El Papa a los novios: «Es posible amarse para siempre» - Alfa y Omega

El Papa a los novios: «Es posible amarse para siempre»

Unas 10 mil parejas participaron el viernes en un encuentro con el Papa en la Plaza de San Pedro con motivo de la fiesta de san Valentín. Francisco respondió a algunas preguntas de los jóvenes, les animó a confiar en Dios (que multiplicará su amor, como con los panes y los peces) y les dio algunos consejos, como nunca irse a la cama sin haber hecho las paces. Radio Vaticano ha transcrito el diálogo

Redacción

Santidad, muchos piensan que prometerse fidelidad para toda la vida sea un proyecto demasiado difícil; muchos sienten que el desafío de vivir juntos para siempre es bello, fascinante, pero demasiado exigente, casi imposible. Le pedimos su palabra para iluminarnos sobre esto.
Agradezco el testimonio y la pregunta. Les explico: me han enviado las preguntas anticipadamente, se entiende… Y así he podido reflexionar y pensar una respuesta un poco más sólida.

Es importante preguntarse si es posible amarse para siempre. Ésta es una pregunta que tenemos que hacer: ¿Es posible amarse para siempre? Hoy tantas personas tienen miedo de hacer elecciones definitivas. Un joven decía a su obispo: «Yo quiero ser sacerdote, pero sólo por diez años…». ¡Tenía miedo de hacer una elección definitiva! Pero es un gran temor generalizado, propio de nuestra cultura. Hacer elecciones para toda la vida parece imposible. Hoy todo cambia rápidamente, nada dura por mucho… Y esta mentalidad lleva a muchos que se preparan al matrimonio a decir: Estamos juntos mientras dure el amor. ¿Y después? Nos despedimos y hasta luego…? Y termina así el matrimonio.

¿Qué es eso [el amor]? ¿Sólo un sentimiento, un estado psicofísico? Si es esto, no se puede construir nada sólido sobre él. Pero si el amor es una relación, entonces es una realidad que crece, y podemos también decir a modo de ejemplo que se construye como una casa. ¡Crece y se construye como una casa! ¡Y la casa se construye juntos, no solos!

Construir aquí significa favorecer y ayudar al crecimiento. Queridos novios, ustedes se están preparando para crecer juntos, para construir esta casa, para vivir juntos para siempre. No quieran fundarla sobre las arenas de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la roca del amor verdadero, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como si construyeran una casa, que sea lugar de afecto, de ayuda, de esperanza, de apoyo. Como el amor de Dios es estable y para siempre, así también el amor que funda la familia, queremos que sea estable y para siempre. ¡Por favor, no tenemos que dejarnos vencer por la cultura de lo provisorio! Esta cultura que hoy nos invade a todos, esta cultura de lo provisorio. ¡Esto no va!

Por lo tanto, ¿cómo se cura este miedo del para siempre? Este miedo del para siempre, ¿cómo se cura? Se cura día a día, confiándose al Señor Jesús en una vida que se hace camino espiritual cotidiano, hecho de pasos, pasos pequeños, pasos de crecimiento común, hecho de empeño para transformarse en hombres y mujeres maduros en la fe. Porque, queridos novios, el para siempre no es sólo una cuestión de duración. Un matrimonio no se logra sólo si dura, sino que es importante su calidad. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos.

Me viene a la mente el milagro de la multiplicación de los panes: también para vosotros, el Señor puede multiplicar vuestro amor y donároslo fresco y bueno cada día. ¡Tiene una reserva infinita! Él os dona el amor que es fundamento de vuestra unión y cada día lo renueva, lo refuerza. Y lo hace todavía más grande cuando la familia crece con los hijos. En este camino es importante, es necesaria la oración, ¡siempre! ¡Él por ella, ella por él, y ambos juntos! Pidan a Jesús multiplicar vuestro amor. En la oración del Padrenuestro, digamos así: «Señor, danos hoy nuestro amor de cada día». ¡Porque el amor cotidiano de los esposos es el pan! ¡El verdadero pan del alma, aquél que los sostiene para ir adelante! Y la oración: ¿podemos hacer la prueba para saber si sabemos hacerla? «Señor, danos hoy nuestro amor de cada día”. ¡Todos juntos!: «Señor, danos hoy nuestro amor de cada día». ¡Otra vez!: «Señor, danos hoy nuestro amor de cada día». Ésta es la oración de los novios y de los esposos. ¡Enséñanos a amarnos, a querernos mucho! Cuanto más se confíen a Él, más será vuestro amor para siempre, capaz de renovarse, y de vencer cada dificultad.

