Apasionante empeño misionero - Alfa y Omega

Apasionante empeño misionero

Misión Madrid en el curso pastoral 2013-2014: servir y testimoniar a Jesucristo en la familia, en la escuela y en la vecindad: así titula nuestro cardenal su exhortación pastoral de esta semana, en la que dice:

Antonio María Rouco Varela
Un momento de la homilía del señor cardenal en la Eucaristía del pasado viernes, 27 de septiembre, en la catedral de la Almudena

El viernes pasado, celebramos en la catedral de Nuestra Señora de La Almudena la Eucaristía con la que iniciábamos el curso pastoral 2013-2014: el segundo de la Misión Madrid. Fue una celebración, a la vez, solemne y entrañable. No era posible, desde la memoria del corazón, sobre todo en el rito penitencial, no recordar nuestra peregrinación a Fátima en los mismos días de septiembre del pasado año. No, no eran mínimamente creíbles un propósito, un proyecto y una iniciativa pastoral, de raíz auténticamente apostólica, si no venía inspirada por una conversión interior de las personas y de la propia comunidad diocesana, fruto de un renovado encuentro con el amor misericordioso de Jesucristo crucificado, como se había querido hacer especialmente patente en aquellas conmovedoras apariciones de su Santísima Madre a tres sencillos niños de Fátima, una aldea perdida en el centro geográfico del Portugal profundo de 1917. La Virgen había elegido el día 13 de cada uno de los meses que van desde mayo hasta octubre (con la excepción del mes de agosto) para confiarles un mensaje a un mundo venido y construido desde la modernidad y para la modernidad; pero que se hallaba sumido en un espantoso conflicto bélico, con el epicentro en Europa, y cuyo radio de propagación y efectos destructivos de pueblos, familias y personas ya comenzaba a no conocer fronteras.

El primer de la fe presupone en su más honda intimidad el a Jesucristo, el al Evangelio que es Jesucristo. Cuando el de la fe, que a través del camino catequético, sacramental y eclesial lleva de por sí a la persona a la vivencia de la esperanza cierta y a la búsqueda de la perfección de la caridad -¡a la santidad!-, se debilita en su contenido, o se obstaculiza gravemente por la pérdida de la esperanza y la negación del amor a Dios y al prójimo, termina por diluirse y perderse a sí mismo. Es entonces cuando la urgencia de la conversión se hace perentoria para el pecador, y el procurarla -tarea esencial siempre para la Iglesia- deviene apremiante. La pregunta resulta inesquivable al iniciar el nuevo curso pastoral de la Misión Madrid: ¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo? ¿Qué hemos hecho por Cristo en el pasado curso de la Misión Madrid? ¿Qué estamos dispuestos a hacer ahora al iniciar su segunda etapa? ¿Darlo a conocer en toda su verdad —Él dijo de sí mismo: Yo soy el camino, la verdad y la vida—, con nuestra palabra y nuestras obras e invitar a todos nuestros conciudadanos a participar de su vida en el seno materno de su Iglesia, de la que es Madre María, su Madre?

Nuestro Santo Padre Francisco confiesa que su oración diaria está centrada espiritualmente en esa pregunta clave, que acabamos de recordar y que brota del nervio teológico y existencial de los ejercicios espirituales de san Ignacio. Sí, pregunta incisiva para comprender y poder vivir cristianamente la existencia humana: la personal y la comunitaria; en la Iglesia y en el mundo. Y el Papa Benedicto XVI, en su mensaje a los jóvenes para la JMJ 2013 en Río de Janeiro, les decía: «Quien no da a Dios, da muy poco». Podríamos concretar su frase aún más: ¡Quien no da a Jesucristo, da muy poco! Porque el que da a Aquel a quien Dios ha enviado para la salvación del hombre, a nuestro Señor Jesucristo, ha dado lo más valioso que se puede ofrecer a cada hombre y a toda la familia humana: el perdón y la gracia de Dios, la verdadera vida, ¡la vida eterna!, y la posibilidad real de encontrar el camino para obtener y repartir sin reservas la paz, el pan y el trabajo entre los hombres sin discriminación alguna y, sobre todo, para aprender y practicar el reconocimiento incondicional de la dignidad inviolable de toda persona humana desde que es concebida en el vientre de su madre hasta su muerte natural.

En el día a día familiar transcurren pos períodos y los aspectos de la maduración humana y religiosa de las nuevas generaciones

Niños no deseados y ancianos desechados

El Papa Francisco habla reiteradamente de los niños no deseados y de los ancianos desechados, que reclaman angustiosamente ese reconocimiento, y de los jóvenes olvidados y maltratados no pocas veces por las sociedades y las políticas que no saben cuidar de su formación, que no aciertan a despejar el acceso a la profesión y se despreocupan de su tiempo libre. No puede, pues, extrañar que los grandes retos evangelizadores a los que nos enfrentamos en este nuevo curso pastoral de la Misión Madrid sean los niños y los jóvenes en el ámbito de los colegios y de las instituciones educativas y la parroquia, que ha de abrirse decididamente a las casas de sus hijos y de sus hijas: ¡a la Misión!

