¡Bienvenido, don Carlos! - Alfa y Omega

¡Bienvenido, don Carlos!

Los tres obispos auxiliares de Madrid dan la bienvenida al nuevo arzobispo:

Colaborador
Sucesor de los apóstoles: el Señor les encomendó la continuación de su obra salvadora en todo el mundo… Cristo se aparece a los apóstoles en los Montes de Galilea, de Duccio (La Maestà. Museo de l’Opera, Siena)

Nuestra archidiócesis de Madrid se prepara para recibir ya muy pronto al nuevo arzobispo, don Carlos Osoro Sierra. El próximo día 25 presidirá la celebración de la Santa Misa en la catedral de Santa María la Real de la Almudena, iniciando así su servicio pastoral a la Iglesia del Señor que peregrina en Madrid. Serán, sin duda, muchísimos los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos que querrán estar presentes en este acontecimiento. Allí estaremos también nosotros, Dios mediante, para encomendar al Señor la persona y la misión de nuestro nuevo arzobispo, así como para manifestar nuestra disponibilidad de seguir colaborando con el obispo diocesano en la carga que el único Pastor de la Iglesia pone sobre sus hombros.

Para la comunidad diocesana, estos días en los que asistimos a un relevo en la sede episcopal son un tiempo muy bueno para dar gracias a Dios, renovar la esperanza y profundizar en el sentido de la figura del obispo a la luz de la fe, de modo que no perdamos de vista a quién recibimos en realidad. Conocemos a don Carlos desde hace años, incluso antes de que hubiera recibido la ordenación episcopal, y sabemos que está dotado de muchas cualidades humanas que le vendrán muy bien para la ardua misión recibida. Sin embargo, lo recibimos ante todo y sobre todo como al pastor que el Señor envía hoy a esta queridísima Iglesia de Madrid. Es justo hacer valoraciones humanas ponderadas. Pero es absolutamente insuficiente quedarse en los meros cálculos de cosas de la tierra, cuando se trata de la vida de la Iglesia, esa maravillosa obra que Dios ha puesto en marcha para hacerse Él mismo cercano a los hombres en cada lugar del mundo y en cada tiempo de la Historia.

En efecto, estos días en los que asistimos a un relevo en la sede episcopal madrileña son un tiempo muy bueno para recordar quién es verdaderamente el obispo, y no perder de vista a quién recibimos en realidad. En la persona de don Carlos, recibimos a un sucesor de los apóstoles, a quienes el Señor Jesucristo encomendó la continuación de su obra salvadora en todo el mundo hasta el final de los tiempos. Acogemos, pues, a un enviado del Señor que ha recibido de Él, a través de la sucesión apostólica, la misión de la edificación de la Iglesia que peregrina en Madrid, de modo que todos puedan conocer y amar a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

«Por eso –continúa enseñando el Concilio–, los obispos, por institución divina, han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; en cambio, el que los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió (cf. Lc 10, 16)» (Lumen gentium19-20).

El obispo, por tanto, es vicario y legado de Cristo (LG 27) para su Iglesia diocesana, e incluso también, aunque sin jurisdicción propia, para la Iglesia universal, en comunión con el Papa y el colegio de los obispos (cf. LG 23). Pidiendo, pues, la gracia de vivir identificado con los sentimientos del Crucificado y Resucitado, y esforzándose por llevar una vida acorde con la del Señor, a quien representa, el obispo ejerce la triple misión de enseñar, santificar y gobernar a la porción de la Iglesia que le ha sido confiada.

Cuando, ya el mismo día de la inauguración de su ministerio, el nuevo arzobispo nos hable desde la cátedra episcopal –de la que toma su nombre la iglesia catedral–, habrá comenzado a enseñarnos, en nombre de Cristo, el camino que conduce a la Vida eterna. Tal función seguirá ejercitándola con sus Cartas pastorales y otros documentos. Pero también y fundamentalmente dirigiendo y moderando la catequesis que se imparte en todas las parroquias e instituciones diocesanas, así como la enseñanza de la doctrina católica y del modo de vida del cristiano en las escuelas de diverso grado y naturaleza.

Al presidir la celebración de la Eucaristía con la que inaugurará su servicio entre nosotros, representará a Cristo en su servicio supremo de ofrecerse al Padre como víctima de amor que nos libera del pecado y de la muerte. Todos los sacerdotes de nuestra archidiócesis celebrarán, desde entonces, legítimamente la Santa Misa, sólo si lo hacen un unión con él. Porque es el obispo el que ha recibido inmediatamente, en la sucesión apostólica, la administración de los misterios sagrados, ante todo de la Eucaristía, pero también de los demás sacramentos. Este ministerio se hará especialmente visible cuando cada año, Dios mediante, confiera el orden sacerdotal a aquellos que el Señor de la mies vaya llamando para el trabajo apostólico ministerial.

Por fin, cuando el nuevo obispo reciba el homenaje de los fieles, según sus diversos estados y carismas, estará mostrando que su ministerio de apacentar el Pueblo Santo, según el ejemplo del Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y da la vida por ellas, va encaminado a mantener unido al rebaño en los buenos pastos del Evangelio y a defenderlo de los ataques de los lobos. El obispo, cuando ejerce este cuidado pastoral, no lo hace –según enseña el Concilio– como simple vicario del Romano Pontífice, puesto que dispone de una potestad propia y recibe con razón el nombre de presidente (o prelado) del pueblo al que gobierna (cf. LG 27).

Así recibimos a don Carlos, y así estamos dispuestos a colaborar en su ministerio de enviado del Señor y testigo de su Cruz y Resurrección. Bienvenido, pues, señor arzobispo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

+ Fidel Herráez Vegas
+ César Augusto Franco Martínez
+ Juan Antonio Martínez Camino