«El mundo sería mejor si hubiera más gente como ellos» - Alfa y Omega

«El mundo sería mejor si hubiera más gente como ellos»

Odontólogos, peluqueros o abogados… Muchos profesionales regalan su tiempo a los demás

José Calderero de Aldecoa
Dos voluntarias trabajando en la clínica Odontología Solidaria de Madrid. Foto: María Pazos Carretero

Lo primero que sorprende de Corina es su procedencia. «Soy de Rumanía», asegura. Algo que cuesta creer después de escucharla hablar en perfecto español. «Vine a España con mi marido y ya llevamos 14 años». La segunda sorpresa es ver a una enfermera teniendo que acudir con sus hijos a una clínica solidaria, y no como voluntaria, sino como paciente.

Corina María Pop estudió enfermería en su país, pero «como muchísima gente en Rumanía no encontré trabajo. Además, los sueldos son bajísimos. Acababas el bachillerato, acababas una formación y no hay posibilidades laborales». Tuvieron que embarcarse rumbo a España en busca de un futuro más digno. Aquí «mi marido encontró empleo rápido. Yo no. He tenido que ir aceptando lo que salía, limpiando alguna casa, cuidando a personas mayores». Paralelamente, Corina intentó convalidar su título de enfermería para poder ejercer su profesión. La diferencia de años de estudios entre Rumanía y España y el idioma fueron un obstáculo insalvable.

La peluquería de los desempleados

Beatriz López tiene 32 años y lleva 15 trabajando en la misma peluquería de Hortaleza, su barrio. El anterior dueño se jubiló hace cinco años, y ella se quedó con el negocio. Eran los años más duros de la crisis. «Lo primero que hice fue adaptar nuestros precios a cómo estaba la cosa, a las circunstancias de la gente», explica Bea. Para las desempleadas y desempleados, hay un descuento especial. Por ocho euros les corta, lava, seca y peina. Para Beatriz no son parados: son Pedro, Luis, Raquel, Alberto… «Son nuestros vecinos. Gente que conocemos de toda la vida. Todos tienen nombre y apellido», asegura.

La ayuda que presta Beatriz va mucho más allá de una rebaja en el precio. «Aquí les dejamos guapos y son bastantes los que después han tenido una entrevista y se han puesto a trabajar», cuenta esta joven peluquera. «Hace poco tuvimos el último caso. Un hombre de cincuenta y pocos años que no le querían en ningún sitio porque le decían que era mayor. Después de que le cortáramos el pelo encontró trabajo, aunque el contrato le dura solo hasta octubre. Vino con toda su familia a la peluquería para darnos las gracias y nos trajo unos bollitos. Ahora también vienen a la peluquería su mujer y sus hijas».

En España han nacido sus dos hijos, Patricia, que ahora tiene diez años, y Nicolás, de seis. «Estábamos pasando por una etapa mala y la asistenta social se puso en contacto con nosotros. Gracias a Dios no necesitábamos dinero para comer, pero no teníamos dinero ni para ir, por ejemplo, al dentista; y cada vez era más necesario», asegura Corina. «El médico de cabecera nos dijo que Patricia necesitaba aparato sí o sí, porque tiene una sobremordida tremenda. No podía cerrar la boca. Ella se ha caído varias veces en el parque y por poco no se ha roto los dientes por el problema que tiene. Y Nicolás empezó a tener muchas caries y le han tenido que poner unos mantenedores». Una asistente social puso a Corina y a sus hijos en contacto con Odontología Solidaria, una fundación nacida en 1994 para trabajar en la salud bucodental de la personas en riesgo de exclusión social.

Todos los tratamientos de Patricia y Nicolás hubieran alcanzado en el mercado un coste de 2.150 euros, «una cantidad que nosotros no podemos pagar». De hecho, antes de conocer Odontología Solidaria «no podíamos pagar los empastes de Nicolás. Él, por el dolor, nos pedía ir al dentista, y le íbamos diciendo: Ya veremos, aguanta un poco. Empezó a dolerle cada vez más, y a tener flemones. En ese momento te preguntas: ¿Qué hago? Le duele y no tengo el dinero para solucionarlo».

Corina ya no tiene que esperar a que su hijo no aguante más el dolor. «En Odontología Solidaria nos han mejorado la vida por menos de 80 euros (cada paciente paga 12 euros por sesión)», asegura. «Hay que tener muy buen corazón para hacer lo que hacen en su tiempo libre». «Hoy, todo el mundo corre para ganar más, para consumir más. Venir aquí, donde ves gente que trabaja gratis para ayudar a los demás es impresionante. El mundo sería mejor si hubiera más gente como ellos», concluye Corina.

