«Nosotros le debemos la vida» - Alfa y Omega

«Nosotros le debemos la vida»

Sergio y Ana Gobulin llevan más de 40 guardando silencio sobre su pasado: al inicio de la dictadura de Videla, fueron perseguidos por su labor misionera entre los pobres de las villas miseria, y él fue secuestrado y torturado durante 18 días. Salvaron la vida gracias a la labor de un jesuita que había colaborado con ellos atendiendo a los más pobres: el padre Jorge Bergoglio. Ahora, las manipulaciones contra el Papa les llevan a contar su historia en La lista de Bergoglio: los salvados por el Papa Francisco. Las historias jamás contadas, un libro del periodista Nello Scavo, que la editorial Emi llevará hoy a las librerías de Italia, y que cuenta cómo el entonces Provincial de los jesuitas organizó una red clandestina para sacar del país a disidentes, sacerdotes, estudiantes, intelectuales, creyentes o no

Colaborador
Sergio y Ana, en la actualidad, ante una foto del Papa. Foto: Ugo Zamborlini

«Rompieron las puertas. Lo pusieron todo patas arriba. Dijeron que buscaban armas». Les trajo sin cuidado la niña pequeña, y una familia cuyo único problema era que luchaba por los derechos y la dignidad de los marginados. Fue una intimidación. A la policía secreta no le gustaba aquella idea de liberación que iba colándose por todas partes. (…) Habla Sergio: «En 1970, todavía estudiante de Teología, decido, por coherencia con mis convicciones, ir a vivir a una villa miseria en la periferia de Buenos Aires. Con un grupo cada vez más numeroso de residentes del barrio, nos dedicamos a diversos trabajos: asistencia a familias paupérrimas que procedían del interior del país y de las naciones limítrofes, creación de una escuela nocturna para la alfabetización de los adultos, asistencia sanitaria, asistencia a chicas que eran madres y a otras obras sociales».

En aquel período, conoce a Bergoglio. Jorge no era todavía sacerdote. Sería ordenado el 13 de diciembre de 1969, cuatro días antes de celebrar su 33 cumpleaños. Entre tanto, Sergio se ganaba la vida trabajando como empleado en un centro de la Compañía de Jesús. Aquí encontrará a su futura mujer. Ana era maestra de los hijos de algunos profesores. (…) Bergoglio, una vez nombrado Provincial de los jesuitas, quiso conocer más de cerca aquellas realidades. «La primera vez estuvo con nosotros algunos días. Volvió a casa profundamente conmovido por aquella experiencia».

Un saco de rafia en la cabeza

Sergio y Ana se casaron el 14 de noviembre de 1975. La celebración fue presidida por el padre Jorge. Pocos días después, se encontraron la casa saqueada por los militares. Los recién casados estaban en el cine. Cuando volvieron, parecía que hubiera pasado un batallón de excavadoras. «No habíamos hecho nada malo, no teníamos armas, no pertenecíamos a ninguna organización terrorista», dice Sergio.

Sergio y Ana, durante su boda, presidida por el padre Bergoglio

El 11 de octubre de 1976, Sergio Gobulin llega chupado (agotado). Aquella mañana, tenía un día de permiso en el trabajo. Tenía necesidad de organizar unos asuntos familiares. También Ana estaba en casa. En 24 horas se le acabaría el permiso de maternidad. Los cazadores de disidentes, cuando descubrieron que Sergio no estaba en el trabajo, corrieron a buscarlo. Se lo cruzaron en la calle, no lejos de la chabola. Una lluvia de golpes, un saco de rafia cubriendo la cabeza, las manos unidas detrás de la espalda. Se lo llevaron, sin tiempo para reaccionar. Las compañeras de Ana tuvieron tiempo de advertirla. Consiguió esconderse, huyendo de lo peor que hubiera podido pasarle. Sergio, no. Durante 18 días, permaneció a merced de desconocidos que lo trasladaron varias veces: cárceles, habitaciones, cuarteles y, de nuevo, cárceles. Siempre las mismas preguntas: ¿Qué hacéis en el barrio? ¿Quién forma parte de vuestro grupo terrorista?

En cuanto el padre Jorge fue informado, puso en marcha una operación de salvamento, en dos direcciones: rescatar a Sergio de los militares, y poner a salvo a Ana. El jesuita comenzó a indagar por su cuenta, preguntando por la calle, mirando a su alrededor. Fue a ver a algunos oficiales para poner en conocimiento el caso de sus amigos. Después de varias peripecias, logró liberar a Sergio. «Los 18 días de mi secuestro fueron verdaderamente duros, tanto por las torturas físicas, como, sobre todo, por las psicológicas. Después de mi liberación, fui consciente, a través de mis familiares, de los esfuerzos que realizaron el padre Jorge y el entonces vicecónsul de Italia en Argentina, Enrico Calamai, para buscarme y liberarme». A través de la Nunciatura, Bergoglio hizo que se interesara por esta cuestión Enrico Calamai, el heroico cónsul italiano protagonista de centenares de liberaciones. «Calamai hizo que me hospitalizaran en el Hospital italiano de Buenos Aires, por motivos de seguridad, junto a mi mujer y mi hija. Ana y yo pensábamos que, una vez recuperado, nos alejaríamos de la capital». Un día confiaron al amigo jesuita su plan: trasladarse al interior de Argentina, lejos de los militares, para poder volver a comenzar. «Es tiempo de coraje. Aquí los problemas no se han acabado, ni para vosotros ni para Argentina. Todavía os buscarán. Escuchadme: abandonad el país», les dijo el padre Jorge.

Sergio y Ana precisan: «No nos interesa hacernos publicidad ni aprovecharnos de la amistad con el padre Jorge. El hombre a quien le debemos la vida se ha convertido en Papa. Y nosotros, que lo hemos conocido de cerca, no podemos no verlo como un designio de la Providencia». Son muchos los detalles que Sergio y Ana no podrán olvidar del padre Jorge. Como cuando, en 1978, el Provincial fue a ver a la madre de Sergio, que permaneció en el país con el resto de la familia. Le entregó un sobre. Dentro estaba el dinero para un viaje: «Ve a ver a tu hijo».

Traducción: María Pazos Carretero

La lista di Bergoglio
Autor:

Nello Scavo

Editorial:

Emi