El Papa pide «buscar siempre, sin descanso, el bien del otro» - Alfa y Omega

El Papa pide «buscar siempre, sin descanso, el bien del otro»

Es conocido que la vida y la obra de san Agustín son una de las pasiones de Benedicto XVI. Por eso, resultaba llamativo escuchar hablar al Papa Francisco del gran santo que tanto gusta a su predecesor, durante la Misa con que abrió el 184 Capítulo General de la Orden agustiniana, el pasado 28 de agosto. Con su estilo personalísimo, el Santo Padre trazó un singular retrato de las tres grandes inquietudes que movieron el corazón de aquel joven pecador que llegó a Padre de la Iglesia; puso como ejemplo de oración a su madre, santa Mónica; y recordó que «evangelizar con coraje» supone también ayudar «al hermano concreto, no de forma abstracta». Éste es un extracto de su homilía:

Redacción
El Papa, junto al cardenal agustino Prosper Grech y al Prior General de la Orden de San Agustín, el padre Robert Francis Prevost

«Nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no repose en Ti». Inquietud. Esta palabra me conmueve y me hace reflexionar. Quisiera comenzar por preguntar: ¿qué inquietud fundamental vive Agustín en su vida? O ¿qué inquietudes nos invita a suscitar y mantener vivas este gran hombre y santo? Propongo tres: la inquietud de la búsqueda espiritual, la inquietud del encuentro con Dios, la inquietud del amor.

La inquietud de la búsqueda espiritual: Agustín vive una experiencia común entre los jóvenes de hoy. Ha sido educado por su madre, Mónica, en la fe cristiana, aunque no recibe el Bautismo; pero creciendo se aleja, no encuentra la respuesta a sus preguntas, a los deseos de su corazón, y es atraído por otras propuestas. Entra en el grupo de los maniqueos, se dedica con empeño a sus estudios, no renuncia a la diversión despreocupada, a los espectáculos de la época, conoce el amor intenso y emprende una brillante carrera de maestro de retórica que lo lleva hasta Milán. Agustín es un hombre de éxito, lo tiene todo, pero en su corazón permanece la inquietud de la búsqueda del sentido profundo de la vida; su corazón no ha quedado anestesiado por el éxito, por las cosas, por el poder. No se cierra en sí mismo, no se recuesta, sigue buscando la verdad, el sentido de la vida, sigue buscando el rostro de Dios. Es verdad que comete errores, toma senderos equivocados, peca, es un pecador; pero no pierde la inquietud de la búsqueda espiritual. Y de esta forma descubre que Dios lo esperaba, que nunca había dejado de buscarle primero. Quisiera decir a quien se siente indiferente hacia Dios, hacia la fe, a quien está lejano de Dios o lo ha abandonado, y también a nosotros, con nuestros alejamientos y nuestros abandonos de Dios (quizás pequeños, pero ¡hay tantos en la vida cotidiana!): Mira en lo profundo de tu corazón y pregúntate: ¿hay un corazón que desea cosas grandes, o un corazón adormecido? ¿Tu corazón ha conservado la inquietud de la búsqueda, o la has dejado sofocar por las cosas que terminan por atrofiarlo? Dios te espera, te busca, ¿qué respondes? ¿Crees que Dios te espera, o para ti sólo son palabras?

La inquietud de la búsqueda de la verdad, de la búsqueda de Dios se vuelve inquietud por conocerlo más y por salir de sí mismo para hacerlo conocer a los demás. Es precisamente la inquietud del amor. El tesoro de Agustín es esta actitud: salir hacia Dios, salir siempre hacia el rebaño… Es un hombre en tensión entre estas dos salidas. ¿Estoy inquieto por Dios, por anunciarlo, por darlo a conocer? ¿O me dejo fascinar de esa mundanidad espiritual que impulsa a hacerlo todo por amor a uno mismo? Nosotros, consagrados, pensamos en los intereses personales, la funcionalidad de la obra, la carrera… ¿Me he acomodado en mi vida cristiana, en mi vida sacerdotal, en mi vida religiosa, en mi vida de comunidad, o conservo la fuerza de la inquietud por Dios que me lleva a ir fuera, a los otros?

Y llegamos a la inquietud del amor. Aquí no puedo no fijarme en la madre, ¡esta Mónica! ¡Cuántas lágrimas derramó esta santa mujer por la conversión del hijo! ¡Y cuántas madres también hoy derraman lágrimas porque sus hijos regresen a Cristo! ¡No perdáis la esperanza en la gracia de Dios! En las Confesiones leemos esta frase que un obispo dijo a santa Mónica, que le pedía que ayudara a su hijo a encontrar de nuevo el camino de la fe: No es posible que un hijo de tantas lágrimas perezca. Agustín es heredero de Mónica, de ella recibe la semilla de la inquietud. He aquí la inquietud del amor: buscar siempre, sin descanso, el bien del otro, de la persona amada, con esa intensidad que lleva a las lágrimas. Me viene en mente Jesús que llora delante del sepulcro del amigo Lázaro; Pedro que, tras haber negado a Jesús, encuentra la mirada llena de misericordia y de amor, y llora amargamente; la Virgen María que con amor sigue al Hijo Jesús hasta la Cruz. ¿Cómo vivimos la inquietud del amor? ¿Creemos en el amor a Dios y a los otros? ¿O somos nominalistas en esto? ¡No creer de forma abstracta, sólo de palabra, sino creer en el amor al hermano concreto, el que está junto a nosotros! ¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades, o permanecemos cerrados en nosotros mismos, en nuestras comunidades, que muchas veces para nosotros es comunidad-comodidad? Se puede vivir en un edificio sin conocer quién vive al lado; se puede estar en comunidad sin conocer verdaderamente al propio hermano: con dolor pienso en los consagrados que no son fecundos, que son solterones. La inquietud del amor nos regala el don de la fecundidad pastoral, y debemos preguntarnos cada uno: ¿cómo va mi fecundidad espiritual, mi fecundidad pastoral?

Pidamos al Señor que conservemos en nuestro corazón la inquietud espiritual de buscarlo siempre, la inquietud de anunciarlo con coraje, la inquietud del amor hacia cada hermano.