Un jesuita mariano - Alfa y Omega

Un jesuita mariano

Antonio R. Rubio Plo

Alfonso Salmerón, uno de los primeros compañeros de Ignacio de Loyola, fue un gran exégeta y teólogo. Su biografía está surcada por comprometidos viajes apostólicos, brillantes intervenciones en el Concilio de Trento y fervientes predicaciones de los ejercicios espirituales ignacianos. Salmerón poseía el don de saber escudriñar la Escritura, y a la vez estaba dotado de una profunda ternura hacia las personas y las cosas. Su intensa vida de oración era la raíz de su continua disponibilidad para amar y servir. Nunca le abandonó la audacia de la juventud, la misma que le llevó el día de la Asunción de 1534 a la colina de Montmartre para formular un voto de emplearse al servicio de Dios y del prójimo. En ese escenario parisino arrancó la aventura de los siete primeros jesuitas, entre los que se encontraba este toledano, a punto de cumplir los 19 años, pues nació el 8 de septiembre de 1515.

No será casual que se produjera en una fiesta mariana la venida al mundo de este hombre de contemplación y acción. Son dos rasgos que acercan al jesuita a la Madre de Jesús. Y también es cierto que cualquier tratado de mariología estaría incompleto sin algún texto de Alfonso Salmerón, al ser uno de los grandes defensores de la concepción inmaculada de María. Esta gracia singular tenía que darse en una mujer que, en expresión de nuestro jesuita, es «la cuarta persona en dignidad después de las tres supremas y divinas personas». Se comprende que la vida de Salmerón tuviera un inconfundible signo mariano, un hecho corroborado por otro Alfonso del siglo XVIII, san Alfonso María de Ligorio. Este santo asegura en Las glorias de María que, poco antes de morir, el jesuita exclamó: «Bendita sea la hora en que he servido a María, benditos los sermones, las fatigas, los pensamientos que he tenido de Vos, Señora mía».

Salmerón pertenece a esos cristianos firmemente convencidos de que María es un camino seguro hacia Jesús. Tenemos una buena Maestra en la contemplación de los evangelios, para ponderarlos en el corazón. Es lo que hizo el jesuita en sus detallados comentarios con expresivas imágenes verbales que hacen al lector vivir la escena en el presente de cada uno, tal y como recomendara el fundador de la Compañía. Por ejemplo, Salmerón expuso argumentos para demostrar que Lucas era el segundo discípulo de Emaús, aunque a la vez resaltó otros detalles de mayor trascendencia como la condición de Cristo como peregrino, desde su nacimiento hasta su presencia en la Eucaristía.