Francisco: «Cada niño bautizado es una fiesta para la familia de Dios» - Alfa y Omega

Francisco: «Cada niño bautizado es una fiesta para la familia de Dios»

En la mañana del domingo, fiesta del bautismo del Señor, el Papa bautizó en la Capilla Sixtina del Vaticano la Santa Misa a 32 niños, la mayoría hijos de empleados vaticanos. Tanto en la homilía, como en el Ángelus que después presidió en la Plaza de San Pedro, Francisco continuó con la reflexión iniciada en la audiencia general del miércoles anterior sobre el bautismo. «Cada niño que nace es un don de alegría y de esperanza y cada niño que es bautizado es un prodigio de la fe y una fiesta para la familia de Dios», dijo

Redacción

Jesús «no tenía pecado» ni necesidad de conversión, pero recibió el bautismo de Juan, «solidarizándose con el pueblo penitente», dijo el Papa durante el rezo del Ángelus. «Jesús recibe la aprobación del Padre celeste, que le ha enviado para que acepte compartir nuestra condición, nuestra pobreza. Compartir es el verdadero modo de amar. Jesús no se separa de nosotros, nos considera hermanos y comparte con nosotros. Y así nos hace hijos, junto a Él, de Dios Padre. Ésta es la revelación y la fuente del verdadero amor».

Horas antes, Francisco bautizó en la Capilla Sixtina a 32 niños. Desde el día del bautismo del Señor hasta hoy -explicó-, ha habido «una cadena ininterrumpida: se bautizan a los hijos, y a los hijos, después a los hijos y a los hijos… Y hoy también esta cadena continúa». A los padres y padrinos, el Papa les dijo que «tienen el deber de transmitir» la fe a esos niños, y que ésa «es la mejor herencia que les dejarán». «Piensen siempre cómo transmitir la fe a s los niños», insistió.

A pesar de la solemnidad del acto y del lugar, Francisco pidió a las madres que no dejaran de amamantar a sus hijos si tenían hambre. «¡Tranquilas eh! Porque aquí son ellos lo principal».

Palabras del Papa durante la homilía

«Jesús no tenía necesidad de ser bautizado, pero los primeros teólogos dicen que con su cuerpo, con su divinidad, con su bautismo bendijo todas las aguas para que las aguas tuvieran este poder de dar el bautismo. Después, antes de subir al cielo, Jesús nos ha dicho que vayamos por todo el mundo a bautizar. Desde aquel día hasta el día de hoy, esto ha sido una cadena ininterrumpida: se bautizan a los hijos, y a los hijos, después a los hijos y a los hijos… Y hoy también esta cadena continúa. Estos niños son el anillo de una cadena. Ustedes traen a estos chicos para el bautizo, después de unos años, ellos traerán un hijo, o un sobrino… a bautizar y esta es la cadena de la fe. ¿Qué quiere decir esto? Yo quisiera solamente decirles esto: ustedes son trasmisores de la fe, tienen el deber de trasmitir esta fe a estos niños. Es la mejor herencia que les dejarán a ellos: ¡la fe! Sólo esto. Hoy lleven a casa este pensamiento. Nosotros debemos ser trasmisores de la fe, piensen esto, piensen siempre cómo trasmitir la fe a los niños. Hoy canta el coro, pero el coro más bonito es este de los niños, que hacen ruido… Algunos llorarán, porque no están cómodos o porque tiene hambre: si tienen hambre mamás denles de comer. ¡Tranquilas eh! Porque aquí son ellos lo principal. Y ahora con esa conciencia de ser sus transmisores de la fe, continuamos la celebración del bautismo.

Palabras durante el rezo del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

Hoy es la fiesta del Bautismo del Señor y esta mañana he bautizado a treinta y dos niños. Agradezco con vosotros al Señor por estas criaturas y por toda nueva vida. Cada niño que nace es un don de alegría y de esperanza y cada niño que es bautizado es un prodigio de la fe y una fiesta para la familia de Dios.

El Evangelio de hoy destaca que, cuando Jesús recibió el Bautismo de Juan en el río Jordán, «se abrieron para él los cielos» (Mt 3,16). Esta cumple las profecías. De hecho, hay una invocación que la liturgia nos hace repetir en el tiempo de Adviento: «¡Si rasgaras el cielo y descendieras!» (Is 63,19). Si los cielos permaneciesen cerrados, nuestro horizonte en esta vida sería oscura, sin esperanza. Sin embargo, celebrando la Navidad, la fe de nuevo nos ha dado la certeza de que los cielos se han abierto con la venida de Jesús. Y en el día del bautismo de Cristo de nuevo contemplamos los cielos abiertos. La manifestación del Hijo de Dios sobre la tierra marca el inicio del gran tiempo de la misericordia, después del que el pecado había cerrado los cielos, elevando una especie de barrera entre el ser humano y su Creador. ¡Con el nacimiento de Jesús los cielos se abrieron! Dios nos da en Cristo la garantía de un amor indestructible. Desde que el Verbo se hace carne es posible ver los cielos abiertos. Fue posible para los pastores de Belén, para los Magos de Oriente, para el Bautista, para los Apóstoles de Jesús, para San Esteban, el primer mártir que exclamó: «¡Veo los cielos abiertos!» (Hch 7,56) Y es posible también para cada uno de nosotros, si nos dejamos invadir por el amor de Dios, que nos viene dado por primera vez en el Bautismo por medio del Espíritu Santo.

Cuando Jesús recibe el bautismo de penitencia de Juan el Bautista, solidarizándose con el pueblo penitente -Él que no tenía pecado y no necesitaba la conversión-, Dios Padre hizo escuchar su voz desde el Cielo: «Éste es mi Hijo, el amado: en el que me complazco» (v. 17). Jesús recibe la aprobación del Padre celeste, que le ha enviado para que acepte compartir nuestra condición, nuestra pobreza. Compartir es el verdadero modo de amar. Jesús no se separa de nosotros, nos considera hermanos y comparte con nosotros. Y así nos hace hijos, junto a Él, de Dios Padre. Ésta es la revelación y la fuente del verdadero amor.

¿No os parece que en nuestro tiempo hay una necesidad de un suplemento de un compartir fraterno y de amor? ¿No os parece que necesitamos todos un suplemento de caridad? No la que se contenta con una ayuda ocasional que no implica, que no se pone en juego, sino la caridad que comparte, que se hace cargo del malestar y del sufrimiento del hermano. ¡Qué sabor adquiere la vida, cuando nos dejamos inundar del amor de Dios!

Pidamos a la Virgen Santo que nos sostenga con su intercesión en nuestro compromiso de seguir a Cristo en el camino de la fe y de la caridad, la vía marcada por nuestro Bautismo.