Blázquez, sobre el Sínodo: «Hay intentos increíbles de redefinir la familia» - Alfa y Omega

Blázquez, sobre el Sínodo: «Hay intentos increíbles de redefinir la familia»

El cardenal Blázquez, presidente de la CEE, ha escrito una carta sobre el Sínodo de la Familia que se celebrará en octubre, al que acudirá como primer representante de España. En ella realiza una encendida defensa de la vocación matrimonial, denuncia «contaminaciones ideológicas» en torno al Sínodo y recuerda que el matrimonio es la unión «estable e irrevocable de un varón y una mujer»

José Antonio Méndez

El próximo mes de octubre, el cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, encabezará la delegación española que participe en el Sínodo de los obispos sobre la Familia. Un Sínodo cuyos debates mediáticos se están centrando en cuestiones polémicas y marginales –por lo que tienen de peso cuantitativo–, como la comunión a los divorciados vueltos a casar, la consideración civil de las parejas de homosexuales, o la cuestión de los procesos de nulidad, y que intentan introducir criterios ideológicos y políticos en cuestiones del Magisterio, como ha denunciado el propio Papa Francisco.

En realidad, el Sínodo pretende abordar no sólo estos asuntos, sino sobre todo temas de mucho mayor calado como la preparación de los novios al matrimonio, el acompañamiento real a las familias, la acogida a personas en situaciones irregulares, el apoyo a los padres en la educación de los hijos o la exposición positiva y cercana de la propuesta que hace la Iglesia en lo que respecta al matrimonio y la familia.

Por eso, el cardenal Blázquez ha querido escribir una carta para «ofrecer algunas consideraciones sobre este amplio campo de vida y misión cristianas», en la que denuncia que «hay intentos de redefinir con atrevimiento increíble el matrimonio y la familia», que exigen de la Iglesia reafirmar y recordar «frecuentemente en qué consiste la familia», para que «la confusión sobre realidades tan básicas no se asiente en la cultura ambiente, ni oscurezca las convicciones básicas de las personas».

Igualdad, pero no ideología de género

Blázquez recuerda que «en nuestro mundo y en nuestra sociedad necesitamos ponderar la grandeza de la vocación al matrimonio cristiano y a la familia, que se fundan en el bautismo y la iniciación cristiana», como ocurre con la vocación sacerdotal y a la vida consagrada. Y lamenta que aunque según la creación de Dios «el varón y la mujer comparten la condición de imagen de Dios» y «poseen la misma dignidad personal, sin privilegios ni discriminaciones», hoy «en nuestra cultura nos cuesta a veces trabajo comprender que existen diferencias que no son consecuencia de privilegios ni de discriminación, pues varón y mujer poseen la misma dignidad en su recíproca diferencia».

En una andanada contra los postulados del feminismo radical y la ideología de género, el cardenal Blázquez recuerda que «la igualdad en el matrimonio es igualdad en dignidad dentro de las legítimas diferencias sexuales, de sensibilidad y de vocación» y que «el varón realiza su condición humana como varón, y la mujer responde a su dignidad humana como mujer». Por eso, citando una expresión del Papa, pide que los católicos «seamos lúcidos ante todo intento de colonización ideológica».

Gozo, cruz, divorcio y paciencia

Blázquez señala que el amor no es siempre un camino de rosas, pues «su belleza deriva del amor personal con su gozo y su cruz». Y porque no se puede evitar que surjan las dificultades en la vida matrimonial y familiar, «la vocación al matrimonio es una vocación que debe ser descubierta, fortalecida y acompañada».

La solución que plantea la cultura contemporánea cuando surgen dificultades suele ser la separación o el divorcio express, pero esto daña al matrimonio y a los hijos, según el cardenal: «Atenten contra la dignidad del matrimonio las fáciles rupturas y la separación, porque no se ha cuidado el bien excelente del amor al consorte de la vida. El regalo de Dios que son los hijos merecen soportar con paciencia y esperanza las pruebas», afirma.

