La justicia y la fe - Alfa y Omega

La justicia y la fe

Alfa y Omega
Sólo cimentada en la fe, la esperanza no queda defraudada. Procesión en Belem, Brasil, en honor de Nuestra Señora de Nazaret

«La nueva evangelización, en la que todo el continente está comprometido, indica que la fe no puede darse por supuesta, sino que debe ser presentada explícitamente en toda su amplitud y riqueza»: así escribió Juan Pablo II, a las puertas del tercer milenio, en 1999, en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America. Recordó que, en la «IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo -en 1992, ante la celebración de los 500 años del comienzo de la primera evangelización-, hice la propuesta de un encuentro sinodal en orden a incrementar la cooperación entre las diversas Iglesias particulares para afrontar juntas, dentro del marco de la nueva evangelización y como expresión de comunión episcopal, los problemas relativos a la justicia y la solidaridad entre todas las naciones de América».

Hoy, precisamente en el Año de la fe, resuena como potente eco de las palabras del Beato Papa Juan Pablo II lo que destaca su sucesor Benedicto XVI, al convocarlo en la Carta apostólica Porta fidei: «Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado». Y la consecuencia no podía ser otra que la falta de justicia y de solidaridad. Fe y justicia social, fe y progreso humano verdadero no se pueden separar: «Por la fe -leemos en Porta fidei-, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos». Y la encíclica Lumen fidei, recién firmada por su sucesor, Francisco, no deja de subrayar, una y otra vez, esta «capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo» que brota de la fe en Jesucristo, pues esta fe «no nos separa de la realidad, sino que nos permite captar su significado profundo; y esto lleva al cristiano a comprometerse, a vivir con mayor intensidad todavía el camino sobre la tierra».

La convicción de que la fe cristiana, cuya luz -dice también Lumen fidei– «no luce sólo dentro de la Iglesia, ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá», sino que «¡nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza!», lleva en sí la potencia de transformar el mundo, haciéndolo de veras justo y solidario, realmente a la medida del hombre, está en la entraña misma de aquella IV Conferencia del CELAM, de 1992, como en la siguiente de 2007, celebrada en Aparecida, donde Benedicto XVI, en la Misa inaugural, dejó bien claro que «éste es el rico tesoro del continente iberoamericano; éste es su patrimonio más valioso: la fe en Dios Amor, que reveló su rostro en Jesucristo. Ésta es vuestra fuerza, que vence al mundo. Ésta es la fe que hizo de Iberoamérica el “continente de la esperanza”». Y justamente porque se trata de que resplandezca en el mundo la justicia y el verdadero progreso humano, añade el Papa: «No es una ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico; es la fe en Dios Amor, encarnado, muerto y resucitado en Jesucristo, el auténtico fundamento de esta esperanza que produjo frutos tan magníficos desde la primera evangelización hasta hoy». Ya hemos visto, y vemos, los amargos frutos de una política y una economía de espaldas a la fe.

A las puertas del tercer milenio, en la citada Exhortación Ecclesia in America, Juan Pablo II recogía sus palabras en la Asamblea del CELAM de 1983, en Puerto Príncipe (Haití), al inicio del novenario de años para conmemorar el medio milenio de la primera evangelización del continente, que «tendrá su significación plena -dijo el Papa- si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión». Y aquí surgió la expresión nueva evangelización, que en Ecclesia in America propuso así Juan Pablo II: «Como pastor supremo de la Iglesia deseo fervientemente invitar a todos los miembros del pueblo de Dios, y particularmente a los que viven en el continente americano, a asumir este proyecto y a colaborar en él». Añadiendo la quintaesencia, que no es otra que la fe nítida, sin darla en absoluto por supuesto, en Jesucristo, en el Hijo de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret: «Al aceptar esta misión, todos deben recordar que el núcleo vital de la nueva evangelización ha de ser el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo, es decir, el anuncio de su nombre, de su doctrina, de su vida, de sus promesas y del Reino que Él nos ha conquistado a través de su Misterio Pascual».

Sí, sólo la fe en Jesucristo es la garantía de la justicia verdadera, no tan sólo en el más allá, sino ya aquí, en la tierra. No otra cosa va a proclamar, con el lema de las palabras finales del evangelio de San Mateo: Id y haced discípulos a todos los pueblos, el Papa Francisco en Río de Janeiro.