En el camino hacia la unidad no hay marcha atrás - Alfa y Omega

En el camino hacia la unidad no hay marcha atrás

El autor de este artículo es sacerdote de la Iglesia ortodoxa rumana; y es doctor en Teología y profesor en diversos centros docentes de Madrid

Colaborador
Juan Pablo II escucha al Patriarca ortodoxo Teoctist durante su visita a Rumanía, en 1999
Juan Pablo II escucha al Patriarca ortodoxo Teoctist durante su visita a Rumanía, en 1999.

La Historia es una gran y perenne lección. De vez en cuando, entre los avatares de las épocas convulsas de la misma Historia, la Providencia divina manifiesta su misericordia mediante signos y personas excepcionales, respecto de la nuclear e imperiosa necesidad de rumbo del destino de la Humanidad. En 1978, la historia y desarrollo providencial de la Iglesia católica experimenta un nuevo rumbo de esperanza, por la elección de un Papa proveniente del mundo del Este europeo, concretamente de Polonia, un Papa revelación, Juan Pablo II. No ha sido una casualidad. En la vida de la Iglesia y del mundo nada sucede sin la presencia y la obra del Espíritu Santo, que es voluntad dinámica, la energía operante de Dios. Con temor de Dios, con fe y confianza, con amor sacrificial y de diakonía, coge las riendas, el timón de la gran Iglesia católica, un timonel valiente, el Papa Juan Pablo II.

En la agenda de trabajo pontifical y de soluciones de futuro, hay innumerables problemas. Es lógico, es el obispo de Roma, el Primado de la Iglesia universal. Su inteligencia y razón, iluminadas por el Espíritu Santo, su voluntad y afectividad, animadas por las energías divinas, como Vicarius Christi, sucesor de Pedro, sintonizan armónicamente. Hay una asignatura histórica pendiente: el diálogo teológico con la Iglesia hermana, la Iglesia ortodoxa bizantina, en su totalidad. Curiosamente, y no en vano, su elección como nuevo Sumo Pontífice fue celebrada con muy especial entusiasmo y esperanza por los jerarcas, clérigos y fieles de las Iglesias ortodoxas de la Europa del Este, que intuían que el Papa polaco será diferente, será el libertador de la opresión comunista atea y reunificará el catolicismo con la ortodoxia bizantina. «La Iglesia de Cristo —decía el Papa Juan Pablo II— tiene que respirar a través de sus dos pulmones: Oriente y Occidente, la ortodoxia y el catolicismo. No tenemos el derecho, ante Dios y ante el mundo, de seguir estando tan separados».

En 1979, el nuevo Papa de Roma hacía su entrada humilde, pero eficaz, en Constantinopla, para visitar a su hermano ortodoxo, al Patriarca Dimitrios I. Pedro de Roma visita a su hermano Andrés de Constantinopla. Se abre una nueva página de historia y esperanza entre Oriente y Occidente. Viejos rencores, incomprensiones, disputas humanas, diferencias culturales, pálidas diferencias teológicas, que son más bien frutos del factor humano y cultural, mediante el diálogo de la razón y del corazón, empezaban a desmoronarse. Es verdad, el camino y la tierra del diálogo de la caridad estaban abonados y preparados por el Papa Juan XXIII y el inteligente Papa Pablo VI, con los Patriarcas Atenágoras I y Dimitrios I.

El diálogo de la caridad

Juan Pablo II, un refinado intelectual, con un espíritu y talante diplomático y pastoral innato, quiere dar un rumbo nuevo y decisivo al diálogo ecuménico con la hermana Iglesia ortodoxa de rito bizantino. Sabía que el instrumento más moderno y más eficaz es el diálogo. Decidido y pragmático, cargado de caridad, conduce las relaciones entre las dos grandes e históricas Iglesias hacia una nueva y elevada fase: el diálogo teológico, para estudiar conjuntamente la Comisión Mixta ortodoxa-católica y limar las diferencias heredadas, y llegar a la misma fe, unidad e intercomunión in sacris, que hubo antes de 1054, «un rebaño y un solo Pastor».

