Anunciar a Cristo, ¡mi pasión! - Alfa y Omega

Anunciar a Cristo, ¡mi pasión!

Alfa y Omega

«Sé que mi vida no es para mí, sino para vosotros. Recibidla con mis pobrezas, pero con la seguridad de que la gastaré junto a vosotros y con vosotros para anunciar a Jesucristo»: así se dirige al pueblo cristiano de Madrid su nuevo arzobispo electo, don Carlos Osoro, el mismo día que se hizo público su nombramiento. Y a renglón seguido, tras recordar su bien elocuente lema episcopal: Por Cristo, con Él y en Él, no dudó en proclamar, como frontispicio de esta primera Carta a la Iglesia que peregrina en Madrid, que «anunciar a Cristo, llevar hacia delante la Iglesia, hacer perceptible la maternidad fructífera de la Iglesia será mi pasión». Si no otra, ciertamente, ha de ser la pasión de todo cristiano, ¡cuánto más de quien ha sido llamado para engendrarlo a la fe, enseñarlo y guiarlo, como es el obispo, sucesor de los apóstoles!

Con estas primeras palabras a los fieles cristianos madrileños, don Carlos expresa bien claramente esa esencial continuidad en la pasión por Cristo que, desde el principio, ha distinguido a todo verdadero discípulo del Señor, y en primerísimo lugar al llamado por Él mismo a hacerle presente como el único Buen Pastor, el obispo, que, en palabras del Concilio Vaticano II, «de modo eminente y visible, hace las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúa en su persona», y de un modo eminente asimismo es «testigo de Cristo delante de los hombres». Como lo son igualmente sus primeros colaboradores, los sacerdotes. Y así el nuevo arzobispo electo de Madrid se dirige, en primer lugar, a ellos, y de un modo significativo a «los enfermos y a los ancianos, que habéis gastado la vida en el anuncio de Jesucristo y amando a la Iglesia», afirmando su convicción de que «la exigencia primera de un buen pastor es ser auténtico discípulo de Cristo, que quiere decir –¡y lo explica, justamente, en esos mismos términos de la pasión por Él!– un enamorado del Señor que renueva todo lo que está a su alrededor, pero al mismo tiempo -¡de nuevo la pasión por anunciar a Cristo!- que vive con ardor el ser misionero».

La pasión por Cristo y por llevarlo a todos que muestra el nuevo arzobispo de Madrid, en comunión con sus antecesores y hasta los primeros apóstoles, se percibe muy bien en su larga misión de Rector de Seminario. «Mi vida –dice también en su Carta– no se explica sin el Seminario». Como no se explica tampoco sin su especialísima atención a los jóvenes, que sin duda resuena en la gozosa exclamación del Papa Francisco en su Exhortación Evangelii gaudium: «¡Qué bueno es que los jóvenes sean callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!».

Seminario y jóvenes, abrazados con el amor apasionado por Cristo, no podían ser infecundos. «Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás –continúa el Santo Padre–, surgen vocaciones genuinas».

En su primera Carta a la Iglesia en Madrid, don Carlos dirige «un saludo especial a los jóvenes», invitándoles, antes que nada, «a tener el atrevimiento de decir en este mundo que es bueno ir con Jesús», y con la experiencia más que comprobada de ese ¡Bien! les propone «soñar con cosas grandes. ¡Dejaos acompañar por Jesucristo! ¡Qué vida más novedosa con esta compañía!».

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Es la novedad de Dios, que no pasa, que no decae, todo lo contrario de las novedades ofrecidas por el mundo, que en seguida envejecen y dejan seco y vacío el corazón. Así lo dice en su Carta: «La novedad de Dios que se nos revela en Jesucristo no se asemeja a las novedades humanas, que son provisionales, pasan y siempre buscan algo más», o acaban generando «divisiones, odios, rupturas…». Con la novedad de Dios, los años no hacen decaer la vida –con toda verdad, los jóvenes en Cuatro Vientos, en 2003, podían gritar al Papa san Juan Pablo II: «¡Eres joven!», y con la misma verdad él podía responderles: «Sí, un joven de 83 años»–. Sí, con la novedad de Dios -añade don Carlos- «podemos hacer todo, hasta poner en juego nuestra vida, de tal manera que ella sea prolongación del amor mismo de Dios, que no ve enemigos, sino hermanos». He ahí los frutos de la pasión por anunciar a Cristo, de quien lo lleva bien dentro del corazón: un mundo nuevo.

Al despedirse de Valencia, el pasado 28 de septiembre, el arzobispo electo de Madrid lo decía así: «El cambio de las situaciones de este mundo vendrá cuando cambie nuestra vida si dejamos que entre en nosotros la vida de Cristo». ¡Todo un programa pastoral! El mismo que ha sido la brújula de nuestro Alfa y Omega desde su inicio y a lo largo de toda su andadura que hoy cumple, 900 semanas. Y el mismo del Papa Francisco, que en Evangelii gaudium vincula claramente a la pasión evangelizadora, y afirma que «la misión es una pasión por Jesús», la misma de Pedro, y sus sucesores. La misma del Beato Pablo VI, que en su homilía de inicio de ministerio petrino –como destacó su sucesor Francisco, el pasado domingo, al beatificarlo– definió como «sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la tierra la misión de Cristo».