El Papa celebra con religiosos el Día de la Vida Consagrada - Alfa y Omega

El Papa celebra con religiosos el Día de la Vida Consagrada

«Jesús nos sale al encuentro en la Iglesia a través del carisma fundacional de un Instituto: ¡es bello pensar así en nuestra vocación!», dijo el Papa en la Basílica de San Pedro, al celebrar la Misa el domingo, Día de la Vida Consagrada, acompañado de religiosos y religiosas de diversas congregaciones. «También en la vida consagrada se vive el encuentro entre los jóvenes y los ancianos, entre observancia y profecía», añadió. «¡No las veamos como dos realidades que se contraponen! Dejemos más bien que el Espíritu Santo anime a ambas, y la señal de esto es la alegría: la alegría de observar, de caminar en una regla de vida; y la alegría de estar guiados por el Espíritu, jamás rígidos, jamás cerrados, siempre abiertos a la voz de Dios que habla, que abre, que conduce, que nos invita a ir hacia el horizonte»

Redacción

La fiesta de la Presentación del Señor, fiesta del «primer encuentro de Jesús con su pueblo» -que siempre nos sorprende y llena de gratitud- y XVIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, el Papa Francisco reiteró que «en el centro está Jesús», que «nos atrae al Templo, a la Iglesia, donde podemos encontrarlo, reconocerlo, acogerlo, abrazarlo». Renovando, por primera vez en su Pontificado el sugestivo rito de la procesión con las candelas encendidas, en la Basílica de San Pedro, el obispo de Roma celebró el domingo 2 de febrero la memoria de cuando «los jóvenes María y José, llevaron a su recién nacido», Cristo Luz del mundo, al Templo de Jerusalén con «¡la alegría de caminar en la Ley del Señor!».

Tras hacer hincapié en su homilía en la acción del Espíritu Santo, que llena de vida y regocija a los ancianos profetas Simeón y Ana, el Papa Bergoglio puso de relieve «el encuentro entre la sagrada Familia y estos dos representantes del pueblo santo de Dios. En el centro está Jesús. Es Él quien mueve todo, que atrae a unos y otros al Templo, que es la casa de su Padre». «Encuentro singular entre observancia y profecía». Como ocurre también en la vida consagrada. El Encuentro entre los jóvenes y los ancianos, animados por el Espíritu Santo, cuyo signo es la alegría de comunicar y de recibir. Hace bien a los ancianos comunicar a los jóvenes el patrimonio de experiencia y sabiduría. Y a los jóvenes les hace bien recibirlo, «no para guardarlo en un museo», sino para llevarlo adelante, por el bien de la vocación a la vida consagrada, de las familias religiosas y de toda la Iglesia.

Texto completo de la homilía del Papa Francisco

«La fiesta de la Presentación de Jesús al Templo es llamada también la fiesta del encuentro: el encuentro entre Jesús y su pueblo; cuando María y José llevaron a su niño al Templo de Jerusalén, ocurrió el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por dos ancianos Simeón y Ana.

Aquel fue también un encuentro al interior de la historia del pueblo, un encuentro entre los jóvenes y los ancianos: los jóvenes eran María y José, con su recién nacido; y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes que frecuentaban el Templo.

Observamos qué cosa dice de ellos el evangelista Lucas, cómo los describe. De la Virgen y de san José repite por cuatro veces que querían hacer aquello que estaba prescrito por la Ley del Señor (cfr. Lc 2, 22-23.24-27). Se intuye, casi se percibe que los padres de Jesús se alegran de observar los preceptos de Dios, sí, ¡la alegría de caminar en la Ley del Señor! Son dos recién casados, han tenido apenas su niño, y están animados por el deseo de cumplir aquello que está prescrito. No es un hecho exterior, no es por cumplir la regla, ¡no! Es un deseo fuerte, profundo, lleno de alegría. Es aquello que dice el Salmo: «Tendré en cuenta tus caminos. Mi alegría está en tus preceptos… Tu ley es toda mi alegría» (119, 14.77).

¿Y qué dice san Lucas de los ancianos? Subraya que estaban guiados por el Espíritu Santo. De Simeón afirma que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel y que «el Espíritu Santo estaba en él» (2, 25); dice que «el Espíritu Santo le había prometido» que no moriría antes de ver al Mesías del Señor (v. 26); y finalmente que se dirigió al Templo «conducido por el Espíritu» (v. 27). Luego de Ana dice que era una «profetisa» (v. 36), o sea inspirada por Dios; y que no se apartaba del Templo, «sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones» (v. 37). En resumen, estos dos ancianos ¡están llenos de vida! Están llenos de vida porque son animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus llamados…

Y he aquí el encuentro entre la santa Familia y estos dos representantes del pueblo santo de Dios. En el centro está Jesús. Es Él quien mueve todo, que atrae a unos y otros al Templo, que es la casa de su Padre.

Es un encuentro entre los jóvenes llenos de alegría en el observar la Ley del Señor y los ancianos llenos de alegría por la acción del Espíritu Santo. ¡Es un encuentro singular entre observancia y profecía, donde los jóvenes son los observantes y los ancianos son los proféticos! En realidad, si reflexionamos bien, la observancia de la Ley está animada por el mismo Espíritu, y la profecía se mueve en el camino trazado por la Ley. ¿Quién más que María está llena de Espíritu Santo? ¿Quién más que ella es dócil a su acción?

A la luz de esta escena evangélica miremos a la vida consagrada como a un encuentro con Cristo: es Él que viene a nosotros, traído por María y José, y somos nosotros los que vamos hacia Él, guiados por el Espíritu Santo. Pero al centro está Él. Él mueve todo, Él nos atrae al Templo, a la Iglesia, en donde podemos encontrarlo, reconocerlo, acogerlo, abrazarlo.

Jesús nos sale al encuentro en la Iglesia a través del carisma fundacional de un Instituto: ¡es bello pensar así en nuestra vocación! Nuestro encuentro con Cristo ha tomado su forma en la Iglesia mediante el carisma de un testigo suyo, de una testigo suya. Esto nos sorprende siempre y nos hace dar gracias.

Y también en la vida consagrada se vive el encuentro entre los jóvenes y los ancianos, entre observancia y profecía. ¡No las veamos como dos realidades que se contraponen! Dejemos más bien que el Espíritu Santo anime a ambas, y la señal de esto es la alegría: la alegría de observar, de caminar en una regla de vida; y la alegría de estar guiados por el Espíritu, jamás rígidos, jamás cerrados, siempre abiertos a la voz de Dios que habla, que abre, que conduce, que nos invita a ir hacia el horizonte.

Hace bien a los ancianos comunicar la sabiduría a los jóvenes y hace bien a los jóvenes recoger este patrimonio de experiencia y de sabiduría, y llevarlo adelante, no para guardarlo en un museo, sino para llevarlo adelante, con los desafíos que la vida nos presenta. Por el bien de las respectivas familias religiosas y de toda la Iglesia.

Que la gracia de este misterio, el misterio del encuentro, nos ilumine y nos consuele en nuestro camino. Amén».