Esto he pensado que quería decirles a ustedes, respondiendo a vuestra pregunta. ¡Gracias!

Santidad, vivir juntos todos los días es bello, da alegría, sostiene. Pero es un desafío que afrontar. Creemos que es necesario aprender a amarse. Hay un estilo de vida de pareja, una espiritualidad del cotidiano que queremos aprender ¿Puede ayudarnos en esto, Padre Santo?
Vivir juntos es un arte, un camino paciente, bello y fascinante. No termina cuando se han conquistado uno al otro… ¡Al contrario, es justamente allí cuando inicia! Este camino de cada día tiene reglas que pueden resumir en estas 3 palabras que tú has dicho, palabras que he repetido tantas veces a las familias: permiso —o sea, ¿puedo?—, gracias y perdón.

¿Puedo? —Permiso es la petición gentil para poder entrar en la vida de alguien con respeto y atención. Es necesario aprender a pedir: ¿puedo hacer esto? ¿Te gusta que hagamos así, que tomemos esta iniciativa, que eduquemos así a nuestros hijos? ¿Quieres que esta tarde salgamos?…

En fin, pedir permiso significa saber entrar con cortesía en la vida de los otros. Pero escuchen bien esto: ¡saber entrar con cortesía en la vida de los otros no es fácil! ¡No es fácil! A veces, en cambio, se usan maneras un poco pesadas, ¡como ciertas botas de montaña! El amor verdadero no se impone con dureza ni agresividad. En las Florecillas de San Francisco se encuentra esta expresión: «Has de saber que la cortesía es una de las propiedades de Dios… Y la cortesía es la hermana de la caridad, la cual apaga el odio y conserva el amor» (Cap. 37). Sí, la cortesía conserva el amor. Y hoy en nuestras familias, en nuestro mundo, frecuentemente violento y arrogante, hay necesidad de mucha más cortesía. Y esto puede comenzar desde casa.

Gracias. Parece fácil pronunciar esta palabra, pero sepamos que no es así… ¡Pero es importante! ¡La enseñamos a los niños, pero después la olvidamos! ¡La gratitud es un sentimiento importante! Una anciana, una vez, me decía en Buenos Aires: «La gratitud es una flor que crece en tierra noble». Es necesaria la nobleza del alma para que crezca esta flor. ¿Recuerdan el Evangelio de Lucas? Jesús cura diez enfermos de lepra y después sólo un vuelve atrás a agradecer a Jesús. Y el Señor dice: «¿Y los otros nueve donde están?». ¿Esto no vale también para nosotros? ¿Sabemos agradecer? En vuestra relación, y mañana en la vida matrimonial, es importante tener viva la conciencia que la otra persona es un don de Dios y a los dones de Dios se dice: ¡Gracias! ¡A los dones de Dios se dice: Gracias! Y en esta actitud interior decirse gracias mutuamente por cada cosa. No es una palabra gentil para usar con los extraños, para ser educados. Es necesario saberse decir gracias, para ir adelante, bien, juntos en la vida matrimonial.

La tercera: Perdón. En la vida hacemos tantos errores, tantas equivocaciones. Todos lo hacemos. ¿Pero quizás aquí hay alguno que nunca haya cometido algún error? ¡Que levante la mano si hay uno aquí, una persona que jamás se haya equivocado! ¡Todos los hacemos! ¡Todos! No hay un día en que no nos equivoquemos. La Biblia dice que «el más justo peca siete veces al día». Y así, cometemos errores… Aquí está, entonces, la necesidad de usar esta simple palabra: perdón.

En general cada uno de nosotros está listo para acusar al otro y para justificarse a sí mismo. Esto comenzó con nuestro padre Adán, cuando Dios le pregunta: «Pero Adán, ¿tú has comido de aquél fruto?». «¿Pero yo? ¡No! Es ella la que me lo ha dado!». Acusar al otro para no pedir disculpas, perdón, ¡es una vieja historia! Es un instinto que está en el origen de tantos desastres.

