«Dios me ha llamado para ser su servidor ante los hombres y para los hombres» - Alfa y Omega

«Dios me ha llamado para ser su servidor ante los hombres y para los hombres»

El cardenal Rouco Varela ordenó el sábado a 16 diáconos en la catedral de la Almudena, donde hace veinte años Juan Pablo II presidía la dedicación del templo y en donde a partir de ahora los nuevos diáconos llevarán a cabo su ministerio en las celebraciones presididas por el arzobispo. Elías Cristóbal Roperto es uno de los nuevos diáconos, un joven dominicano de 26 años, formado en el Seminario diocesano misionero Redemptoris Mater de Madrid Nuestra Señora de la Almudena, y cuenta su experiencia vocacional al dar este paso tan importante:

Juan Ignacio Merino

El hecho de ser ordenado diácono es para mí un motivo de gozo y alegría grandes. Me remonta, en la historia de mi vida, al génesis de mi vocación; cuando siendo un niño de nueve años experimenté la llamada al sacerdocio en una eucaristía de domingo en mi parroquia de Santo Domingo: en el momento en que el presbítero alzó las especies consagradas escuché al Señor en mi interior con una clara y firme voz que me decía: «Yo te he escogido para que también tú muestres mi cuerpo y mi sangre a los hombres». Lo recuerdo como si fuera hoy. Ya de adolescente confirmé la llamada en una convivencia con mi Comunidad Neocatecumenal en Santo Domingo. Después de un año y medio en el Redemptoris Mater de Santo Domingo, fui invitado a la convivencia de seminaristas con Kiko Argüello en Italia y fui destinado por sorteo a Madrid; donde Dios me esperaba para hacer conmigo una historia de descendimiento personal, pero de amor y fidelidad incomparables del Señor que me han inclinado a darle siempre un sí voluntario. Aquellas palabras del Señor, que en aquel tiempo escuché, hoy se van haciendo realidad, ahora con el diaconado y, posteriormente, con el presbiterado. Dios cumple en mí su promesa, y no teniendo en cuenta mis muchas infidelidades me ha escogido para tan alto ministerio.

Los ocho años de formación en el Seminario me han ido ayudando a que esa voz del Señor, que en su tiempo escuché, se fuera perfilando en mí en una realidad concreta, bajo la paciente, firme y cariñosa guía de mis formadores. Dios me ha llamado a ser su servidor ante los hombres y para los hombres; Dios quiere de mí un presbítero santo, humilde y pobre. Es un extracto de lo que he ido asimilando en todos estos años de formación al presbiterado.

Agradezco a Dios y a la Iglesia por haberme hecho crecer en fe y vocación en el Camino Neocatecumenal; pues los hermanos de mis comunidades, tanto la de Santo Domingo como la de Madrid, han sido para mí un testimonio del amor del Señor: ¡Que Dios ama a los pobres, y ha abierto el cielo para nosotros! Es el grito de alegría que surge de mi corazón al contemplar tantos milagros de fe que Dios me ha hecho experimentar en medio de mis hermanos.

También a mis padres, que me iniciaron en la fe y me han alentado siempre a seguir las huellas de Cristo. Mi padre está ahora intercediendo por mí desde el Cielo ya que hace cuatro años que murió de cáncer, profesando la fe en el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo.

Ésta es la experiencia del amor y la misericordia de Dios que de ahora en adelante transmitiré: yo, que en otro tiempo buscaba servirme en todo y vivirlo todo para mí: ya que soy el quinto de cinco hermanos, el mimado, el principito; ahora Dios, transformada mi vida, me hace ser el primero, no al modo de los pensamientos del hombre sino del Evangelio: puesto al servicio de todos ocupando el lugar que, por imitación de Cristo, me corresponde: el último.

Testimonio recogido por Juan Ignacio Merino