-352).

Las bienaventuranzas del evangelizador

Esa gran revolución que es evangelizar ha de provocar en nosotros actitudes de autenticidad, que convierten la misma en bienaventuranzas:

1. Bienaventurados los que evangelizan teniendo una vida de profunda comunión eclesial.

2. Bienaventurados los evangelizadores que mantienen la fidelidad a los signos de la presencia y de la acción del Espíritu en los pueblos y en las culturas en las que anuncian el Evangelio, con respecto, diálogo, discernimiento y actitud caritativa.

3. Bienaventurados los que en la evangelización mantienen la preocupación por que la Palabra de la verdad llegue al corazón de los hombres y se vuelva vida.

4. Bienaventurados los que hacen un aporte positivo en la construcción y edificación de la comunidad cristiana.

5. Bienaventurados los que muestran el amor preferencial y la solicitud por los pobres y necesitados.

6. Bienaventurados los que asumen que en el anuncio del Evangelio la santidad del evangelizador es esencial para hacerlo creíble.

7. Bienaventurados los que asumen que la evangelización ha de hacerse desde la misericordia, la firmeza, la paciencia, la alegría.

8. Bienaventurados si el servidor que anuncia a Jesucristo es encontrado siempre fiel y su fidelidad crea comunión y dimana fuerza apostólica.