Los inmigrantes no son una amenaza - Alfa y Omega

Rajoy ha inaugurado el curso con un paseo con Merkel en el que han hablado de la próxima cumbre europea sobre inmigración. Francia y Alemania reclaman medidas comunes para responder a la mayor crisis de refugiados que vive Europa desde la II Guerra Mundial. Europa no será Europa si no afronta de forma conjunto este reto y si no ofrece soluciones que tengan en cuenta la dignidad de las personas y el de su sufrimiento. El Gobierno de Rajoy no acepta el cupo de 5.849 refugiados que le solicita Bruselas. Hay quien argumenta que la crisis que ha estallado este verano en Europa amenaza con colapsar los instrumentos de cooperación, los mecanismos de seguridad y hasta el orden público en Europa. Se agita el miedo: la inmigración masiva puede dinamitar toda la estabilidad política, la seguridad, los tejidos sociales y la convivencia de Europa.

No es solución digna de Europa levantar muros y alimentar el miedo. No es verdad que los refugiados vayan a poner en peligro el bienestar del Viejo Continente. Tampoco es verdad que no caben todos porque ya han llegado demasiados inmigrantes. De hecho Europa es la región del mundo que menos refugiados acoge. La UE tiene 500 millones de habitantes. Y en este momento solo hay un refugiado por cada 1.900 ciudadanos de la Unión. Este año han llegado 270.000. Pero es que al Líbano, con 4 millones de habitantes, han llegado 2 millones.

Europa puede y debe comportarse mejor de cómo lo ha hecho hasta ahora. Lo aseguraba esta semana en un lúcido editorial The Economist. La mejor tradición europea es la que sabe reconocer que el otro, el diferente, el que sufre, es un bien. Acoger no quita nada, ni siquiera en términos económicos. Acoger te da mucho. El bienestar futuro de Europa depende de saber acoger e integrar a los que vienen de fuera, una fuerza de trabajo que nosotros no generamos.

La respuesta que damos a los refugiados y a los inmigrantes es el síntoma de que nuestro sistema de valores se ha convertido en un fósil. Le falta vida. La vitalidad de una civilización se mide por la frescura de sus certezas, certezas que cuando lo son sirven para dar solidez a los procesos de mestizaje.