Corina María con Patricia y Nicolás en la sala de espera de Odontología Solidaria. Foto: José Calderero

450 granos de arena

En concreto, en Odontología Solidaria son 450 personas las que hacen un poco mejor este mundo. «Son gente que trabajan por amor a los demás. Nosotros ponemos la clínica y los voluntarios, profesionales de la odontología, nos ceden una mañana o una tarde cada 15 días para poder hacer un seguimiento a los pacientes», explica Rafa Montaña, vicepresidente de Odontología Solidaria.

La fundación cuenta, en España, con 7 clínicas en las que atienden a cerca de 5.000 pacientes al año, todos derivados de los servicios sociales. «Estamos desbordados. Hay clínicas que tienen un año y medio de espera», cuenta Rafa. Para él, la labor que realizan no deja de ser «un granito de arena. En España hay cerca de diez millones de personas en riesgo de exclusión social y nosotros solo atendemos a 5.000», explica. «Pero si cada uno, desde donde está, aportara su pequeño grano de arena, el mundo sería un poco mejor. He visto gente llorar de emoción después de un tratamiento porque les has cambiado la vida, y para mí eso vale más que el dinero», concluye.

«No somos los chupasangres que la gente se piensa»

El hijo de Osman, con 10 años, fue testigo de un asesinato, y en Honduras, los sicarios no dejan testigos vivos. Axel estaba jugando al fútbol cuando aparecieron dos pistoleros de la mara Salvatrucha, que dispararon 30 o 40 veces contra su vecino. Para la familia empezó una huida desesperada que acabó en España. El familiar que les acogió aquí los puso en la calle cuando se les acabó el dinero. De esto hace ya tres años, pero todavía temen que la historia no tenga un final feliz. «En mi país muchos están muertos por el mismo motivo y todavía no tengo los papeles necesarios para establecer mi residencia definitiva en España», cuenta Osman a Alfa y Omega.

Para evitar que su familia y él mismo terminen acribillados solicitó el asilo político, que hace pocas semanas el Gobierno le denegó. La única alternativa para evitar la expulsión es solicitar el permiso de residencia por arraigo, pero no tiene dinero para costearse el dinero que cuesta un abogado. A través de un amigo contactó con la asociación Abogados con corazón. Ahora son ellos los que llevan el caso.

«Nos hablaban de pasión»

La de Osman es una de las primeras consultas que han llegado a la asociación, que nació por el impulso de Ana Martín y Julia Yagüe. Ambas llevaban tiempo pensando en «hacer algo de asesoramiento social» pero la idea nunca se concretaba. Todo se precipitó después de un curso de coaching. «Nos hablaban mucho de pasión, de hacer lo que a uno le gusta, lo que realmente se identifica contigo. Pensé en mi vida, y me di cuenta de que la forma en que estaba ejerciendo mi profesión no se identificaba con mi esencia», cuenta Julia. «Yo siempre quise enfocar el mundo del derecho a un tema social. Entonces descolgué el teléfono, llamé a Ana y nació la asociación».

Llevan operativos desde febrero de 2015. Los casos llegan a través de la página web. Ana y Julia analizan la respuesta que necesita cada cliente. «Si se trata de una consulta la resolvemos nosotras mismas, y si se requiere la intervención de un letrado nosotras nos encargamos de derivar el caso y de controlar que la respuesta sea satisfactoria», explica Julia. La asociación, como tal, nunca lleva directamente ningún caso. Por ejemplo, el caso de Osman se derivó a Fernando Martín, de IurisConsultor, que se hizo cargo por la mitad de dinero que suele cobrar a un cliente normal.

No todo se trata de beneficio económico

Fernando asumió el caso por «convicción personal. Soy de la opinión de que cada persona puede aportar algo a la sociedad de forma altruista, por pequeño que sea, pero que sumado a la aportación de todos, se convierte en algo grande», explica a Alfa y Omega.

Para él, ejercer la abogacía con corazón supone «ejercerla desde un punto de vista distinto» del que se tiene de los abogados. «El abogado no solo está para pelear o para ser cauce de malas noticias; también resolvemos problemas, aportamos soluciones y todo ello desde un punto de vista constructivo y afectuoso hacia el cliente. No todo versa de forma exclusiva en el beneficio económico». Priman las personas. «A veces una pequeña conversación con alguien que está angustiado provoca un alivio en esa persona, y eso para mí es gratificante», concluye Fernando.

«Queremos enseñarle a la gente que los abogados tenemos corazón. Como en todas las profesiones, hay gente que intenta abusar de los otros, pero hay muchos más que hacen un gran trabajo solucionando graves problemas de las personas. No somos los chupasangre que la gente piensa», asegura Julia.