La confesión no es «una sesión de tortura», advierte el Papa - Alfa y Omega

La confesión no es «una sesión de tortura», advierte el Papa

El confesionario no es «una sesión de tortura», sino el lugar donde Dios nos invita a experimentar Su ternura, dijo el Papa, al celebrar en la mañana del lunes la Misa en la residencia de Santa Marta. En los últimos días, Francisco ha seguido lanzando importantes mensajes a través de esta peculiar nueva forma de magisterio de las homilías diarias, de las que llegan algunos fragmentos a través de Radio Vaticano

Redacción

El lunes, durante la Misa que, como cada mañana, celebra el Papa en la capilla de la Residencia de Santa Marta, Francisco habló de la vergüenza como virtud cristiana, en contraposición a quienes se muestran en el pecado «satisfechos consigo mismos», cin conciencia de su «necesidad de la salvación». «Esas son las tinieblas!», advirtió. «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos… Éste es el punto de partida. Si confesamos nuestros pecados», el Señor nos perdonará, porque eso es a lo que Él vino, «a salvar y perdonar».

Pero hay que dejarse perdonar, tener humildad. «Jesús, en el confesionario, no es un producto de limpieza en seco». Por eso, la vergüenza puede llegar a considerarse «una verdadera virtud cristiana, e incluso humana, la posibilidad de que avergonzarse». «Bendita vergüenza», dijo, la que refleja «la virtud que Jesús nos pide: la humildad y la mansedumbre». Así es como llegamos a ser conscientes del mal realizado, pero teniendo siempre confianza en el Padre, que «nos defiende ante nuestras debilidades».

«La humildad y la mansedumbre son como el marco de una vida cristiana», explicó Francisco. «Se ve a la confesión no como a una sesión de tortura? ¡No!». ¿Se va a plantear a Dios nuestros méritos? Se debe acudir con humildad. «¿Y si mañana hago lo mismo? Ir de nuevo… Él siempre nos espera». Así es «la ternura del Señor».

«Comunidades chismosas»

La calumnia fue el sábado el blanco de las advertencias del Papa. El Pontífice se refirió ya a la calumnia en homilías anteriores, aunque esta vez, no habló de ella desde una perspectiva personal, sino comunitaria, al referirse a las «comunidades chismosas…» Cuando una comunidad cristiana no se abre a Dios, se cierra en sí misma y queda dominada por dinámicas negativas, afirmó. Concelebraba la Eucaristía, entre otros, el nuncio en Siria.

Francisco subrayó que, cuando una comunidad se deja conducir por Dios, es una comunidad libre, con la libertad de Dios y del Espíritu Santo, aún en las persecuciones, según muestra el ejemplo de los primeros cristianos. Según el Papa, es propio de la comunidad del Señor ir hacia adelante, difundirse. «Así es el bien: ¡se difunde siempre!».

Ésta es, pues, la pregunta que lanza Francisco: «¿Cómo son nuestras comunidades, las religiosas y las parroquiales? ¿Están abiertas al Espíritu Santo que nos impulsa a difundir la palabra de Dios o cerradas y cargan con tantos mandamientos los hombros de los fieles, como dijo el Señor a los fariseos?».

El Señor nos prepara para la vida eterna

El viernes, el Papa insistió en una idea que ya había expuesto en la catequesis de la audiencia general, cuando advirtió de que vivimos un tiempo intermedio, de espera ante la segunda venida de Cristo, y que nuestra actitud debe ser de tensión espiritual. La fe -dijo- es un camino de belleza y de verdad, trazado por Jesús, para preparar nuestros ojos y mirar sin gafas «el rostro maravilloso de Dios» en el lugar definitivo que está preparado para cada uno. La fe nos anima así a vivir sin miedo, a entender la vida como una preparación para mirar mejor, escuchar mejor y amar más.

Entre los concelebrantes, estaba el salesiano Sergio Pellini, director de la Tipografía Vaticana-Editrice, al frente de varios empleados de este servicio, además de un grupo de agentes del Cuerpo de la Gendarmería.

«Cómo es -se preguntó el Papa Francisco- esta preparación? ¿Cómo se realiza? ¿Cómo es ese lugar? ¿Qué significa preparar el lugar? ¿Alquilar una habitación en las alturas?». Preparar el lugar significa «preparar nuestra posibilidad de gozar, ver, sentir, comprender la belleza de aquello que nos espera, de la patria hacia la cual caminamos».

