La alegría de la celebración - Alfa y Omega

África tiene ritmo, tiene voz, tiene movimiento. Una de las muchas alegrías que este continente, y en concreto Malawi, me han deparado, es el sentido de la música y de la danza. Cuando llegué a este país en octubre de 1997, la primera noche que pasé en la misión de Chezi –a 45 kilómetros de Lilongwe–, las mujeres que cuidaban a los niños huérfanos me recibieron con cantos y danzas. Lo tengo muy presente, porque fue un shock para mis sentidos. Tanto por el sonido como por el movimiento, por los colores y los olores.

Pasé en Chezi nueve años, me fui en el 2006 y he regresado al país, a Lilongwe, en el 2012. Y sigue sorprendiéndome esta capacidad innata de danzar y cantar, de hacer fiesta por lo que sea, aunque a su alrededor el mundo se esté desplomando.

No solo tienen capacidad para hacer de cada cosa una fiesta, sino también de contagiar. Suele ser normal que los trabajadores de Salud del Gobierno enseñen cantando a las mujeres con hijos cómo deben cuidarlos y alimentarlos, y estas, las madres, no se cansan de repetir el mismo canto una y otra vez para memorizarlo y llevarlo a la práctica. Es, en muchos casos, el único modo de instruir a una población que, o no ha tenido acceso a las escuelas o las ha abandonado muy pronto.

El pasado domingo, el arzobispo de Lilongwe, Tarzicio Ziyaye, acudió a nuestra parroquia, St. Andrew Kaggwa –mártir de Uganda– para celebrar la confirmación de 110 jóvenes. Si de por sí todas las celebraciones religiosas, incluidos los funerales, son un derroche de cantos y danzas, en esta ocasión la alegría se desbordó como se desborda la noche del 24 de diciembre o en Pascua.

Es imposible permanecer sentada mientras la gente celebra su fe al ritmo de tambores y cantos; es imposible no unirse a la explosión de celebración que supone vivir los acontecimientos que marcan nuestra vida como cristianos, y es imposible no sucumbir al encanto de alabar a Dios no solo con el corazón, sino también con los pies, las manos… en definitiva, con todo el cuerpo.

No hay forma de escapar de este derroche, no hay forma de no unirse a la alegría de la celebración expresada en la música, porque, como dice la frase atribuida a san Agustín, «el que canta, ora dos veces».