Samaritanos para las familias heridas

Pero, puesto que las rupturas matrimoniales son una realidad en el mundo, ¿cómo puede llegar la Iglesia a quienes no viven su vida familiar según el plan de Dios? «La Iglesia debe inclinarse ante las familias heridas para, como hizo el buen samaritano, curarlas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. ¡Qué el Señor nos conceda la gracia de ser testigos fehacientes de su misericordia!», afirma el presidente de la CEE.

Tras dirigirse personalmente a los esposos –«tu vocación vital es tu familia, tu esposo/a, tus hijos. Formar una familia no es culminar una profesión, ya que el matrimonio es comunidad de vida y amor», llega a decirles–, pide a los católicos y a toda la sociedad que «¡no convirtamos en baratija lo que es un tesoro de un valor inestimable! ¡Que nunca sea violentado ni despreciado el consorte de la vida, llamado a heredar conjuntamente una bendición!».

El cardenal Blázquez recuerda las características de la familia, que «se funda en el matrimonio, que es unión por amor, no por conveniencia ni imposición, libremente contraída, estable e irrevocable, de un varón y de una mujer, para la mutua complementariedad, para transmitir la vida y criar y educar a los hijos». No es, sin embargo, «una sociedad comercial de unas personas que se unen para fortalecer sus intereses económicos; el matrimonio tampoco es una convivencia de amigos que están unidos, mientras dure la mutua atracción».

«Para toda la vida» no es «hasta que dure»

El presidente de la CEE concluye explicando que «la familia se funda sobre el matrimonio, que es una unión de vida en el amor; hunde sus raíces en la naturaleza humana que no podemos cambiar según nuestras apetencias o posibilidades técnicas», y que incluso «desde un punto de vista antropológico» y no sólo religioso «se puede entender que el amor matrimonial abarca a la persona entera y es de por vida». «¿Qué reacción nos suscitaría si alguien dijera al consorte: Me uno a ti hasta que no haya otra persona que me interese más, que me atraiga más?», se pregunta.

Y concluye: «Es bueno que subrayemos también que el amor no es simplemente un sentimiento que mantiene unidas a las personas, de modo que si la atracción se enfría, se esfumaría el amor y se rompería el matrimonio. El amor es una entrega personal al consorte que a su vez recibe y responde con la entrega también personal. El sentimiento no es el único aglutinante de la unión del matrimonio».

Texto completo de: Ante el Sínodo de los obispos sobre la familia

La próxima Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la familia, que tendrá lugar en octubre, se dedicará a la Vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo. Quiero en esta comunicación ofrecer algunas consideraciones sobre este amplio campo de vida y misión cristianas.

En nuestro mundo y en nuestra sociedad necesitamos ponderar la grandeza de la vocación al matrimonio cristiano y a la familia, que se fundan en el bautismo y la iniciación cristiana, como la vocación al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. Cada vocación es preciosa, que debemos presentar en sus dimensiones cristianas, eclesiales y humanas, que debemos amar y agradecer, cuidar con esmero y cultivar su perseverancia, ahondamiento y expansión. ¿Qué puede tener más importancia para una persona cristiana que vivir la propia vocación con entrega a Dios y dedicación sacrificada a los demás? La armonía entre persona y vocación es básico para cada cristiano y redunda en beneficio de todos.

La vida humana es vocación y regalo de Dios, no fatalidad ni fruto del azar. En la Sagrada Escritura leemos: «Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó». Les dio el Creador un encargo: «Sed fecundos y multiplicaos; dominad la tierra». Y concluye este relato de la creación: «Vio Dios lo que había hecho, y era muy bueno» (Cf. Gén. 1, 27 ss.). Más adelante prosigue el diseño de Dios: «No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él». «Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne» (Gén. 2, 18.24). Comparten el varón y la mujer la condición de imagen de Dios; poseen la misma dignidad personal, sin privilegios ni discriminaciones.