«Y toda la vida cristiana -prosiguió- es un trabajo de Jesús, del Espíritu Santo, para prepararnos un lugar, prepararnos los ojos para ver». «Pero, padre, ¡yo veo bien! No necesito gafas. Pero se trata de otra visión. Pensemos en quienes están enfermos de catarata y tienen que operarse: ellos ven, pero después de la operación, ¿qué dicen? Nunca pensé que se podía ver así, sin gafas, tan bien. Nuestros ojos, los ojos de nuestra alma necesitan, tienen necesidad de ser preparados para contemplar el rostro maravilloso de Jesús». Se trata, entonces, de «preparar el oído para escuchar cosas bellas, palabras bellas. Y principalmente preparar el corazón: preparar el corazón para amar, amar más».

«En el camino de la vida -explicó el obispo de Roma- el Señor siempre hace esto: con las pruebas, con las consolaciones, con las tribulaciones, con las cosas buenas. Todo el camino de la vida es un camino de preparación. Algunas veces el Señor lo debe hacer de prisa, como hizo con el buen ladrón: tenía sólo pocos minutos para prepararlo y lo hizo. Pero la normalidad de la vida es ir así: dejarse preparar el corazón, los ojos, el oído, para llegar a esta patria. Porque esa es nuestra patria».

El Papa Francisco alertó sobre el perder de vista esta dimensión fundamental de nuestra vida y del camino de fe, y de las objeciones de quien no reconoce una perspectiva de eternidad: «Pero, padre, yo fui a un filósofo y me dijo que estos pensamientos son una alienación, que nosotros estamos alienados, que la vida es esta, lo concreto, y del más allá no se sabe lo que es… Algunos piensan así. Pero Jesús nos dice que no es así, y nos dice: Creed también en mí. Esto que te digo es la verdad: yo no te engaño. Estamos en camino hacia la patria, nosotros hijos de las estirpe de Abrahán, como dice san Pablo en la primera lectura» (Hechos de los apóstoles 13, 26-33).

«Y desde la época de Abrahán -afirmó el Papa- estamos en camino, con la promesa de la patria definitiva. Si leemos el capítulo de la Carta a los Hebreos encontraremos la bella figura de nuestros antepasados, de nuestros padres, que hicieron este camino hacia la patria y la contemplaban desde lejos. Prepararse para el cielo es comenzar a contemplarlo desde lejos». Y «esto no es alienación: esta es la verdad, esto es permitir que Jesús prepare nuestro corazón, nuestros ojos para esa belleza tan grande. Es el camino de la belleza. También el camino del regreso a la patria».

Antes de la Resurrección, está la Cruz

El día anterior, junto a algunos miembros de la Secretaría del Sínodo para los Obispos, encabezados por el Secretario General, el arzobispo Nikola Eterovic, y algunos agentes de la Gendarmería Vaticana, el Papa retomó otra de las ideas fuerza de las últimas semanas: la humildad, no el espíritu de conquista, define el estilo del anuncio cristiano, aunque al mismo tiempo, al cristiano no debe temer obrar grandes cosas.

«El estilo de la predicación evangélica va con esta actitud: la humildad, el servicio, la caridad, el amor fraterno. Pero… Señor, ¡nosotros debemos conquistar el mundo! Esa palabra, conquistar, no va. Debemos predicar en el mundo. El cristiano no debe ser como los soldados que cuando vencen la batalla arrasan todo», sino que, por el contrario, la Iglesia «anuncia el Evangelio con su testimonio, más que con las palabras». Y con una dúplice disposición, como dice santo Tomás de Aquino: un ánimo grande que no se asusta de las cosas grandes, de ir adelante hacia horizontes que no terminan, y la humildad de tener en cuenta las cosas pequeñas. «Esto es divino, es como una tensión entre lo grande y lo pequeño», y el carácter misionero cristiano procede «por este camino».

«Cuando nosotros vamos con esta magnanimidad y también con esta humildad -prosiguió-, cuando nosotros no nos asustamos de las cosas grandes, de ese horizonte, pero también tomamos en consideración las cosas pequeñas- la humildad, la caridad cotidiana- el Señor confirma la Palabra. Y vamos adelante. El triunfo de la Iglesia es la Resurrección de Jesús. Pero antes está la Cruz. Pidamos hoy al Señor que lleguemos a ser misioneros en la Iglesia, apóstoles en la Iglesia pero con este espíritu: una gran magnanimidad y también una gran humildad».