Fui refugiado, y me acogisteis - Alfa y Omega

Una foto puede captar el mundo entero cuando allí se retrata la luz o la penumbra de un momento de la humanidad. En estos días hemos visto con tremendo dolor a Aylan Kurdi con sólo tres años. Su foto ha dado la vuelta al mundo mostrando su pequeño cuerpo que yacía sin vida en la turística playa turca de Bodrum. Unas zapatillas sin desgastar todavía, las que calzaba alguien que apenas había aprendido a corretear. Aquí el llanto que él no pudo prorrumpir lo hemos llorado tantos al ver conmovidos esa impresionante imagen que viene a sumarse al álbum de los errores y los horrores que coleccionamos los humanos cuando perdemos la entraña. Son imágenes que se convierten en iconos y sacuden hondamente la conciencia para que nos asomemos con realismo al mundo que estamos construyendo.

Son instantáneas que despiertan de golpe nuestro privilegio de dormir plácidamente ante la tragedia de los refugiados. No podemos mirar para otro lado. Y a ello nos invita el Papa con una propuesta que hemos de acoger con todo interés y caridad cristiana. Me viene a la mente lo que les pasó a los discípulos con Jesús aquel día de la multiplicación de los panes y los peces. Ellos le pedían al Maestro que despidiese a la muchedumbre, que terminase su sermón y que cada cual hiciese lo que pudiese. Antes habían hecho cuentas calculando cuánto podría costar alimentar a toda esa gente hambrienta de pan y de esperanza. Y decidieron quitarse de en medio. Hasta que Jesús les espetó aquello que cada generación hemos de seguir oyendo: «dadles vosotros de comer». Este fue el revuelo, la provocación de Dios en medio de la inhibición sensata, comedida y cobarde. Ellos no podían con todo aquello: ya lo sabía Jesús. Pero les estrujó el corazón y la conciencia para que movieran ficha, para que hicieran algo: «dadles vosotros de comer». Y fueron con dos peces y cinco panes que un chaval tenía en el cesto. No había más. Pero desde aquello poco e insuficiente que empezaron a compartir, Jesús hizo el milagro saciando hasta las sobras aquellas bocas y aquellos corazones.

Nuestra Diócesis tiene un compromiso con esta palabra si queremos que la ciudad se llene realmente de alegría como dice nuestro plan pastoral. El mundo no cabe en nuestros cauces de la solidaridad, pero los tenemos. El año pasado ofrecimos a Cáritas que gestionase algunas casas rectorales que puedan servir para paliar la acogida de los sin techo. Es el Proyecto Red Hogares de Cáritas, que junto a otras viviendas, espacios habitacionales y comedores sociales está gestionando nuestra organización solidaria. Estos son nuestros pocos peces y panes que ponemos a disposición de aquellos pobres a los que Jesús nos sigue diciendo que demos de comer. Y ante la invitación del Papa Francisco de acoger cada monasterio, cada santuario, cada parroquia a una familia de refugiados, nos sentimos comprometidos en un gesto de solidaridad cristiana. Tanto la inmensa mayoría de nuestras parroquias como una parte del edificio del Seminario Metropolitano tienen las puertas abiertas para la acogida de estos hermanos.

Obviamente deberemos estudiarlo con nuestra Cáritas, para coordinar el modo de un servicio que sea útil y eficaz, porque acoger a familias de refugiados es pensar no sólo en un techo donde cobijarse, sino en su salud, su alimentación, la escolaridad de los niños, en un trabajo eventual de los adultos. Ofrezco a nuestras autoridades autonómicas y municipales nuestra colaboración en esta noble causa, además de lo que por nuestra cuenta y nuestros medios podamos realizar como venimos haciendo a favor de los pobres de cualquier pobreza que implique desamparo y exclusión social.