¡Quien se cierra es el mundo, no la Iglesia! - Alfa y Omega

¡Quien se cierra es el mundo, no la Iglesia!

Pocas horas después de su regreso a Madrid, el cardenal Rouco hace balance, para los lectores de Alfa y Omega, de las tres semanas de trabajo del Sínodo de los Obispos. El gran reto para la Iglesia es renovar el anuncio del Evangelio, en un mundo que se niega a escuchar, «como pocas veces ha ocurrido en la Historia». Ha habido gran coincidencia entre los Padres sinodales sobre la necesidad de «una conversión interna en la Iglesia», así como en la valoración del papel esencial de la familia, «como la clave para el futuro de la Humanidad y para el futuro de la fe»

Redacción
El cardenal Rouco, Relator General del Sínodo de Europa, de 1999, junto a Juan Pablo II.

Usted ha participado ya en seis Sínodos de los Obispos. ¿Cuál es su impresión sobre su itinerario y, en concreto, sobre éste último que acaba de celebrarse?
Lo Sínodos han ido madurando desde el punto de vista organizativo y pastoral, desde los primeros convocados por Pablo VI, a finales de los años 60. Pablo VI convocó varios, algunos de ellos de gran trascendencia, como el que concluyó con la Exhortación Evangelii nuntiandi, cuando estaba vivo el problema de entender qué es la evangelización, después de que la teología de la liberación hubiera hecho surgir muchas dudas sobre la esencia de lo que es evangelizar.

Es Pablo VI quien anuncia la creación de los Sínodos, y fue Juan Pablo II quien le dio un ritmo ordinario intenso a la institución. Su primer Sínodo estaba convocado ya por Pablo VI, sobre La catequesis en nuestro tiempo; vino después otro sobre La familia cristiana. Siguieron otros sobre La penitencia, La vocación y la misión de los laicos, La formación de los sacerdotes, La vida consagrada… Juan Pablo II convocó también esa serie de los grandes Sínodos continentales para preparar el Jubileo del año 2000; el último fue el Sínodo sobre Europa, para el que me confió a mí la tarea de Relator General. Y, después, reanudó las Asambleas Ordinarias del Sínodo, como la 2001 sobre el ministerio del obispo. El último Sínodo que convocó fue sobre el misterio de la Eucaristía, que ya se realizó bajo el pontificado de Benedicto XVI. A éste, le siguió el Sínodo sobre La Palabra de Dios, y ahora éste, sobre la nueva evangelización. Por lo tanto, hay una temática que se va desarrollando con un cierto hilo sistemático y que quiere, de algún modo, comprender todos los aspectos de la misión de la Iglesia. La serie concluye, hasta ahora, con este Sínodo, de tema muy general, que abarca todo el contenido de la misión de la Iglesia. Por tanto, ha sido éste un Sínodo, de algún modo, recopilatorio, o de gran síntesis. Se puede pensar que la gran serie de los Sínodos comienza con La evangelización en el mundo moderno, en 1974, tras el cual Pablo VI explica que la Iglesia existe para evangelizar, y se cierra ahora con el tema de la nueva evangelización, sobre cómo evangelizar de nuevo. Así que hemos celebrado un Sínodo de gran síntesis teológico-pastoral de lo que ha sido la preocupación doctrinal y pastoral de los últimos Papas. Y, por otro lado, coinciden estos días del Sínodo con el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, en octubre del año 1962, para lo cual también el Papa convoca un Año de la fe.

Ha dicho usted que, en este Sínodo, se ha percibido una mayor comunión.
Ciertamente, sí. Es decir, en las intervenciones de los Padres sinodales en el aula, en el trabajo de los grupos, a través también de las intervenciones de los auditores…, se puede decir que la comunión en la doctrina y en los grandes principios pastorales es plena. La comunión afectiva personal ha sido muy viva, muy gozosa, con el Santo Padre y entre nosotros, y dio como resultado una especie de gran alegría, de gozo casi eufórico… Eso es un dato muy positivo.

Ningún pesimismo ante los retos que debe afrontar la Iglesia…
No, ninguno. Recién aterrizado y después de haber finalizado el Sínodo, con la celebración eucarística de ayer, en la basílica de San Pedro, y con la homilía del Santo Padre, tan hermosa como siempre, creo que el Sínodo ha servido para que el hombre ciego ante la verdad sobre el camino de la vida y su fin, reciba la luz del Señor, que es quien le cura de la ceguera.

