Donde la princesa de Éboli hizo fracasar a santa Teresa (o casi) - Alfa y Omega

Donde la princesa de Éboli hizo fracasar a santa Teresa (o casi)

Las intrigas del poder y el enfrentamiento con la princesa de Éboli marcaron un triste episodio de la vida de la Santa, que Juan Manuel de Prada recupera en su última novela El castillo de diamante

José Antonio Méndez
Juan Manuel de Prada ante un retrato de la princesa de Éboli, en Pastrana. Foto: Asís G. Ayerbe
Santa Teresa de Jesús, en el Museo Teresiano de Pastrana. Foto: Zonareflex

Dos días después de haber salido de la Villa y Corte, con parada para pernoctar en una fonda de Alcalá de Henares, el carro en el que viaja Teresa de Jesús hace crujir la grava y el pedernal del sendero que la conduce a su destino. El gorgojeo del Arroyo de la Vega que corre parejo al camino, ocultándose entre chopos, sauces y macizos de majuelos, jaras y escaramujos, y la pendiente cada vez más sinuosa por la que resbalan los guijarros al contacto con las patas de la bestia de tiro, anuncian la ya pronta entrada en Pastrana, en pleno corazón de la Alcarria.

La princesa de Éboli como monja carmelita, de Javier Cámara. Foto: Asís G. Ayerbe

Recelos iniciales

El sol de estos primeros días de junio de 1569 barniza con una pátina dorada la piedra del palacio Ducal, residencia de los príncipes de Éboli. Es a su requerimiento que han acudido Teresa y dos de las monjas del recién fundado Carmelo de Toledo que la acompañan. Aunque, a decir verdad, lo hayan hecho a regañadientes. Sus resistencias iniciales, que Teresa dejará consignadas en el libro de Las Fundaciones, no son caprichosas, sino que nacen del celo y del recelo bien fundados: del celo por cuidar a sus monjas de Toledo, a quienes Teresa ve demasiado inexpertas como para abandonarlas menos de dos semanas después de fundado el convento, y del recelo que le suscitan las intenciones que pueda ocultar la princesa de Éboli. Que no por ser monja contemplativa deja de conocer Teresa quién es de verdad doña Ana de Mendoza y de la Cerda, una de las mujeres más influyentes del imperio español merced a compartir alcoba con Rui Gómez, consejero, valido y amigo de su majestad el católico rey Felipe.

Enemigos enconados de la Casa de Alba, la otra gran familia de la nobleza española –con quienes, por cierto, Teresa de Jesús mantiene excelentes relaciones–, Ana de Mendoza y su esposo (a quien en los mentideros de la Corte llaman Rey Gómez por el poder tácito que detenta) llevan una larga temporada acometiendo numerosas empresas de toda índole: artística, militar y también religiosa. Su objetivo es poder presentarse ante el monarca con una posición más ventajosa que la que puedan gozar los de Alba, a quienes Felipe II parece haber preferido frente a los de Mendoza en los últimos tiempos.

Sepulcro de Ana de Mendoza y de Rui Gómez, en la colegiata. Foto: José Antonio Méndez

Florencia en la Alcarria

La pugna entre ambas casas deja a Teresa en el medio, y de sus vaivenes, que se prolongarán con los años y darán origen a intrigas, maledicencias y conspiraciones de trágico final, la gran beneficiada va a ser la Villa Ducal de Pastrana, donde los príncipes de Éboli quieren levantar una segunda Florencia. El estilo renacentista del palacio, con sus riquísimos artesonados de madera de pino, sus frisos con medallones de estilo italiano y su azulejería de resabios portugueses, da buena cuenta de ello.

Sus mediaciones han conseguido también que la iglesia parroquial de Pastrana haya obtenido la bula papal para convertirse en colegiata, y con 48 canónigos nada menos, es decir, con más que cualquiera de las catedrales de España y con solo uno menos que la catedral primada de Toledo. Además, el príncipe ha hecho traer e instalarse en la villa a dos eremitas de origen italiano; y ahora, la princesa quiere que Teresa de Jesús, cuya fama de santidad es ya notable por toda España, funde allí uno de sus conventos… bajo la supervisión directa de la noble.

Balcón de la princesa, en el Palacio Ducal. Foto: Zonareflex

En menos de un año, y a pesar de los «hartos trabajos que pasamos por pedirme algunas cosas la princesa que no convenían a nuestra religión», Teresa logra un hito en Pastrana que no repetirá en ningún otro lugar: fundar no uno, sino dos conventos: el de San José, para sus monjas, y un segundo de varones, al sumar para su recién nacida rama masculina del Carmelo a los dos eremitas italianos traídos por Rui Gómez. Uno de ellos, que tomará por nombre de religión fray Juan de la Miseria, pasará a la Historia por ser el autor del único retrato de Teresa de Jesús pintado en vida de la reformadora religiosa.

Sin embargo, el éxito va a ser pírrico. La turbulenta relación entre la princesa de Éboli y Teresa va a deslizarse de la tirantez al desgarro. Solo unos años después de la fundación, tras la muerte de Rui Gómez, Ana de Mendoza exige entrar en el Carmelo de Pastrana que ella misma ha financiado, y una vez dentro, impone unas condiciones inasumibles: quiere recibir visitas, tener a sus criadas como novicias, ser consagrada como monja sin pasar por los estados previos que exige la regla, pide que las carmelitas se arrodillen ante ella en señal de vasallaje, y reclama que se rece por el alma de su esposo ante el Santísimo, pero con rezo vocal, pues no entiende el valor de la oración mental, una de las prácticas de piedad más novedosas propuestas por Teresa para tener un trato más personal con Cristo.

Convento de San José, hoy regido por religiosas concepcionistas. Foto: Zonareflex

La presión será tan insoportable que las monjas de Pastrana escriben a la fundadora abulense y esta les ordena que abandonen el monasterio, huyendo de noche. Dar por perdido el convento supone el primer gran fracaso de Teresa, que se consumará siglos después cuando Mendizabal ordene la exclaustración de los frailes carmelitas. Se trata, no obstante, de un fracaso relativo, pues Teresa va a ser, por su libertad espiritual, una de las pocas personas que no se sometan al poder temporal de la princesa de Éboli.

Novela de caballerías a lo divino

Con estos mimbres históricos, que incluyen entre otras cosas denuncias a la Inquisición, teje Juan Manuel de Prada El castillo de diamante (Espasa), su última novela. En ella disecciona la relación entre la Santa y la princesa de Éboli, e ilustra –con una viveza que atrapa desde la primera línea–, la complejidad del trato personal y espiritual que mantuvieron ambas. Una obra que, a decir de su autor, es «un libro de caballerías a lo divino», y que presenta en el mercado quizás la mejor de las novelas sobre la Santa publicadas en este Año Teresiano.