«Es la hora del llanto, pero ¿a mí que me importa?» - Alfa y Omega

«Es la hora del llanto, pero ¿a mí que me importa?»

Emocionado e incómodamente duro en sus denuncias, el Papa Francisco ha recordado el centenario del inicio de la I Guerra Mundial, con una visita a dos cementerio italianos en los que descansan víctimas de los dos bandos enfrentados en 1914. Con una claridad profética, criticó duramente la locura de la guerra, el estallido de una Tercera Guerra Mundial «por partes», la indiferencia generalizada ante el dolor de las víctimas, y «la codicia de los planificadores del terror» que alientan los actuales conflictos armados

José Antonio Méndez
El Papa reza en el cementerio militar italiano de Redipuglia

La homilía que el Papa Francisco pronunció en el cementerio militar de Redipuglia tiene las resonancias de los grandes pronunciamientos pontificios en momentos decisivos del siglo XX, como las advertencias de Pío XII ante el nazismo o los llamamientos de Benedicto XV por la paz. En esta localidad del norte de Italia, el Papa conmemoró, el pasado sábado, el centenario de la Gran Guerra, con una visita a dos camposantos: el cementerio austrohúngaro, donde hay enterrados 14.000 soldados del Eje Central (sobre todo del Imperio Alemán y del Austrohúngaro); y el cementerio militar italiano, donde reposan los restos de 100.000 soldados que lucharon en el bando aliado. En este segundo, presidió la Eucaristía, que fue concelebrada por los obispos castrenses de toda Europa -entre ellos el arzobispo español, monseñor Juan del Río- y por obispos de todos los países que intervinieron en el conflicto.

Con palabras duras, el Papa explicó que «la guerra destruye lo más hermoso que Dios ha creado: el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la relación entre hermanos. La guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer destruyendo!» El Pontífice denunció que «la avaricia, la intolerancia, la ambición de poder… son motivos que alimentan el espíritu bélico, y a menudo encuentran justificación en una ideología; pero antes de la ideología, está el impulso desordenado». Y «cuando ni la ideología es justificación, está la respuesta de Caín: ¿A mí qué me importa? ¿Soy yo el guardián de mi hermano? La guerra no se detiene ante nada ni ante nadie: ancianos, niños, madres, padres… Pero, ¿a mí qué me importa?».

Su abuelo Giovanni Bergoglio

Además, el Pontífice insistió en la idea que lanzó tras su viaje a Corea, el pasado agosto: «Hoy, tras el segundo fracaso de una Guerra Mundial, se puede hablar de una Tercera Guerra, combatida por partes, con crímenes, masacres y destrucciones. Y para ser honrados, la primera página de los periódicos debería llevar el titular: ¿A mí qué me importa?». Y añadió: «También hoy hay muchas víctimas… ¿Cómo es posible? Lo es porque también hoy, en la sombra, hay intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y poder, y está la industria armamentista, que parece tan importante. Estos planificadores del terror, estos organizadores del desencuentro, y los fabricantes de armas, llevan escrito en el corazón: ¿A mí qué me importa?».

Ante este panorama, el Santo Padre llamó a cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne: «Los que especulan con la guerra quizás ganan mucho, pero su corazón corrompido ha perdido la capacidad de llorar. Caín no pudo llorar», dijo. Por eso, «la sombra de Caín se ve aquí. Se ve en la historia que va de 1914 hasta nuestros días. Y se ve en nuestros días. Con corazón de hijo, de hermano, de padre, pido para todos nosotros la conversión del corazón: pasar de ese ¿A mí qué me importa? al llanto por todos los caídos de la masacre inútil, por todas las víctimas de la locura de la guerra. La Humanidad tiene necesidad de llorar, y ésta es la hora del llanto».

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Monseñor Del Río: «El Papa nos zamarrea la conciencia»

«El Papa quiere zamarrear la conciencia del individualismo en el que ha caído la Humanidad, que mira con desdén los conflictos, las guerras y las persecuciones que hay por todo el mundo, especialmente las persecuciones con los cristianos. El gran drama de hoy, como ha denunciado el Papa, es que parece que los muertos sólo están en la televisión y no en la realidad, que son una ficción y no nuestros hermanos». Así lo dice el arzobispo castrense monseñor Juan del Río, que acompañó al Santo Padre en su visita a los dos cementerios de Redipuglia, y explica que «este viaje ha tenido un triple significado para el Papa: primero, de oración, porque quiso rezar por las víctimas de todas las guerras pasadas y presentes, y pedir a Dios que no haya más guerras futuras; segundo, un significado sentimental, porque su propio abuelo combatió en la Primera Guerra Mundial, y el Papa, de niño, había escuchado de su boca el sinsentido de la contienda. De hecho, el Papa se emocionó mucho cuando le dieron el acta de alistamiento de su abuelo. Y tercero, un significado profético: el Papa nos ha lanzado un grito para que la Humanidad despierte ante el avance de un individualismo egoísta, que convierte al ser humano en lobo para otro ser humano». Y concluye: «El Papa ha gritado para zamarrearnos la conciencia, para que nos demos cuenta de que no podemos acostumbrarnos al dolor y al sufrimiento, para que veamos que quien muere es otro ser humano, creado y amado por Dios, y que no podemos dejar de pedir y trabajar por la paz».