Francisco en Cuba: hipótesis para un viaje discutido - Alfa y Omega

¿Cuál ha sido el punto focal del viaje de Francisco a Cuba, cuál su orientación y utilidad verdadera? No son preguntas banales, a la vista de la polvareda levantada en diversos medios. Empecemos por decir que es difícil entender cuando previamente ya se ha predeterminado lo que debe ser una cosa. La lectura de algunos improperios (algunos rozan lo barriobajero) saca a la luz una sentencia que se había dictado previamente al viaje, que se ha pretendido medir en términos de geo-política. Sería absurdo negar que la acción de los papas tiene una dimensión histórico-política (desde que León Magno se plantó ante Atila con sus paramentos episcopales) pero siempre subsidiaria de su misión apostólica.

Sobre este viaje yo tengo mi propia hipótesis: su punto focal es el fortalecimiento de la iglesia cubana de cara al nuevo escenario que se avecina en la isla. En realidad ese ha sido el hilo de oro de las tres visitas papales que ha disfrutado Cuba en los últimos diecisiete años. Por supuesto, en este periodo la diplomacia vaticana ha trabajado lo suyo, pero seamos conscientes de los límites objetivos de su acción. No está ni en la capacidad ni en la misión del Papa derribar un régimen político, por nefasto que sea. Sí entra plenamente dentro de su misión visitar al pueblo cristiano que camina en un determinado país, confirmarlo en la fe y alentarlo en su presencia evangelizadora. Y de ahí se derivarán también consecuencias para el cambio político-social, pero no serán automáticas, ni se adaptarán a los tiempos y proyectos que otros agentes puedan dictar.

En mi opinión la homilía clave de la visita es la pronunciada en el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, lugar de peregrinación que simboliza el alma cubana y la posibilidad del encuentro y la reconciliación entre todos sus hijos. Allí Francisco ha rendido homenaje a una comunidad cristiana que se ha forjado entre dolores y penurias (no olvidemos los años de hierro del castrismo), y ha citado expresamente a las abuelas y las madres, heroicas transmisoras de un cristianismo sencillo y pegado a la tierra, gracias a las cuales nunca se extinguió en Cuba la llama de la fe. Para Francisco ese tejido profundo de la transmisión de la fe, muchas veces en el silencio, a través de las familias, de algunas parroquias y de las llamadas casas de misión, es absolutamente vital. Ha sido ese resto el que ha pervivido y crecido, consiguiendo también nuevos espacios de libertad en los últimos años. Es de ese humus precioso del que ha nacido el compromiso valiente de muchas vocaciones públicas, como las que encarnan los miembros del Movimiento Cristiano Liberación o las Damas de Blanco.

Es absurdo pensar que Francisco llegaba para dar el empujón definitivo al castrismo. Tampoco lo hizo San Juan Pablo II, y doy fe de que muchos lo esperaban con notable mezcla de pretensión e ingenuidad. El Papa (¡los papas!) apuesta por un cambio profundo que se gesta en la comunidad cristiana, en las familias, a través de un cambio de mentalidad que requiere educación, gestos y palabras… sí una verdadera revolución, muy distinta de la retórica ideológica con la que Francisco se confrontó (amablemente, es verdad) en la Misa celebrada en La Habana.

Pero volvamos a la Virgen de la Caridad del Cobre. Francisco casi se despedía, y lo hizo reclamando a los católicos cubanos «que no se borren» del actual proceso histórico en marcha, que salgan de su casa y de las sacristías para comprometerse en la vida, la cultura y la sociedad a la que pertenecen con pleno derecho. Ya no nos damos cuenta de lo que significa decir esto a pleno pulmón en un país como la Cuba gobernada por el castrismo. Les pidió tender puentes, abatir muros, encontrar a todos, sembrar reconciliación, custodiar la familia, servir sin descanso y sin excluir a nadie. Efectivamente, una auténtica revolución, una simiente de cambio que no olvida el heroico testimonio de muchos que han pagado con la cárcel estos años.

Un viaje papal es siempre una realización contingente de la misión del Pastor de la Iglesia universal, y tendrá por tanto muchos aspectos opinables, muchos perfiles que podrían haber sido de uno u otro modo. Sólo al Papa con sus colaboradores, en diálogo con la Iglesia local, le toca correr el riesgo y decidir. Pero recordémoslo de nuevo: la fe, la esperanza y la caridad entrelazan la palanca de cambio más potente y duradera. No vaya a ser que ahora nos volvamos nosotros marxistas.

José Luis Restán / Páginas Digital