«No se avergüencen nunca de sus tradiciones. Ustedes traen muchos dones a esta nación» - Alfa y Omega

«No se avergüencen nunca de sus tradiciones. Ustedes traen muchos dones a esta nación»

«La libertad religiosa trasciende los lugares de culto y la esfera privada, porque la dimensión religiosa es parte de la cultura de cualquier pueblo. Nuestras distintas tradiciones religiosas sirven a la sociedad… Nos recuerdan la dimensión trascendente de la existencia humana y de nuestra libertad irreductible frente a la pretensión de cualquier poder absoluto», afirmó el Papa durante el encuentro con la comunidad hispana y de inmigrantes por la libertad religiosa. También invitó a los inmigrantes a aportar sus dones, incluidas las tradiciones religiosas, al país en el que han empezado una segunda vida

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El Indepence National Historical Park, considerado «la milla cuadrada más histórica de América» por sus numerosos edificios vinculados con la Guerra de Independencia de Estados Unidos de Gran Bretaña (1763-1783) fue ayer el escenario del encuentro del Papa con la comunidad hispánica y otros inmigrantes, cuyo tema central fue la libertad religiosa y la defensa de las raíces propias de cada individuo y de cada pueblo. A su llegada, los representantes de los Encuentros Nacionales del ministerio Hispano, presentaron al Santo Padre para que los bendijese la «Biblia Católica para la Familia y para el Joven» y la Cruz de los Encuentros, que se lleva en peregrinación por todo Estados Unidos antes de la preparación de cada evento. La iniciativa, comenzada en 1972, se propone dar protagonismo a la comunidad hispano-latina en la vida y las decisiones de la Iglesia Católica en el país. El próximo Encuentro tendrá lugar en enero de 2017.

En el discurso que dirigió a los miles de personas reunidas en el parque, el Papa subrayó que uno de los momentos más destacados de su visita era su presencia en el Independence Mall, el lugar de nacimiento de los Estados Unidos de América donde fueron proclamadas por primera vez las libertades que definen ese País. «La Declaración de Independencia –recordó– proclamó que todos los hombres y mujeres fueron creados iguales; que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, y que los gobiernos existen para proteger y defender esos derechos». Pero «la historia también muestra también que estas y otras verdades deben ser constantemente reafirmadas, nuevamente asimiladas y defendidas… Recordemos las grandes luchas que llevaron a la abolición de la esclavitud, la extensión del derecho de voto, el crecimiento del movimiento obrero y el esfuerzo gradual para eliminar todo tipo de racismo y de prejuicios contra la llegada posterior de nuevos americanos. Esto demuestra que, cuando un país está determinado a permanecer fiel a sus principios, a esos principios fundacionales, basados en el respeto a la dignidad humana, se fortalece y se renueva. Cuando un país guarda la memoria de sus raíces, sigue creciendo, se renueva y sigue asumiendo en su seno nuevos pueblos y nueva gente que viene a él».

Después habló de la importancia de recordar el pasado porque «un pueblo que tiene memoria no repite los errores del pasado; en cambio, afronta con confianza los retos del presente y del futuro. La memoria salva el alma de un pueblo de aquello o de aquellos que quieren dominarlo o quieren utilizarlo para sus propios intereses» y reiteró su deseo de reflexionar en un lugar «símbolo del modelo de los Estados Unidos americano» del derecho a la libertad religiosa , «Un derecho fundamental que da forma a nuestro modo de interactuar social y personalmente con nuestros vecinos, que tienen creencias religiosas distintas a la nuestra».

«La libertad religiosa, sin duda, –explicó– comporta el derecho de adorar a Dios, individualmente y en comunidad, de acuerdo con la propia nuestra conciencia. Pero, por otro lado, la libertad religiosa, por su naturaleza, trasciende los lugares de culto y la esfera privada de los individuos y las familias, porque el hecho religioso, la dimensión religiosa, no es una subcultura, es parte de la cultura de cualquier pueblo y de cualquier nación. Nuestras distintas tradiciones religiosas sirven a la sociedad sobre todo por el mensaje que proclaman… Nos recuerdan la dimensión trascendente de la existencia humana y de nuestra libertad irreductible frente a la pretensión de cualquier poder absoluto. Necesitamos acercarnos a la historia… especialmente a la historia del siglo pasado, para ver las atrocidades perpetradas por los sistemas que pretendían construir algún tipo de paraíso terrenal, dominando pueblos, sometiéndolos a principios aparentemente indiscutibles y negándoles cualquier tipo de derechos. Nuestras ricas tradiciones religiosas buscan ofrecer sentido y dirección… En el corazón de su misión espiritual está la proclamación de la verdad y la dignidad de la persona humana y de todos los derechos humanos… En un mundo en el que diversas formas de tiranía moderna tratan de suprimir la libertad religiosa, o, como dije antes, de reducirla a una subcultura sin derecho a voz y voto en la plaza pública, o de utilizar la religión como pretexto para el odio y la brutalidad, es necesario que los fieles de las diversas tradiciones religiosas unan sus voces para clamar por la paz, la tolerancia, y el respeto a la dignidad y a los derechos de los demás».

