El otro es un bien - Alfa y Omega

El otro es un bien

En su intervención en las Jornadas Sociales Católicas Europeas, sobre La fe cristiana y el futuro de Europa, el rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso -recién reelegido miembro de la Comisión Teológica Internacional-, abordó la importancia de la antropología cristiana para construir una nueva Europa, en la que el otro sea considerado un bien, la familia recupere su valor y la diferencia hombre-mujer sea vista como una riqueza. He aquí un extracto:

Redacción

Para la antropología cristiana, la primera experiencia de la persona como unidad de alma y cuerpo se da siempre estrechamente unida a otra: la persona existe inevitablemente como varón o como mujer. Es decir, todo ser humano está siempre situado dentro de la diferencia sexual, que representa una dimensión constitutiva de la relacionalidad humana, en la que se expresan a la vez la unidad y la dualidad, la identidad y la diferencia. Ningún individuo humano puede experimentar en sí mismo la totalidad del ser personal, sino que tiene siempre ante sí otro modo originario de ser persona, que para él/ella es inaccesible: el varón tiene ante sí a la mujer, y viceversa.

La diferencia sexual es un rasgo propio de cada persona, que informa hasta lo más profundo los dinamismos corporales y espirituales del individuo, y un rasgo relacional, que indica nuestra constitutiva apertura no sólo hacia el otro similar, sino hacia el otro diferente. Pretender superar esta diferencia es una ilusión trágica, ya que la experiencia demuestra que la reciprocidad de la diferencia sexual no es sólo una complementariedad, sino que implica la apertura a un tercero. De este modo, la diferencia hombre-mujer se convierte en el anillo que conecta la unidad espiritual-corporal de la persona con su relacionalidad. Una lectura correcta de la antropología cristiana, en este terreno, permitirá, por ejemplo, corregir la derivación narcisista de muchas corrientes de comportamiento y de pensamiento de nuestra cultura occidental, especialmente en el terreno de los afectos.

La matriz de la civilización

La diferencia sexual muestra, en su raíz, el carácter comunitario del hombre, y por eso reivindicamos que la persona y la familia no se consideren por separado. La familia es el primer ámbito en el que las relaciones aparecen como una realidad natural, o, dicho con terminología de las ciencias humanas, como un ámbito primordial de relaciones sociales. Es un ámbito imprescindible, como demuestra la Historia, ya que la familia es la matriz de todos los procesos de civilización. La familia se distingue de cualquier otro tipo de socialidad porque sólo en ella se enlazan los dos tipos de relaciones primordiales: la relación entre los sexos (conyugal) y la relación entre generaciones (paternidad-filiación). Podemos resumir su valor insustituible para la convivencia humana diciendo que es una realidad sui generis, porque, por una parte, no existiría sin la relación de las personas que la componen, pero, por otra, es una realidad superior a la suma de las partes. La familia tiene en sí misma derechos, es un sujeto social que debe ser considerado como tal. En la familia se lleva a término el proceso de comunicación de una visión de la vida desde una generación a la siguiente, es decir, el proceso educativo, y consecuentemente la familia aparece como un cruce de caminos entre lo privado y lo estatal, entre lo natural y lo cultural, entre lo individual y lo social.

(…) El otro ser humano es siempre un bien. Lo es en sí mismo y lo es para nuestra vida. La persona humana es un fin en sí misma, y lo es en todos sus niveles: el biológico-somático, el emocional y el espiritual.

Retrato de mi familia, de Joaquín Sorolla

(…) ¿Cuál es el modo propio de comunicar la verdad cristiana que pueda hacerse cargo del complejo panorama cultural descrito? El Evangelio nos lo enseña cuando nos dice que el anuncio cristiano tiene forma testimonial. Si el testimonio se comprende como la forma personal de comunicación de la verdad de Dios, a través de la implicación de la vida del testigo, se salvaguarda el debido respeto a la libertad del otro, y no se renuncia a la comunicación de la verdad, evitando reducciones relativistas.

La fe se comunica testimonialmente desde las circunstancias que cada persona debe afrontar cotidianamente (su trabajo, sus relaciones afectivas y sociales, su descanso, la salud o la enfermedad), y a través de iniciativas comunes, asociadas, que se expresan mediante la construcción de obras de todo tipo que ejemplifiquen la conveniencia para todos de la visión cristiana del hombre, en ámbitos como la educación, la sanidad, la cooperación internacional, la pequeña y mediana empresa… Los principios de subsidiariedad y solidaridad indican el valor ideal que supone compartir los propios bienes materiales e inmateriales para sostener las necesidades de los más desfavorecidos.

La ley es el amor

Tanto en el caso de la acción individual de la persona, como asociado con otros, la ley que rige esta comunicación de sí es el amor, pues sólo quien se dona a sí mismo por completo, para afirmar al otro, puede convertirse en ese motivo de encuentro que imprime una orientación decisiva a la vida y le da un horizonte nuevo.

(…) Esta concepción de la persona, a la luz del encuentro con Cristo, se ofrece testimonialmente a la razón y a la libertad de cada hombre europeo para una verificación personal en el presente. No podemos vivir de rentas del pasado. A medida que se acepta la novedad que surge del encuentro, cada uno puede comprobar en sí mismo la sorprendente correspondencia de tal propuesta con la experiencia humana elemental. De este modo, la fe testimoniada por la caridad no se dirige sólo hacia los otros, sino que, simultáneamente, hace crecer la certeza y el gusto de la vida en el creyente mismo, disponiéndolo para alcanzar las periferias de lo humano a las que nos ha enviado el Papa. Cuanto más viva sea nuestra pertenencia al misterio del Dios de Jesucristo, más útil será nuestra contribución intelectual, moral, social y política al futuro de Europa.