En nuestra cultura nos cuesta a veces trabajo comprender que existen diferencias que no son consecuencia de privilegios ni de discriminación, pues varón y mujer poseen la misma dignidad en su recíproca diferencia. La igualdad en el matrimonio es igualdad en dignidad dentro de las legítimas diferencias sexuales, de sensibilidad y de vocación. El varón realiza su condición humana como varón, y la mujer responde a su dignidad humana como mujer. Seamos lúcidos ante todo intento de «colonización ideológica» (Papa Francisco).

La vocación al matrimonio es una vocación que debe ser descubierta, fortalecida y acompañada. Su belleza deriva del amor personal con su gozo y su cruz. Atentan contra su dignidad las fáciles rupturas y la separación porque no se ha cuidado el bien excelente del amor al consorte de la vida. El regalo de Dios que son los hijos merecen soportar con paciencia y esperanza las pruebas.
La Iglesia debe inclinarse ante las familias heridas para, como hizo el buen samaritano, curarlas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. ¡Qué el Señor nos conceda la gracia de ser testigos fehacientes de su misericordia!

Me dirijo personalmente a los esposos: Tu vocación es inseparable del consorte, es complementariedad con él, es unidad fiel en el amor; entrégate a él y recíbelo. Dios os ha mandado: Trasmitid la vida; sois ministros de Dios en la corriente de la vida de las personas; y estáis llamados a ser señores del mundo con respeto al Creador y con la responsabilidad de compartir los bienes de la tierra con toda la familia humana, los pasados, los contemporáneos y los venideros.

Todos estamos invitados a sentarnos a la mesa de los bienes de la creación. No olvidéis, maridos, aquella palabra de la Sagrada Escritura: «Una mujer hacendosa vale mucho más que las perlas» (Prov. 31, 10), pues corréis el peligro de que la vida cotidiana convierta en rutinario lo excelente; y algo semejante se podría decir a la esposa en relación con su marido.

¡No convirtamos en baratija lo que es un tesoro de un valor inestimable! ¡Que nunca sea violentado ni despreciado el consorte de la vida, llamado a heredar conjuntamente una bendición! Tu vocación vital es tu familia, tu esposo/a, tus hijos. Formar una familia no es culminar una profesión, ya que el matrimonio es comunidad de vida y amor.

Como hay intentos de redefinir con atrevimiento increíble el matrimonio y la familia, conviene que reafirmemos frecuentemente en qué consiste la familia a fin de que la confusión sobre realidades tan básicas no se asiente en la cultura ambiente ni oscurezca las convicciones básicas de las personas.

La familia se funda en el matrimonio, que es unión por amor, no por conveniencia ni imposición, libremente contraída, estable e irrevocable, de un varón y de una mujer, para la mutua complementariedad, para transmitir la vida y criar y educar a los hijos.

La familia se funda sobre el matrimonio, que es una unión de vida en el amor; hunde sus raíces en la naturaleza humana que no podemos cambiar según nuestras apetencias o posibilidades técnicas. Desde un punto de vista antropológico se puede entender que el amor matrimonial abarca a la persona entera y es de por vida. ¿Qué reacción nos suscitaría si alguien dijera al consorte: Me uno a ti hasta que no haya otra persona que me interese más, que me atraiga más?. Es una humillación del consorte y un atentado al mismo matrimonio.

Es unión libre, y por consiguiente, no al margen de los contrayentes ni forzada. No es una sociedad comercial de unas personas que se unen para fortalecer sus intereses económicos; el matrimonio tampoco es una convivencia de amigos que están unidos, mientras dure la mutua atracción.

Es bueno que subrayemos también que el amor no es simplemente un sentimiento que mantiene unidas a las personas, de modo que si la atracción se enfría, se esfumaría el amor y se rompería el matrimonio. El amor es una entrega personal al consorte que a su vez recibe y responde con la entrega también personal. El sentimiento no es el único aglutinante de la unión del matrimonio.