Sano pluralismo, no uniformidad

«Nosotros –constató– vivimos en una época sujeta a la globalización… que apunta a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. Las religiones tienen, pues, el derecho y el deber de dejar claro que es posible construir una sociedad en la que un sano pluralismo que, de verdad respete a los diferentes y los valore como tales es un aliado valioso en el empeño por la defensa de la dignidad humana… y un camino de paz para nuestro mundo tan herido por las guerras».

A continuación habló de los cuáqueros que fundaron Filadelfia «inspirados por un profundo sentido evangélico de la dignidad de cada individuo y por el ideal de una comunidad unida por el amor fraterno». Una convicción que los llevó a fundar una colonia que fuera un refugio para la libertad religiosa y la tolerancia y, en este contexto, rememoró que San Juan Pablo II, durante su visita a los Estados Unidos en 1987, rindió «un conmovedor homenaje al respecto, recordando a todos los americanos que la prueba definitiva de su grandeza es la manera en que tratan a todos los seres humanos, pero sobre todo a los más débiles e indefensos».

«Aprovecho esta oportunidad –dijo– para agradecer a todos sea cual fuera su religión, han tratado de servir a Dios, al Dios de la paz… cuidando del prójimo necesitado, defendiendo la dignidad del don divino, del don de la vida en todas sus etapas, defendiendo la causa de los pobres y los inmigrantes. Con demasiada frecuencia los más necesitados, en todas partes, no son escuchados. Ustedes son su voz, y muchos… han hecho que su grito sea escuchado. Con este testimonio, que frecuentemente encuentra una fuerte resistencia, recuerdan a la democracia norteamericana los ideales que la fundaron, y que la sociedad se debilita cada vez siempre que allí y en allí donde cualquier la injusticia prevalece. Hace un momento, hablé de la tendencia a una globalización. La globalización no es mala. Al contrario, la tendencia a globalizarnos es buena, nos une. Lo que puede ser malo es el modo de hacerlo. Si una globalización pretende igualar a todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo. Si una globalización busca unir a todos, pero respetando a cada persona…, a su riqueza, a su peculiaridad, respetando a cada pueblo, a cada riqueza, a su peculiaridad, esa globalización es buena y nos hace crecer a todos, y lleva a la paz. Me gusta usar un poco la geometría aquí. Si la globalización es una esfera, donde cada punto es igual, equidistante del centro, anula, no es buena. Si la globalización une como un poliedro, donde están todos unidos, pero cada uno conserva su propia identidad, es buena y hace crecer a un pueblo, y da dignidad a todos los hombres y les otorga derechos».

Por último se dirigió a los miembros de la «gran población hispana de los Estados Unidos» así como a los representantes de inmigrantes recién llegados a los Estados Unidos. «Gracias por abrir las puertas –exclamó– Muchos de ustedes han emigrado –los saludo con mucho afecto–, y muchos de ustedes han emigrado a este País con un gran costo personal, pero con la esperanza de construir una nueva vida. No se desanimen por las dificultades que tengan que afrontar. Les pido que no olviden que, al igual que los que llegaron aquí antes, ustedes traen muchos dones a esta nación. Por favor, no se avergüencen nunca de sus tradiciones. No olviden las lecciones que aprendieron de sus mayores, y que pueden enriquecer la vida de esta tierra americana. Repito, no se avergüencen de aquello que es parte esencial de ustedes. También están llamados a ser ciudadanos responsables y a contribuir –como lo hicieron con tanta fortaleza los que vinieron antes–, a contribuir provechosamente a la vida de las comunidades en que viven. Pienso, en particular, en la vibrante fe que muchos de ustedes poseen, en el profundo sentido de la vida familiar y los demás valores que han heredado. Al contribuir con sus dones, no solo encontrarán su lugar aquí, sino que ayudarán a renovar la sociedad desde dentro. No perder la memoria de lo que pasó aquí hace más de dos siglos. No perder la memoria de aquella Declaración que proclamó que todos los hombres y mujeres fueron creados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, y que los gobiernos existen para proteger y defender esos derechos».

Francisco finalizó su discurso dando gracias a todos por su calurosa bienvenida y afirmando: «Conservemos la libertad. Cuidemos la libertad. La libertad de conciencia, la libertad religiosa, la libertad de cada persona, de cada familia, de cada pueblo, que es la que da lugar a los derechos».