Tres tipologías en la Iglesia: Pecadores, corruptos y santos - Alfa y Omega

Tres tipologías en la Iglesia: Pecadores, corruptos y santos

A partir del evangelio del día, la parábola de los viñadores asesinos, el Papa reflexionó el lunes sobre «tres modelos de cristianos en la Iglesia: los pecadores, los corruptos y los santos». Y concluyo con una provocadora invocación: «Pidamos hoy al Señor la gracia de sentirnos pecadores, pero verdaderos pecadores», es decir, «la gracia de no convertirnos en corruptos», de no olvidarnos del amor de Dios y acomodarnos en el pecado. «¡Pecadores si, corruptos no!»

RV

«No es necesario hablar mucho de los pecadores -aclaró el Papa-, porque todos lo somos». Nos conocemos ya «desde dentro y sabemos qué es un pecador. Y si alguno de nosotros no se siente pecador, que vaya a ver al médico espiritual», porque «algo no funciona».

Pecadores, corruptos y santos. El Papa Francisco centró en este trinomio su homilía de la Misa de esta mañana en la Casa de Santa Marta. El Papa subrayó que los corruptos hacen mucho mal a la Iglesia porque son adoradores de sí mismos; los santos en cambio le hacen tanto bien, son luz en la Iglesia. En la Misa -concelebrada con el cardenal Angelo Amato- participó un grupo de sacerdotes y colaboradores de la Congregación para las Causas de los Santos y un grupo de Gentiluomini – Caballeros de Su Santidad.

¿Qué pasa cuando nosotros queremos convertirnos en dueños de la viña? El Papa desarrolló su homilía partiendo del Evangelio del día sobre la parábola de los viñadores malos para reflexionar sobre «tres modelos de cristianos en la Iglesia: los pecadores, los corruptos y los santos».

De quien realmente nos habla la parábola es de quienes quieren «adueñarse de la viña y han perdido la relación con el Dueño», un Dueño que «nos ha llamado con amor, nos custodia, y que también nos da la libertad». Estas personas «se han sentido fuertes, se han sentido autónomas de Dios», pensando: «Nosotros no tenemos necesidad de aquel Dueño, ¡que no venga a molestarnos!». «¡Estos son los corruptos! Aquellos que eran pecadores como todos nosotros, pero que han dado un paso adelante, como si se hubieran consolidado en el pecado: ¡no tienen necesidad de Dios! Pero esto solo aparentemente, porque en su código genético está impresa esta relación con Dios. Y como no la pueden negar, se hacen un Dios especial: son Dios ellos mismos».

Esta actitud -alertó Francisco- «es también un peligro para nosotros», dentro de las propias comunidades cristianas. Estos corruptos «piensan solo al propio grupo», «son ellos para sí mismos», como Judas, que empezó siendo un «pecador avaro» y «terminó en la corrupción». Así es «el camino de la autonomía, un camino peligroso», en el que se van cortando los lazos con Dios.

«Los corruptos son grandes desmemoriados -añadió el Papa-, han olvidado este amor, con el cual el Señor ha plantado la viña, ¡los ha hecho a ellos! ¡Han cortado la relación con este amor! Y ellos se convierten en adoradores de sí mismos. ¡Cuánto daño han causado los corruptos en las comunidades cristianas! Que el Señor nos libre de resbalar en este camino de la corrupción».

Por último, el Pontífice se refirió a los santos, que son aquellos que, en la parábola, «van a cobrar el alquiler» de la viña. «Saben qué les espera, pero deben hacerlo y hacen su deber».

Los santos son quienes «obedecen al Señor, aquellos que adoran al Señor, aquellos que no han perdido la memoria de amor, con el cual el Señor ha plantado la viña. Y así como los corruptos hacen tanto daño a la Iglesia, los santos le hacen tanto bien. El apóstol Juan dice que los corruptos son el Anticristo, que están en medio a nosotros, pero que no son parte de nosotros. La Palabra de Dios nos habla de los santos como de luz, aquellos que estarán ante el trono de Dios, en adoración. Pidamos hoy al Señor la gracia de sentirnos pecadores, pero verdaderos pecadores, no pecadores en general, sino pecadores por esto, esto y esto, concretos, con lo concreto del pecado. La gracia de no convertirnos en corruptos: ¡pecadores si, corruptos no! Y la gracia de ir por el camino de la santidad. Así sea».