Juan XXIII, un Papa dócil al Espíritu Santo - Alfa y Omega

Juan XXIII, un Papa dócil al Espíritu Santo

«Un pastor», «un padre», un «modelo de santidad»… Así recordó el lunes el Papa al Beato Juan XXIII en el 50 aniversario de su muerte. Francisco rezó ante la tumba de su antecesor, y glosó su figura ante más de 2 mil peregrinos procedentes de Bérgamo

Redacción

«A cincuenta años de su muerte, la guía sabia y paterna del Papa Juan, su amor por la tradición de la Iglesia y la conciencia de su constante necesidad de actualización, la intuición profética de la convocación del Concilio Vaticano II y la ofrenda de la propia vida quedan como hitos en la historia de la Iglesia del siglo XX y como un faro luminoso por el camino que nos espera». Así lo dijo el Papa Francisco en un discurso sin papeles ante centenares de peregrinos de Bérgamo, la localidad de Angelo Roncalli, poco antes de las ocho de la tarde, en el momento en el que se cumplían 50 años de la muerte del Beato Juan XXIII. «Quien, como yo, tiene una cierta edad, mantiene un vivo recuerdo de la conmoción que se difundió por todas partes en aquellos días», dijo el Papa.

«Queridos bergamascos, ustedes están justamente orgullosos del Papa bueno, luminoso ejemplo de la fe y de las virtudes de las enteras generaciones de cristianos de su tierra», les dijo Francisco a los más de 2 mil peregrinos, que poco antes habían celebrado la Eucaristía en la Basílica de San Pedro, presididos por su arzobispo. «Custodien su espíritu, profundicen en el estudio de su vida y de sus escritos, pero sobre todo, imiten su santidad. Déjense guiar por el Espíritu Santo. No tengan miedo de los riesgos, como él no tuvo miedo».

El Papa hizo alusión al lema episcopal de Roncalli, Oboedientia et pax (obediencia y paz) y se refirió a estos dos aspectos de la personalidad del llamado Papa bueno.

«Angelo Roncalli era un hombre capaz de transmitir paz; una paz natural, serena, cordial; una paz que, con su elección al Pontificado, se manifestó al mundo entero y recibió el nombre de bondad. Es tan bello encontrar a un sacerdote, a un cura bueno, con bondad», dijo Francisco. «Y esto me hace pensar en algo que san Ignacio de Loyola -eh, no hago publicidad ¿eh?-; san Ignacio decía a los jesuitas, cuando hablaba de las cualidades que tiene que tener un superior. Decía: tiene que tener esto, esto, esto, esto, una lista larga de cualidades. Pero al final decía: y si no tiene estas virtudes, que al menos tenga mucha bondad».

Fue así «un padre, un sacerdote con bondad», y de este modo, construyó «en todas partes sólidas amistades y que resaltó de manera particular en su ministerio de Representante del Papa, desempeñado por casi tres decenios, a menudo en contacto con ambientes, mundos tan lejanos de aquel universo católico en el que él había nacido y se había formado».

Pero si «el Papa Juan transmitía paz», era «porque tenía un ánimo profundamente pacificado», porque «se había dejado pacificar por el Espíritu Santo». «Era un hombre de gobierno, era un conductor, pero un conductor conducido, por el Espíritu Santo, por la obediencia», que se abandonaba cada día «a la voluntad de Dios». «Aquí se encuentra la verdadera fuente de la bondad del Papa Juan, de la paz que ha difundido en el mundo, aquí se encuentra la raíz de su santidad: en su obediencia evangélica».

«Y ésta es la enseñanza para cada uno de nosotros, pero también para la Iglesia de nuestro tiempo -prosiguió el Papa-: si sabemos dejarnos conducir por el Espíritu Santo, si sabemos mortificar nuestro egoísmo para hacer espacio al amor del Señor y a su voluntad, entonces encontraremos la paz, entonces sabremos ser constructores de paz y difundiremos paz a nuestro alrededor».

Texto completo del discurso del Papa

Queridos amigos de la Diócesis de Bérgamo:

Estoy feliz de darles la bienvenida aquí, en la tumba del Apóstol Pedro, en este lugar que es la casa de todo católico. Saludo con afecto a su obispo, monseñor Francesco Beschi, y le agradezco las gentiles palabras que me ha dirigido en nombre de todos.

Hace exactamente cincuenta años, precisamente a esta hora, el Beato Juan XXIII dejaba este mundo. Quien, como yo, tiene una cierta edad, mantiene un vivo recuerdo de la conmoción que se difundió por todas partes en aquellos días: la Plaza de San Pedro se había convertido en un santuario a cielo abierto, recibiendo día y noche a los fieles de toda edad y condición social, en trepidación y oración por la salud del Papa. El mundo entero había reconocido en el Papa Juan a un pastor, un padre. Pastor porque era padre. ¿Qué lo había convertido en tal? ¿Cómo había podido llegar al corazón de personas tan diversas, incluso de tantos no cristianos?

Para responder a esta pregunta, podemos recordar su lema episcopal: Oboedientia et pax: obediencia y paz. «Estas palabras -anotaba monseñor Roncalli en la víspera de su consagración episcopal- son un poco mi historia y mi vida» (Diario del Alma, Retiro de preparación para la consagración episcopal, 13-17 de marzo 1925). Obediencia y paz.

La bondad

Quisiera partir de la paz, porque este es el aspecto más evidente, aquello que la gente ha percibido en el Papa Juan. Angelo Roncalli era un hombre capaz de transmitir paz; una paz natural, serena, cordial; una paz que, con su elección al Pontificado, se manifestó al mundo entero y recibió el nombre de bondad. Es tan bello encontrar a un sacerdote, a un cura bueno, con bondad. Y esto me hace pensar en algo que san Ignacio de Loyola -eh, no hago publicidad ¿eh?-; san Ignacio decía a los jesuitas, cuando hablaba de las cualidades que tiene que tener un superior. Decía: tiene que tener esto, esto, esto, esto, una lista larga de cualidades. Pero al final decía: y si no tiene estas virtudes, que al menos tenga mucha bondad.