¿Se puede hablar de que la Iglesia ha buscado un nuevo relanzamiento, ante un mundo complicado, secularizado…?
Ese relanzamiento está hecho; tuvo lugar con el Vaticano II. Incidió después en ello, con profundidad teológica y con una seriedad espiritual fuera de lo común, Pablo VI; y luego vino Juan Pablo II, que fue el vendaval pastoral y espiritual del siglo XX, que prosigue con Benedicto XVI. Y con este Sínodo, de algún modo, no sólo se subraya esa renovación y esa esperanza que anima a la Iglesia, sino que, de algún modo, se pone al día, después de que también el hombre contemporáneo postmoderno haya vivido un proceso histórico muy complejo, desde el punto de vista de la situación de la Humanidad, de los problemas que la aquejan, y, sobre todo, de lo que podría llamarse la última gran teoría sobre el hombre, que no estaba tan viva ni era tan reconocible hace 30 años, que es la ideología de género.

Frente a un mundo que acusa a la Iglesia de cerrarse, con este Sínodo y con el Año de la fe, la impresión es justamente la contraria…
¡Quien se cierra es el mundo, no la Iglesia! Aunque en él también hay fuerte presencia, digamos, de aspectos del reino de Dios, en sus aspectos más extendidos, cuando no impuestos, en el estilo de vida personal y en los estilos sociales y culturales, el mundo se cierra intelectualmente, se cierra culturalmente, no quiere saber nada de la realidad en su profundidad, no quiere saber nada del fin de la Historia… Se cierra a la luz. Hay una ceguera intelectual, moral y espiritual muy grande, de una gravedad cualitativa y de una extensión cuantitativa como pocas veces ha ocurrido en la Historia.

Un momento del reciente Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización.

Si tuviera usted que resaltar algún punto clave de este Sínodo, ¿con cuál o cuáles se quedaría?
Significativamente, se ha acentuado mucho la importancia de la familia, y, además, las voces han venido de los cinco continentes. Todos los Episcopados de la Iglesia han calificado a la familia como la clave para el futuro de la Humanidad y para el futuro de la fe. Eso ha sido un aspecto muy interesante para los europeos, porque creíamos que los problemas que trae consigo la ideología de género son más propios de aquí, pero los mismos problemas o parecidos se están dando en todo el mundo. La crisis económica ha pesado menos que la problemática de la familia.

El tema de la santidad ha estado también muy presente, e incluso ha coincidido con este Sínodo la proclamación de san Juan de Ávila y de santa Hildegarda como Doctores de la Iglesia universal, además de la canonización de siete nuevos santos.
Es otro aspecto que se ha subrayado mucho. Primero, en el sentido de la necesidad de una conversión interna en la Iglesia. Además, como el Papa dijo en la homilía de clausura, los santos son los primeros y mejores evangelizadores. Si no caminamos por esa vía de la conversión, y no hacemos un examen de conciencia, no será posible la evangelización. Santidad significa vivir en relación estrecha con el misterio y la persona del Señor.

¿Se ha valorado el papel de las Jornadas Mundiales de la Juventud?
Sí, han aparecido como uno de esos nuevos métodos de evangelización a los que se han referido Juan Pablo II y Benedicto XVI, necesarios para la situación y el momento actual de la Iglesia y del mundo. Todos reconocen que ha sido un instrumento de pastoral juvenil decisivo, y que es preciso seguir con las Jornadas, no sólo con ellas como tal, sino como modelo de hacer pastoral con los jóvenes.

¿Qué incidencia cree que puede tener el Sínodo en el transcurso del Año de la fe, y en concreto sus Propuestas finales?
Para quienes lo hemos vivido, el Sínodo es de mucho provecho y de mucha gracia. Pero el objetivo y el camino del Año de la fe quedó muy marcado ya por la Carta Porta fidei. Las propuestas de este Sínodo van en esa misma dirección, aunque en sí mismas no suponen una novedad carismática ni teológica. Son, en el fondo, expresión de lo que ya vive la Iglesia. Lo que ocurre es que uno se ve confirmado, ayudado…

¿Y qué relación hay entre este Sínodo y la Misión Madrid?
Ciertamente, no son cosas ajenas, y más cuando ha habido tanta participación de madrileños: el párroco don Jesús Higueras; la Directora General de las Cruzadas de Santa María, Lydia Jiménez, Kiko Argüello… Es evidente que el Sínodo nos refuerza en la necesidad de más oración y de proclamación pública del Evangelio, de llevar la Iglesia más claramente a los ambientes donde el hombre vive: a la sociedad, la cultura, en este momento crítico, doloroso y duro. El Sínodo nos ha confirmado y nos ha animado a seguir adelante con renovado entusiasmo. Por cierto, hubo una alusión, en las Proposiciones finales, que incidió en la relación entre las contemplativas y la nueva evangelización, porque su oración es imprescindible. Ahora quedamos a la espera -tres, cuatro meses- de la Exhortación postsinodal del Santo Padre.