Sirven de lema sus palabras en la encíclica Slavorum apostoli, de 1985: «Un Papa, hijo de un pueblo eslavo, siente de forma particular en su corazón la llamada de estos pueblos hacia los que se dirigieron los dos hermanos: Cirilo y Metodio, ejemplo glorioso de apóstoles de la unidad, que supieron anunciar a Cristo, en la búsqueda de la comunión entre Oriente y Occidente, a pesar de las dificultades que ya por entonces enfrentaban a los dos mundos». Y la Declaración conjunta del Patriarca Ecuménico Dimitrios I y el Papa Juan Pablo II, en El Phanar, fiesta del apóstol San Andrés, 30 de noviembre de 1979, es la buena noticia de que el diálogo teológico oficial entre la Iglesia católica y la ortodoxa está abierto: «El diálogo de la caridad debe continuar e intensificarse en la situación compleja que hemos heredado del pasado, y que constituye la realidad en la cual debe desarrollarse hoy nuestro esfuerzo». En la Carta apostólica Orientale lumen, publicada el 2 de mayo de 1995, el Santo Padre decía: «Tenemos en común casi todo; y tenemos en común, sobre todo, el anhelo sincero de alcanzar la unidad».

Arropado por la ventaja personal de gran psicólogo, con el rigor intelectual, dominando perfectamente los dos sistemas de teología: oriental y occidental, las tradiciones litúrgicas, sacramentales septenarias, mariológicas y espirituales, la panoplia de estas culturas cristianas de los pueblos de la ortodoxia y del catolicismo, sabe que sólo la reunificación de la Iglesia ortodoxa con la Iglesia católica conducirá a entrever y cosechar otros éxitos en el diálogo con otras Iglesias y Comunidades eclesiales.

«Estas consideraciones —dice el Santo Padre— quieren ahora extenderse para abrazar a todas las Iglesias orientales, en la verdad de sus tradiciones. A los hermanos de las Iglesias de Oriente se dirige mi pensamiento, con el deseo de buscar juntos la fuerza de una respuesta a los interrogantes que plantea el hombre de hoy, en todas las latitudes del mundo. A su patrimonio de fe y de vida quiero dirijirme con la conciencia de que el camino de la unidad no puede admitir retroceso, sino que es irreversible, como la llamada del Señor a la unidad. Dejémonos interpelar por los interrogantes del mundo, escuchándolos con humildad y ternura, con plena solidaridad hacia quien lo expresa; estamos llamados a mostrar con palabras y gestos de hoy las inmensas riquezas que nuestras Iglesias conservan en las arcas de sus tradiciones».

Sabido es que el pueblo de Dios, el pueblo llano, las naciones del mundo cristiano, siempre quisieron, deseaban, desean y añoran la reunificación de la Iglesia católica con la ortodoxa, pero la están frenando y la entorpecen todavía algunos jerarcas y teólogos de ambas partes. «¡Ay de aquellos hombres por quienes el escándalo viene!» Pero, al final, cuando Dios quiera, y como Dios quiera, se impondrá la voluntad de Cristo: «Para que todos sean uno, para que el mundo crea», y habrá «un solo rebaño y un solo Pastor», porque su promesa es mandato divino, cuando dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella».

Cicatrizar heridas

De momento, estamos bajo la tierna llamada de la divina gracia del Señor. Dios no violenta la voluntad del hombre, ni siquiera la voluntad de los hombres de la Iglesia. Pero —dice el Santo Padre—, «frente a esta llamada, las Iglesias de Oriente y de Occidente están invitadas a concentrarse en lo esencial: no podemos presentarnos ante Cristo, Señor de la Historia, tan divididos como, por desgracia, nos hemos hallado durante el segundo milenio. Estas divisiones deben dar paso al acercamiento y a la concordia; hay que cicatrizar las heridas en el camino de la unidad de los cristianos». Concede máxima atención al diálogo teológico: ortodoxia-catolicismo. La primera reunión plenaria de la comisión mixta tuvo lugar en Patmos (Rodas), del 24 de mayo al 4 de junio de 1980. Se partió desde los temas más comunes de doctrina, para ir llegando luego a los más problemáticos. Durante nueve siglos de separación, ignorándose recíprocamente, se ha venido acumulando mucho por tratar y remediar. Sin embargo, había muy buena voluntad e interés por las dos partes dialogantes. Bajo la asistencia e iluminación del Espíritu Santo, el diálogo teológico, hasta finales de 1989, discurrió con notables logros y éxitos.

Se trataron los siguientes temas y se redactaron los respectivos documentos conjuntos: El misterio de la Iglesia y de la Eucaristía a la luz del misterio de la Santísima Trinidad (Munich, 1982); Fe, sacramentos y unidad de la Iglesia (Bari, 1986 y 1987); El sacramento de la ordenación en la estructura sacramental de la Iglesia. La sucesión apostólica para la santificación y unidad de la Iglesia (Válamp, Finlandia, 1988).

