Irene Nemirovsky, ¿una conversión sincera? - Alfa y Omega

Irene Nemirovsky, ¿una conversión sincera?

El lunes se presenta el nuevo formato de Paginasdigital. Entre las novedades de contenido, se encuentra la próxima incorporación del blog Mundos de Cultura y fe, del colaborador de Alfa y Omega Antonio Rubio Plo. Entre sus últimos post, se encuentra un artículo sobre la conversión al catolicismo de la escritora de origen judío Irene Nemirovsky, asesinada por los nazis en Auschwitz

Antonio R. Rubio Plo

El periódico digital Paginasdigital se renueva a los diez años de su creación. Además de novedades de formato, habrá una renovación contenidos, y se incluirán más videos.

Entre las novedades, se incluye también la próxima incorporación del blog Mundos de Cultura y fe. El colaborador de Alfa y Omega Antonio Rubio Plo publica periódicamente allí artículos con su estilo inconfundible, en el que se conjuga la crítica cultural con una visión trascendente del arte y del mundo. Una de las últimas novedades del blog es este artículo sobre la sinceridad o no de la conversión al catolicismo de la escritora de origen judío Irene Nemirovsky, que murió en Auschwitz el 19 de agosto de 1942:

Irene Nemirovsky, ¿una conversión sincera?

Irene Nemirovsky, escritora rusa de origen judío, es un ejemplo de un éxito literario tardío, pues murió, con sólo 39 años, en Auschwitz el 19 de agosto de 1942. Su obra póstuma, Suite Francesa, ha sido un best seller en muchos países, y ha despertado el interés por sus novelas y relatos breves, entre los que destacan David Golder, El baile o Las moscas del otoño. Sin embargo, existe un gran silencio sobre una de las decisiones cruciales de su vida: su bautismo en la fe católica, administrado en París por monseñor Vladimir Ghika, un prelado rumano, diplomático de la Santa Sede y amigo de muchos intelectuales de la Francia de entreguerras, y que falleció en las prisiones de la Rumania comunista en 1954.

Con todo, se ha sembrado la sospecha de que la conversión de la escritora obedeció únicamente a razones de seguridad familiar, pues también se bautizaron su marido, Michel Epstein, y sus dos hijas. Habría sido un bautismo de conveniencia, en unos momentos en que la vida pública francesa estaba impregnada de un fuerte antisemitismo, que convertía a los judíos en el chivo expiatorio de los problemas económicos y sociales. Si a esto añadimos que tanto el padre como el marido de Nemirovsky eran banqueros, apátridas escapados de la Rusia soviética, habría argumentos para sustentar que aquella conversión al catolicismo fuera un medio de escapar a la arrolladora corriente de odios, que llegó a su culminación con la ocupación alemana de Francia y las posteriores deportaciones de judíos por el gobierno de Vichy.

Quienes dudan de la sinceridad de su conversión, subrayan que Nemirovsky no parecía satisfecha de su condición judía, pues en su novela más conocida, David Golder, habría pintado con trazos gruesos el retrato de un financiero judío, capaz de sacrificar a su familia, junto con el resto de la humanidad, a su desmedido afán de lucro. Este personaje habría contribuido a hacer aun más antipática la figura del judío rico, si bien la autora negó expresamente ser antisemita, pues sólo se limitaba a escribir lo que había vivido. Sin embargo, Nemirovsky publicaba, por entregas, muchos de sus relatos en revistas como Gringoire y Candide, seminarios ultranacionalistas que gustaban de recrearse en tópicos antisemitas, pese a que en sus páginas se la calificara de gran escritora eslava.

Paralelamente, la novelista ajustaba cuentas con una madre dominante, vanidosa y egoísta, como puede leerse en El vino de la soledad, si bien reconocería, en sus diarios personales, haber llevado la vida de una jovencita frívola de los locos años 20, con la consabida dinámica de fiestas, champán y flirteos. Hoy, Irene Nemirovsky goza de una merecida fama póstuma de gran retratista de la condición humana, sobre la que suele arrojar una mirada compasiva, aunque, con frecuencia, se palpe en los ambientes por ella recreados la melancolía y el desengaño. ¿De veras, fue sincera su conversión al cristianismo?

Todo parece indicarlo, pese a la discreción de la escritora, pues a finales de 1938 se encontraba con sus hijas en el pueblecito de Puits de Sancy, en el Macizo Central Francés, donde conoció a un joven sacerdote, el padre Roger Bréchard, bien relacionado con el filósofo católico Jacques Maritain. La novelista le hizo partícipe de las inquietudes que invadían su espíritu y que le llevaban a pedir la admisión en la Iglesia católica. Bien sabía Nemirovsky que eso no era un remedio para su condición de judía extranjera, que había visto rechazadas sus aspiraciones a la nacionalidad francesa, algo que ni siquiera libraría del exterminio a muchos judíos. Probablemente buscaba un consuelo espiritual que el judaísmo, apenas practicado, y la vida regalada que había llevado hasta entonces, no le dieron. Y ese consuelo quería extenderlo a toda su familia.

El padre Bréchard escribió una carta a monseñor Vladimir Ghika, el arzobispo rumano con el que había coincidido en tertulias con Maritain, para exponerle el caso. El prelado decidió bautizar a los Nemirovsky a la mayor brevedad, y el propio Bréchard se trasladó a París para ser padrino en un bautismo celebrado el 2 de febrero de 1939. Ghika fue un gran protector de los pobres y los desfavorecidos, solía escribir pensamientos breves, recopilados más tarde en un libro. En uno de ellos leemos que quien ama nunca está solo. Pronto se dio cuenta de la gran capacidad de amar de Irene Nemirovsky, deseosa de confiar en Dios ante las tribulaciones. La propia escritora lo expresó en su siguiente novela, Los perros y los lobos, en la que el sufrimiento de una judía exiliada tiene el contrapunto de la esperanza en Dios: «Al confiarse a Dios en la enfermedad y en la muerte, las horas transcurren con una deliciosa lentitud».