Fidelidad a lo esencial - Alfa y Omega

Fidelidad a lo esencial

Único español en la comisión de redacción del Catecismo, el cardenal Estepa define el texto como «prioritario en una época de cambio». No fue fácil llevarlo a término, con más de 2.000 consultas de obispos de todo el mundo, y «algo de miedo». Pero Juan Pablo II «se empeñó en sacarlo adelante», con la ayuda del «alma del proyecto», el cardenal Ratzinger

Cristina Sánchez Aguilar

¿Cómo llegó a formar parte de la comisión redactora?
Fui secretario del Sínodo de Obispos de 1977. Allí se planteó la necesidad de un Catecismo. Pero es en el Sínodo de 1985, organizado con ocasión de los 20 años de la clausura del Concilio Vaticano II, donde se decide proponer al Papa Juan Pablo II, de manera formal, que se haga. El Papa tomó con mucho entusiasmo la idea y nombró una Comisión redactora de seis miembros, a la que me incorporó por mis antecedentes formativos —me había especializado en Catequesis desde mis estudios en París—. Al año siguiente, llegó como secretario de la Comisión el actual arzobispo de Viena, el cardenal Schönborn, con el que trabajé codo con codo.

¿Cuánto tardaron en redactarlo?
Unos seis años. Hubo un anteproyecto, un proyecto y el texto final, que fue enviado dos veces a los obispos del mundo entero para que lo consultasen. Recibimos más de dos mil respuestas que estudiamos pormenorizadamente, y para lo que contamos con la ayuda del cardenal Antonio Cañizares, por entonces obispo de Ávila, alumno mío en los años 60.

¿Cómo se pusieron de acuerdo todos los obispos del mundo?
Fue difícil. Hubo reacciones miedosas a que pudiésemos cambiar lo sustancial. Pero el documento estaba garantizado por Juan Pablo II, que se empeñó en sacarlo adelante.

¿Por qué era necesario este texto?
Privilegiar la catequesis como una acción fundamental de la vida de la Iglesia era prioritario en una época de cambio. Era un tiempo en el que se tomaba conciencia de que había que volver a evangelizar, y que la Iglesia no podía hacerlo si no se catequizaba a sí misma, si no crecía. La primera evangelización es la siembra, y la catequesis, el crecimiento.

¿Cómo fue trabajar con el entonces cardenal Ratzinger?
Él fue el alma de todo esto. Presidió la Comisión redactora desde 1986, y ninguna reunión se hizo sin él; estaba presente en todo. Tampoco se hizo en Roma ninguna reunión plenaria sin que viniese Juan Pablo II. Era un hombre que escuchaba muy bien, con un marcado estilo interpelativo.

Y con el resto de la Comisión, ¿qué tal se entendía?
Siempre bien. Especialmente con el cardenal Schönborn. Todavía era profesor en la Facultad teológica de Friburgo, en Suiza, y venía mucho a Madrid para trabajar conmigo en la biblioteca del Arzobispado Castrense.

¿Hubo algún punto de redacción especialmente difícil?
Varios. Por ejemplo, la guerra y si es lícito o no que los pueblos se armen. El Catecismo se formuló en este punto con muchísimo cuidado, y deja muy claro que la contribución a establecer la paz entre vecinos y pueblos es un deber de todo hombre, pero el cristiano tiene una obligación especial. La primera época de la redacción coincide con el movimiento en la Iglesia que proclama la necesidad de ser guardianes de la paz, y no simplemente del orden. Era el tiempo de la tensión de los dos polos de la civilización: Occidente contra Rusia -respaldada por China-. El Episcopado norteamericano tenía la conciencia de implantar la paz, y otros, como el alemán, vivían en la frontera y su pueblo pedía seguridad. Había ahí una problemática de fondo que afecta a las conciencias y al espíritu cristiano. Todo eso está reflejado en el Catecismo.

20 años después, ¿cómo ve el fruto de su trabajo?
Quizá porque conservo algo de mis grandes deseos de joven sacerdote, veo que no se ha trabajado bastante. Hay una expresión de un obispo que dijo, cuando presentamos el Catecismo, que era como un hijo desvalido, echado al mundo, sin saber qué pasará con él. Esa expresión siempre me gustó mucho. La Iglesia actual tendría que poner más acento en lo principal, porque los cristianos están viviendo una cierta atonía, un tiempo gris. Tendría que hacer un gran llamamiento a la fidelidad a lo esencial, a la fe y confianza en Dios, y no a lo secundario.