El Papa Juan Pablo II y otros líderes cristianos rezan por la paz en la basílica de San Francisco de Asís, el pasado 24 de enero de 2002
El Papa Juan Pablo II y otros líderes cristianos rezan por la paz en la basílica de San Francisco de Asís, el pasado 24 de enero de 2002

El siguiente encuentro de la sexta sesión plenaria de la comisión mixta de diálogo teológico, proyectada para celebrarse en Freising-Munich, 1990, tenía que tratar, ultimar y elaborar el documento final sobre la Conciliaridad y autoridad en la Iglesia, es decir, se hubiera debatido favorablemente el tema del Primado y su papel en la Iglesia. No pudo ser así. En 1990 ya soplaban nuevos vientos en Europa; milagrosamente cayó el muro de Berlín, se desmoronó el sistema comunista totalitario y ateo, y en el horizonte de las perspectivas de futuro amanecía la libertad. Las Iglesias católicas de rito bizantino de los países ex comunistas, que desde 1946-1948 fueron prohibidas, colocadas fuera de la Ley de libertad religiosa, recobraron su libertad. Las Iglesias ortodoxas de las mismas naciones oprimidas por el sistema comunista, en lugar de celebrar fraternal y ecuménicamente este evento providencial y volver a la praxis caritativa de antes de la aniquilación de las Iglesias greco-católicas, cambian de rumbo y de actitud, se ponen el traje de víctimas, acusando al catolicismo de proselitismo entre los ortodoxos. Sic transit gloria mundi! De este modo, desde 1990, las reuniones plenarias de la comisión mixta de diálogo teológico ortodoxia-catolicismo, celebradas en Freising-Munich, 1990, Ariccia (Italia), 1991, Balamand (Líbano), 1993, y Baltimore (USA), 2000, tienen un único tema nuclear de diálogo: El uniatismo, método de unión del pasado, búsqueda de la plena comunión actual.

Con todo este revés, el Santo Padre insiste: «¡Que no se pare el diálogo teológico!» Como arquitecto de la unidad, sigue cultivando con esmero, paciencia y sacrificio el diálogo de la caridad y espiritual con los ortodoxos. Síntesis del conjunto de estas formas de diálogo, como colofón y con notable éxito, señalamos las visitas ecuménicas que el Sumo Pontífice realiza a estas Iglesias ortodoxas locales, como sigue: la apoteósica visita al Patriarcado ortodoxo de Rumanía en 1999, y luego, sucesivamente: Georgia, Armenia, Jerusalén, Grecia, Siria, Monte Sinaí, Ucrania y, este año, Azerbaiyán y Bulgaria. ¿No son estas realidades y aspectos providenciales y ecuménicos únicos, signos de los tiempos? ¿Podrán exigir los ortodoxos más testimonios de caridad y humildad por parte del actual Papa de Roma?

La hospitalidad intelectual y práctica del Santo Padre y de la Iglesia católica prosigue: muchos doctorandos ortodoxos fueron y son becarios de las Facultades de Teología católicas, alcanzando una alta preparación y algunos el título de doctor en Teología, como el que suscribe estas líneas, en la Universidad Pontificia de Salamanca, 1986. Luego, las comunidades parroquiales de los inmigrantes ortodoxos establecidos en la Europa occidental y meridional tras la caída del comunismo, ¿dónde celebran sus actos de culto, su Divina Liturgia? Casi todos en templos cedidos por la hospitalidad ecuménica y caritativa de la Iglesia católica, por el impulso del Santo Padre. ¿Cómo aplica parte de la ortodoxia el principio universal de la reciprocidad?

Ante los aspectos de caridad arriba señalados de la Iglesia católica, algunas Iglesias ortodoxas crean problemas y obstáculos a las Iglesias greco-católicas, y un cierto Patriarcado ortodoxo pide la expulsión de obispos y sacerdotes católicos, acusando a su apostolado de evangelización entre ateos y católicos de proselitismo católico en territorio histórica y canónicamente ortodoxo. Sin embargo, ante la solicitud de innumerables favores por parte de los ortodoxos afincados últimamente en el mundo occidental y meridional, países mayoritariamente católicos casi nada les han venido negando a los mismos bajo la excusa de que están en tierras canónica e históricamente católicas.

La ética y la moral ecuménica, los mismos valores cristianos están sometidos a duras pruebas en la época en que vivimos. No se ha llegado todavía a un acuerdo común, deseado y esperado, entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa. El ecumenismo, el mismo diálogo teológico, es como las olas del mar, con flujo y reflujo. Yo quisiera transmitir un mensaje de esperanza. En nuestro diálogo y relaciones hacia la unidad y plena reconciliación, no hay, no puede haber marcha atrás. Por encima de las vanidades, carencias, inestabilidad, y debilidades humanas, está la voluntad y el mandato del Cristo Señor: «Que todos sean uno, para que el mundo crea», y así será.

Teofil Moldovan