Aprendemos a reconocer nuestros errores y a pedir perdón. «Perdona si hoy alcé la voz», «perdona si pasé sin saludar», «perdona si hoy se me hizo tarde», «perdona si esta mañana estuve silencioso», «si he hablado demasiado sin escuchar nunca», «perdona, me olvidé», «perdona, estaba enojado y la tomé contigo»… ¡Tantos perdona al día podemos decir! También así crece una familia cristiana. Sabemos todos que no existe una familia perfecta, ni el marido perfecto, o la mujer perfecta. Ni hablemos de la suegra perfecta… Existimos nosotros, pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: no terminar nunca un día sin pedirnos perdón, sin que la paz vuelva a nuestra casa, a nuestra familia. Es habitual pelear entre esposos, pero siempre hay algo: nos hemos peleado… Quizás se han enojado, quizás han volado los platos, pero por favor recuerden esto: ¡nunca terminen el día sin hacer la paz! ¡Nunca, nunca, nunca! Éste es el secreto, un secreto para conservar el amor y para hacer las paces, no es necesario un gran discurso… A veces un gesto así y… se hacen las paces. Nunca terminar, porque si tu terminas el día sin hacer las paces, aquello que tienes dentro, al día siguiente es frío y duro, y es más difícil hacer las paces. Recuerden bien: ¡nunca terminar el día sin hacer las paces!

Si aprendemos a pedirnos perdón y a perdonarnos mutuamente, el matrimonio durará y andará adelante. Cuando vienen a las audiencias o a la misa aquí a Santa Marta, los ancianos esposos que hacen el 50 Aniversario, yo les hago la pregunta: «¿Quién soportó a quién?». ¡Es lindo eso! Todos se miran, me miran y me dicen: «¡Pero, ambos!». ¡Es lindo eso! ¡Qué lindo testimonio!

Santidad, en estos meses estamos haciendo tantos preparativos para nuestra boda. ¿Puede darnos algún consejo para celebrar bien nuestro matrimonio?
Hagan de modo que sea una verdadera fiesta, porque ¡el casamiento es una fiesta, una fiesta cristiana, no una fiesta mundana! El motivo más profundo de la alegría de aquel día lo indica el Evangelio de Juan: ¿Recuerdan el milagro de las bodas de Caná? A un cierto punto el vino se acaba y la fiesta parece arruinarse. Imagínense terminar la fiesta tomando té… ¡No, no va! ¡Sin vino no hay fiesta! Por sugerencia de María, en aquel momento Jesús se revela por primera vez y hace un signo: transforma el agua en vino y, con eso, salva la fiesta del casamiento.

Cuanto ha sucedido en Caná, dos mil años atrás, sucede en realidad en cada fiesta nupcial: eso que hace lleno y profundamente verdadero vuestro matrimonio será la presencia del Señor que se revela y dona su gracia. Es su presencia que ofrece el vino nuevo, y es Él el secreto de la alegría plena, aquella que entibia realmente el corazón. ¡Es la presencia de Jesús en aquella fiesta! ¡Pero que sea una bella fiesta, pero con Jesús! ¡No con el espíritu del mundo! ¡No! ¡Aquello se siente, cuando el Señor está allí!

Al mismo tiempo, está bien que vuestro matrimonio sea sobrio y haga resaltar aquello que es realmente importante. Algunos están más preocupados por los signos exteriores, por el banquete, por las fotos, por la ropa, por las flores… son cosas importantes en una fiesta, pero sólo si son capaces de indicar el verdadero motivo de vuestra alegría: aquella bendición del Señor sobre vuestro amor. Hagan de modo que, como el vino de Caná, los signos exteriores de vuestra fiesta revelen la presencia del Señor y les recuerden a ustedes y a todos los presentes el origen y el motivo de vuestra alegría.

Pero hay algo que tú has dicho y que quiero tomar al vuelo, porque no quiero dejarlo pasar. El matrimonio es también un trabajo de todos los días, y podría decir un trabajo artesanal, un trabajo de orfebrería, porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a su mujer y la mujer tiene la tarea de hacer más hombre a su marido. Crecer también en humanidad, como hombre y como mujer. Pero esto se hace entre ustedes. Esto se llama crecer juntos. ¡Pero esto no viene del aire! El Señor lo bendice, pero viene de vuestras manos, de vuestras actitudes, del modo de vivir, del modo de amarse. ¡Hacerse crecer! Siempre procurar que el otro crezca. Trabajar para esto. Y así, no se, pienso en ti, que un día andarás por la calle de tu país y la gente dirá: «Pero mira aquélla, qué linda mujer! … Se entiende, ¡con el marido que tiene!» Y es esto, llegar a esto: hacernos crecer juntos, uno al otro. Y los hijos tendrán esta herencia de haber tenido un papá y una mamá que han crecido juntos, haciéndose —uno al otro— más hombre y más mujer!