Dios es necesario: ¡anúncialo! - Alfa y Omega

Hace unos días meditaba las palabras de Jesús en las que nos dice que «vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles con calma» (Mc, 6, 34), y me impresionaron de una manera especial. Me llevaron a pensar en lo que hacemos con el hombre cuando lo separamos de Dios. Y entendí mejor algunas expresiones del Papa Francisco, como cuando nos dice: «no a un dinero que gobierna en lugar de servir», «no a una economía de exclusión» pues esta «economía mata», «no a la idolatría del dinero». Son expresiones que nos hablan de la primacía de lo humano. Hemos sido muy inteligentes para ir viendo a través de la Historia que los seres humanos éramos diferentes y superiores, pero esa diferencia y superioridad la hemos utilizado mal, pues con ella nos hemos convertido en conquistadores y excluyentes, en buscadores de lo que era mejor para mí mismo y no de lo que es bueno para todos.

El Señor dijo que tenía lástima de los hombres, pues estaban sin pastor. Él se presentó como el verdadero y el buen pastor. Tiene tal fuerza esta llamada para todos los cristianos y, por supuesto, para quienes el Señor ha querido regalarnos su misión, que se convierte en una invitación a toda la Iglesia para salir al mundo y anunciar a todos a Jesucristo. Es algo apasionante en este momento de la Historia. Mostrar a Jesucristo con obras y palabras tiene consecuencias personales y sociales impresionantes, y hace posible que esa luz sea donde la persona experimenta la misericordia y el amor, la ternura y la cercanía de Dios, y el modo más certero de enseñar a vivir para los demás. Es una tarea a la que os invito. Entremos en diálogo abierto con todo ser humano. Propongamos la acogida del Evangelio, haciéndolo de tal manera que quienes nos escuchen experimenten que Jesucristo ilumina a cada persona.

Desconocer a Dios es desconocer la verdad del hombre. Tenemos signos evidentes de la necesidad que los hombres tienen de Dios, pero a menudo nos cerramos en nuestros intereses y preferimos hacer de nosotros un dios, que en el fondo es hacernos dueños y señores de los demás. De tal manera que hacemos de los otros posesión y no don. Ciertamente, Jesucristo nos muestra y nos dice con sus obras y palabras que el prójimo es un don inmenso que Dios nos regala, que es alguien irrepetible, imagen de Dios mismo. Precisamente, por ello nos enseña a eliminar muros de separación que en tantas circunstancias hacemos los hombres, donde la exclusión es evidente y el descarte una realidad. Dejemos que el Señor entre en nuestra vida y en nuestra historia personal y colectiva. Si permitimos que la vida del Señor ocupe nuestra vida, la caridad fraterna se expresará en programas, obras e instituciones que busquen siempre la promoción integral de la persona y el cuidado y la protección de los más vulnerables.

Cuando no hacemos de nuestra vida y de la del otro un don, aparecen unas constantes destructivas. ¿Qué significan estas palabras: diferencia, superioridad, conquista, exclusión? Expresan cuatro etapas de la Humanidad en las que la ausencia de Dios en la vida del hombre plasma situaciones de descarte. 1) La primera etapa del ser humano en esta historia es diferencia: alguien miembro de una especie que se distinguía de otras por ciertas propiedades que poseía en exclusiva. Muchos mitos en las diversas culturas tratan de explicar en qué se distingue el hombre de los animales. 2) La segunda etapa es de superioridad: el ser humano aparece como mejor que las otras especies que viven con él, y le aproximan más a lo divino. En esta etapa aparece una novedad muy grande: tanto el judaísmo como el cristianismo nos hablan de esa superioridad del hombre como resultado de una elección por parte de Dios mismo, es una elección graciosa. Dios se hace Hombre: esto es lo que confiere la dignidad al hombre. 3) La tercera etapa es de conquista: el ser humano debe dominar a otros seres, convirtiéndose en dueño de la naturaleza, lo que le lleva a caer en la tentación y a veces en la realidad de adueñarse también del otro. 4) La cuarta etapa es la de la exclusión, es decir, el hombre es el ser más alto, nadie puede estar por encima de él. De tal manera que intenta eliminar a Dios. Es precisamente en esta etapa en la que se forja la palabra humanismo. Pero, ¿hay verdadero humanismo cuando se excluye a Dios? Hay que superar esta etapa y comenzar la quinta: Dios es necesario.

El proyecto de eliminar a Dios ha fracasado, el hombre se está dando cuenta de que prescindir de Dios es una amenaza a la existencia humana. La eliminación y el olvido de Dios crean un abismo en el interior del hombre. Producen una ruptura en su existencia que le hace no sentirse dichoso. El ser humano no resiste ese abismo y esa ruptura, percibe de modos diferentes que esto provoca su enfermedad, la de no saber quién soy. Cuando se retira a Dios, se retorna a otros dioses, y esto no es bueno para el hombre.

Tengamos la osadía y la lucidez de hacer una ecología integral, una verdadera ecología humana y social en la que Dios es necesario, pues el ambiente natural, social, político y económico está en estrecha relación. Hay que buscar siempre el progreso integral, pero para ello hay que salir a anunciar a quien hace posible que nunca olvidemos a nadie: Jesucristo.