La fe cristiana y el futuro de Europa - Alfa y Omega

La fe cristiana y el futuro de Europa

En un momento de honda crisis económica, social y espiritual en Europa, las II Jornadas Sociales Católicas Europeas deben servir para que el Viejo Continente se reencuentre con sus raíces. Escribe, en su Exhortación pastoral de esta semana, el cardenal Antonio María Rouco Varela, anfitrión de las Jornadas

Antonio María Rouco Varela
El cardenal Rouco (a la derecha), Relator General en la II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos (año 1999)

La fe cristiana y el futuro de Europa: con este título, comienzan en Madrid las II Jornadas Sociales Europeas, organizadas por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) y por la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE). El pasado de Europa, su pasado humano, social, político, cultural y espiritual, es inexplicable sin sus raíces cristianas. Más aún, la idea y la realidad misma de la Europa actual nace en un ambiente profundamente embebido de fe cristiana: el del mundo carolingio de finales del primer milenio de historia de la Iglesia, que se reforma internamente y que anima poderosamente a un renacimiento cristiano del ideal y de las estructuras del fenecido Imperio Romano de Occidente.

Esa alma cristiana del renacer europeo se mantendrá viva, con mayor o menor vigor y fecundidad histórica, hasta nuestros días. Ni las grandes crisis producidas por las rupturas de la unidad de la Iglesia en los siglos XI y XVI (la separación del Patriarcado de Constantinopla y la reforma protestante), ni el predominio cultural y político del laicismo en los últimos tres siglos de historia europea, dominados en una buena parte por la Ilustración racionalista, consiguieron difuminar del todo, en los estilos de vida y en los comportamientos de los europeos, la influencia de la visión cristiana del hombre y del mundo. Incluso, en el momento más crítico de la historia contemporánea de Europa, en el borde mismo de la posibilidad de su subsistencia histórica al finalizar la Segunda Guerra Mundial, se recurre a ese patrimonio espiritual del pensamiento cristiano para escapar del abismo del ser o no ser e iniciar una reconstrucción material, económica y social sin precedentes a partir de una concepción cristiana del hombre, de la sociedad y de la comunidad política, de la que se había vuelto a tomar conciencia en los pueblos europeos salidos de la catástrofe, sobre todo, en Occidente. Así, en la década de los años cincuenta del pasado siglo, se pusieron los fundamentos de la unidad económica, social y política de los Estados europeos bajo una influencia clarísima de la doctrina social de la Iglesia. Su ulterior evolución y crecimiento, que recobra un fuerte impulso con la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, se va librando, por una parte, de las ideas totalitaristas, profundamente materialistas y ateas de la Europa soviética, pero cayendo, por otra, en una concepción de la libertad individual y social marcada por una visión del hombre (por una antropología) igualmente materialista y, al final, radicalmente relativista.

Una crisis honda: crisis de fe

Europa se nos muestra hoy envuelta en una crisis honda: crisis económica y social, crisis cultural y espiritual. El envejecimiento de su población, la caída en picado de la natalidad, los fracasos matrimoniales y familiares tan frecuentes, el paro, más en concreto, el paro juvenil tan elevado en muchos de los países de la Unión Europea, la pérdida masiva del respeto al derecho a la vida, la depresión y la soledad tan extendidas entre las personas mayores y, paradójicamente, entre los jóvenes, la dificultad de asimilar dignamente el fenómeno imparable de la emigración…, son otros tantos signos de lo que hay que calificar sin tapujo alguno como un estado crítico de la Europa de nuestros días.

¿Se puede afrontar responsablemente el futuro de esta Europa, a la que pertenecemos y en la que estamos inmersos, desde todos los puntos de vista de lo que afecta a la salud material y espiritual de las personas y a su bienestar y destino próximo y definitivo, sin preguntarnos por sus causas y su origen último? La experiencia del fracaso político y jurídico del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa (acta del 30 de septiembre de 2003) debería aleccionarnos para no reincidir en los mismos errores a la hora de buscar verdaderos caminos intelectuales, morales y culturales para la salida de una crisis que se manifiesta compleja y pertinaz. Los padres del fallido proyecto constitucional para la Unión Europea creyeron que podían prescindir de la alusión expresa a las raíces cristianas de Europa y de la visión del hombre y de la sociedad, que de ellas emergen, sin mayores consecuencias teóricas y prácticas. ¿Se equivocaron? ¿Nos equivocamos hoy si continuamos ignorándolas y hasta negándolas?

Benedicto XVI, en el contexto del Año de la fe, afirmó que «la crisis de Europa es una crisis de fe». Si el diagnóstico del Papa era y es certero, ¿no se encuentran la Iglesia y los cristianos de Europa ante un reto personal y pastoral al que es extraordinariamente urgente responder? La II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos (del 1 al 11 de octubre de 1999), a las puertas del Gran Jubileo del año 2000, fue ya muy consciente del reto que suponía la secularización desbordante de los pueblos y sociedades europeas.

La Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, de san Juan Pablo II, de la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo del año 2003, recogiendo las propuestas sinodales, ofrece la fórmula para afrontarlo con éxito pastoral y frutos de conversión cristiana y de transformación profundamente humana de las personas y de las estructuras, que no ha perdido la más mínima actualidad: la fórmula del Evangelio de la esperanza, de la vuelta al , sentido y vivido en la comunión de la Iglesia, a la fe plena e íntegra en Jesucristo resucitado y proclamado con el gozo al que nos invita nuestro Santo Padre Francisco.

¡Europa, vuelve a encontarte!

En las páginas de la Exhortación sinodal se traslucía, como un bello y esclarecedor trasfondo del espíritu que las animaba, aquella apremiante llamada del mismo san Juan Pablo II dirigida a Europa desde la catedral de Santiago de Compostela, el 9 de noviembre de 1982, en el Acto europeísta, el último de su inolvidable viaje apostólico a España, que había comenzado en la tarde del 31 de octubre anterior:

«Yo, obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Para que Europa vuelva a encontrarse y ser ella misma en su presente y en su futuro, contribuirán valiosamente las II Jornadas Sociales Católicas Europeas. Su título es clarividente y valiente a la vez: La fe cristiana y el futuro de Europa.

Encomendamos a la Virgen Santa María, nuestra Madre y Señora de La Almudena, el fruto espiritual, pastoral y social de las mismas.