Esencial. Es un padre, un sacerdote con bondad. Fue esto indudablemente una característica distintiva de su personalidad, que le permitió construir en todas partes sólidas amistades y que resaltó de manera particular en su ministerio de Representante del Papa, desempeñado por casi tres decenios, a menudo en contacto con ambientes, mundos tan lejanos de aquel universo católico en el que él había nacido y se había formado. Justamente en aquellos ambientes él se demostró un eficaz constructor de relaciones y un válido promotor de unidad, dentro y fuera de la comunidad eclesial, abierto al diálogo con los cristianos de otras Iglesias, con exponentes del mundo judío y musulmán y con tantos otros hombres de buena voluntad.

En realidad, el Papa Juan transmitía paz porque tenía un ánimo profundamente pacificado, él se había dejado pacificar por el Espíritu Santo. Y este ánimo pacificado fue fruto de un largo y comprometido trabajo sobre sí mismo, trabajo del que ha quedado abundante rastro en el Diario del Alma. Allí podemos ver al seminarista, al sacerdote, al obispo Roncalli empeñado en el camino de progresiva purificación del corazón. Lo vemos, día a día, atento a reconocer y mortificar los deseos que provienen del propio egoísmo, a discernir las inspiraciones del Señor, dejándose guiar por sabios directores espirituales e inspirar por maestros como san Francisco de Sales y san Carlos Borromeo. Leyendo aquellos escritos asistimos verdaderamente al tomar forma de un alma, bajo la acción del Espíritu Santo que actúa en su Iglesia, en las almas. Ha sido Él, decisivamente, quien con estas buenas disposiciones, les ha pacificado el alma.

La obediencia

Y aquí llegamos a la segunda y decisiva palabra: obediencia. Si la paz ha sido la característica exterior, la obediencia constituyó para Roncalli la disposición interior: la obediencia, en realidad, fue el instrumento para alcanzar la paz. Ante todo, ésta tuvo un sentido muy simple y concreto: desarrollar en la Iglesia el servicio que los superiores le pedían, sin pretender nada para sí, sin sustraerse a nada de aquello que le era pedido, incluso cuando eso significó dejar la propia tierra, confrontarse con mundos a él desconocidos, permanecer por largos años en lugares donde la presencia de católicos era escasísima.

Este dejarse conducir, como un niño, construyó su recorrido sacerdotal que ustedes bien conocen: de secretario de monseñor Radini Tedeschi, padre espiritual en el Seminario diocesano, a Representante pontificio en Bulgaria, Turquía y Grecia, Francia, hasta Pastor de la Iglesia veneciana y finalmente a obispo de Roma. A través de esta obediencia, el sacerdote y obispo Roncalli vivió también una fidelidad más profunda, que podremos definir, como él habría dicho, abandono a la divina Providencia.

Él reconoció constantemente, en la fe, que a través de aquel recorrido de vida aparentemente guiado por otros, no conducido por los propios gustos o sobre la base de una sensibilidad espiritual propia, Dios iba diseñando su propio proyecto. Era un hombre de gobierno, era un conductor, pero un conductor conducido, por el Espíritu Santo, por la obediencia. Aun más profundamente, mediante este abandono cotidiano a la voluntad de Dios, el futuro Papa Juan vivió una purificación, que le permitió desprenderse completamente de sí mismo y de adherir a Cristo, dejando así emerger aquella santidad que la Iglesia ha después oficialmente reconocido. «Quien perderá la propia vida por mí, la salvará», nos dice Jesús (Lc 9, 24). Aquí se encuentra la verdadera fuente de la bondad del Papa Juan, de la paz que ha difundido en el mundo, aquí se encuentra la raíz de su santidad: en esta su obediencia evangélica.

Y ésta es la enseñanza para cada uno de nosotros, pero también para la Iglesia de nuestro tiempo: si sabemos dejarnos conducir por el Espíritu Santo, si sabemos mortificar nuestro egoísmo para hacer espacio al amor del Señor y a su voluntad, entonces encontraremos la paz, entonces sabremos ser constructores de paz y difundiremos paz a nuestro alrededor.

Un faro luminoso

A cincuenta años de su muerte, la guía sapiente y paterna de Papa Juan, su amor por la tradición de la Iglesia y la conciencia de su constante necesidad de actualización, la intuición profética de la convocatoria del Concilio Vaticano II y la ofrenda de la propia vida por su buen término, quedan como hitos en la historia de la Iglesia del siglo XX y como un faro luminoso por el camino que nos espera.

Queridos bergamascos, ustedes están justamente orgullosos del Papa bueno, luminoso ejemplo de la fe y de las virtudes de las enteras generaciones de cristianos de su tierra. Custodien su espíritu, profundicen en el estudio de su vida y de sus escritos, pero sobre todo, imiten su santidad. Déjense guiar por el Espíritu Santo. No tengan miedo de los riesgos, igual que él no tuvo miedo. Docilidad al Espíritu, amor a la Iglesia y adelante. El Señor hará todo.

Que desde el Cielo Él continúe acompañando con amor a su Iglesia, que tanto amó en vida, y obtenga para ella del Señor el don de numerosos y santos sacerdotes, de vocaciones a la vida religiosa y misionera, como también a la vida familiar y al compromiso laical en la Iglesia y en el mundo. ¡Gracias por su visita al Papa Juan! Los bendigo a todos de corazón.

RV