El colegio —la escuela— es para el niño y el adolescente un ámbito de vida decisivo para la formación integral de su personalidad, donde, además, se juega el futuro de la posibilidad de su incorporación responsable y creativa a la vida social en todas sus vertientes: la económica, la cultural, la política, etc. De la comunidad educativa, junto con la familia, depende, en una gran medida, cómo vaya a labrarse su destino temporal y eterno. En la escuela y en el día a día familiar transcurren los períodos y los aspectos de la maduración humana y religiosa de las nuevas generaciones, más íntimamente relacionados con la profesión de la fe en el mundo personal de las ideas y en la configuración de los hábitos más significativos de una conducta digna del hombre, creado y redimido por Dios para ser su imagen e hijo. Anunciar en el ámbito escolar a Jesucristo, es decir, ser testigo de la luz de la fe en la escuela, es siempre una grave responsabilidad de los hijos e hijas de la Iglesia; hoy, además, una responsabilidad que urge extraordinariamente. Creer, ser creyente en muchos de los ambientes escolares, que caracterizan la vida de no pocas comunidades educativas, es arduo y difícil y, más, si se piensa a la luz de la fe y se la propone abiertamente. El testimonio y el servicio a la verdad exige en el mundo de la educación, no pocas veces, comportamientos muy valientes, cuando no heroicos. Para que sea viable y fructuosa la Misión en las escuelas y colegios de nuestra diócesis, incluso en los colegios de titularidad católica, la cooperación de las familias y de los profesores y educadores cristianos será, en todo caso, no sólo muy valiosa, sino también, en no pocas situaciones, imprescindible.

Imperativo de la hora de Dios, hoy

El otro reto evangelizador, que nos espera, lo representa la necesidad de la apertura a la misión de nuestras parroquias y comunidades parroquiales: ¡organizarse y, sobre todo, vivir como parroquia misionera es el imperativo de la hora de Dios hoy! Ir a las casas, hogares y viviendas de sus feligreses, en primer lugar y, luego, abrir sus puertas a todos los que pasen y transiten a nuestro lado, buscando o no buscando ayuda material y/o espiritual, es indispensable para el fruto evangelizador de la Misión Madrid. Juan Pablo II, en la Exhortación postsinodal Christifideles laici, definía la parroquia como la Iglesia entre las casas de sus hijos y de sus hijas. Una parroquia misionera lo será de verdad, primero, cuando haga presente a la Iglesia entre las casas y las familias de su territorio parroquial: presente de tal manera que, cuando alguien, cercano o lejano, cruce el umbral de su puerta —del templo, de los despachos, locales y viviendas parroquiales—, se encuentre más pronto o más tarde con el testimonio veraz y efectivo de la presencia y del amor de Jesucristo crucificado. Y, segundo, cuando guiada por sus pastores, los sacerdotes, tome la iniciativa y visite a sus vecinos feligreses en sus propios domicilios, sean o no creyentes y practicantes, ofreciéndoles la palabra, el gesto y la ayuda cercana y fraterna de los hijos de Dios, e invitándoles con corazón sincero a conocer y compartir los dones de Dios y el amor fraterno que se encuentran en la comunidad cristiana, sobre todo, en la parroquia. No se trata de absorber o de importunar a las familias y de imponer la realidad comunitaria de los cristianos a la realidad social de los ciudadanos, sino de servirles a la luz y desde la fuerza del Corazón de Cristo. La Iglesia sale de sí misma y se hace misionera de forma realista y eficaz, visitando amable y servicialmente las casas de los vecinos de la parroquia, franqueando sus puertas, en primer lugar las de las iglesias parroquiales, que guardan el Santísimo Sacramento en el sagrario, a todos. Así se llega con toda certeza a esas variadas y complejas periferias existenciales, a las que alude con tanta frecuencia nuestro Santo Padre Francisco: las de las existencias arruinadas por las crisis económicas, familiares y espirituales, las de los pobres anónimos y desconocidos y las de todos los que buscan la paz del alma en la gracia de Dios: ¡los sedientos de su verdad y de su vida!

Se nos presentan, pues, para el curso pastoral que acabamos de inaugurar, exigentes y bellísimas perspectivas para seguir correspondiendo a tantas gracias recibidas personalmente en nuestro trabajo apostólico y en nuestra labor pastoral el curso pasado, sin olvidar las muchas recibidas a lo largo de todo el recorrido vocacional de nuestras propias vidas y en el curso de la reciente historia pastoral de nuestra diócesis. La forma de la correspondencia no puede ser otra que la entrega incondicional al Señor. ¡Cuánto le debemos a Aquel que nos ha abierto en el sacramento del Bautismo la puerta de la gracia santificante que nos salva! ¡Cuánto los que hemos recibido la llamada para el sacerdocio o para la vida consagrada! ¡Cuánto los que han sentido y vivido la vocación de seglar en la Iglesia con conciencia apostólica! ¡Amor de predilección! Comprometámonos, pues, a fondo con la Misión Madrid en el presente curso pastoral, sin reservarnos nada para nuestras propias y particulares conveniencias: tiempo, fuerzas físicas y espirituales. Que no nos falle el entusiasmo perseverante del corazón. Y, sobre todo, seamos constantes en la oración. A nuestras comunidades de vida contemplativa les pedimos que nos acompañen y alienten con la suya. A la Virgen María, Madre del Señor, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, Nuestra Señora de La Almudena, encomendamos nuestros propósitos, nuestro entendimiento y toda nuestra voluntad para que nos valga con su intercesión ante su Hijo y nos sostenga y entusiasme en este hermoso y apasionante empeño misionero que nos espera en este curso pastoral que acabamos de inaugurar.