Una fórmula que funciona - Alfa y Omega

Una fórmula que funciona

Sólo es posible superar la crisis si se invierten los valores que rigen la economía. Ésta es la convicción del Movimiento de los Focolares, que ha celebrado en Madrid una escuela sobre Economía de comunión. En el mundo, hay cerca de 900 empresas de comunión -35 pequeñas y medianas empresas en España, con unos 500 empleados-, que reinvierten dos tercios de sus beneficios en fines sociales y en promover esta modalidad de empresa, que se caracteriza por hacer partícipe al empleado en la toma de decisiones, o por dar prioridad en la contratación a personas en situación de vulnerabilidad. Las historias de Francisco Toro y Elena Bravo muestran que la fórmula funciona

Amparo Latre
Don Francisco Toro, en su despacho

Francisco Toro es uno de tantos ejemplos que muestran que es posible triunfar como empresario y ser constructor de una sociedad más justa. La respuesta está en la Economía de comunión (EdC). Quienes se adhieren a la EdC se comprometen a vivir inspirados por el carisma de la unidad, los valores y la cultura de la comunión, tanto a nivel personal, como dentro de las organizaciones en las que trabajen. La columna vertebral de la EdC está formada por empresas como la de Toro, dueño de la empresa de productos fitosanitarios Francisco Toro S.L., con nueve trabajadores. Casado y padre de siete hijos, cuando inició el negocio tenía claro el criterio: «Quería ser honesto con los clientes y tratarlos como a mí me gustaría que me tratasen. Esto me llevó a prepararme técnicamente lo mejor posible, para ofrecer un buen servicio. Además, estaba sensibilizado con los problemas sociales».

En 1991, cuando Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, lanzó el reto de la Economía de comunión, el negocio de Toro estaba ya bastante consolidado y tenía 3 empleados. «La propuesta nos dejó impresionados», explica. «Chiara Lubich nos invitaba a sentirnos hermanos de cualquier persona y a ser interpelados por tantas necesidades como hay en el mundo».

Fue en 1994 cuando Francisco Toro y su mujer se comprometieron con la EdC, después de decidir que esto era una apuesta para toda la vida y que, aunque no se les pedía ninguna heroicidad, sí un mayor compromiso económico con el prójimo, ya que parte de sus beneficios los destinan a proyectos de desarrollo, en España y en países del tercer mundo: «Trabajar desde esta perspectiva nos aportó una satisfacción muy grande, porque nos daba una visión más amplia del concepto de familia».

A priori puede parecer que la EdC comporta excesivas cargas para el empresario, pero la experiencia de Toro es que, en conjunto, «te ayuda a tener un comportamiento más equilibrado como padre, como empresario y como persona». Tras 19 años en EdC, uno de los valores que destaca haber encontrado es el de la libertad, que contrasta, en su opinión, con las esclavitudes que conlleva el consumismo: «Me siento libre y percibo que muchas personas se encuentran encorsetadas por la cultura consumista, pensando que ganando y gastando mucho, pueden encontrar la felicidad».

Doña Elena Bravo, con su equipo

El jefe no siempre tiene razón

La de Elena Bravo es otra de esas historias que encarnan las directrices de la EdC y que, entre otros aspectos, propone vivir las relaciones en la empresa en un plano de igualdad, reciprocidad y comunión, sin que el respeto ni la dignidad salgan resentidos en ningún momento. Bióloga de formación, lleva diez años al frente de La Miniera, un centro de día para personas mayores, con capacidad para 50 plazas. Abren 365 días al año.

«Desde que oí hablar de la EdC, me interesó», cuenta. «Me pareció un proyecto maravilloso por todo lo que implica de compromiso para acabar con las injusticias sociales y la pobreza».

Durante años, intentó poner algo en marcha, sin muchos resultados, pero, en 2002, un amigo que estaba en el paro la apoyó. Así surgió La Miniera. «A él le animaba la idea de poner en marcha una empresa poniendo en el centro a la persona, y vivir una cultura de la legalidad. Venía de una multinacional y no se podía creer que la EdC fuera algo más que pura teoría. Le parecía todo un reto».

Ella jamás había imaginado que podría ser empresaria. «Dedicarte a las personas mayores es, de por sí, algo que aporta mucho. Pero gestionar una empresa según estas tesis, creando comunión en la propia empresa, buscando la fraternidad y que todos se sientan partícipes del proyecto ha sido impresionante».

Al hacer balance de estos años, Elena y su equipo son conscientes de que el capital es importante, pero que hay un capital inmaterial, constituido por las relaciones de confianza, no sólo en sus instalaciones, sino también con la competencia, que es su seña de identidad y el verdadero valor añadido. Quizás por todo esto, podría parecer que la selección del personal es una cuestión vital. Sin embargo, doña Elena Bravo, sin quitar relevancia a este asunto, lo puntualiza: «Elegir con qué personas quieres trabajar es clave, pero en lo que nosotros hemos puesto el acento es en trabajar las relaciones personales y resolver cualquier diferencia que pueda surgir entre los trabajadores. Como directora dedico mucho tiempo a sanar estas relaciones y a escuchar a unos y a otros».

Elena Bravo ha aprendido a ponerse siempre delante del otro, en disposición de aprender, «porque, ante una dificultad, siempre hay algo que aprender, y porque el otro siempre tiene parte de razón». Las repercusiones prácticas de la EdC para el empleado se constatan también en aspectos como una mayor igualdad salarial, o en otras cuestiones del día a día. Por ejemplo, «cuando algún compañero ha tenido algún problema, desde el ámbito laboral se le ha apoyado. Eso la gente lo ve, lo percibe. Se sienten apoyados y comprueban que en nuestra empresa son algo más que un número».